Desde que en 1975 una España traumatizada
por casi cuarenta años de dictadura y una terrible guerra civil cuyas heridas
se encontraban aún en carne viva, decidiera avanzar por la senda democrática,
muchos han sido los logros cosechados. En materia de derechos individuales y en
servicios básicos como educación y sanidad, los progresos han sido inmensos. La
inversión en infraestructuras y nuevas tecnologías, la incorporación en las
principales organizaciones internacionales, los progresos en materia de género,
transformaron al país situándolo en una posición de privilegio dentro del
panorama internacional. Hacia la mitad de la primera década del siglo XXI,
España sacaba pecho. Los éxitos deportivos eran un símbolo de nuestra rutilante
posición al tiempo que los datos macroeconómicos presagiaban un esperanzador
futuro de justicia social y pleno empleo. Pero, con una velocidad aún más
vertiginosa, en solo unos años el sueño de prosperidad se evaporó. Ese reino de
Utopía puesto prácticamente al alcance de la mano parecía de nuevo una
irrealizable lucubración.
Con la crisis, la depresión se fue
haciendo más y más profunda. Ya no era posible esconder la realidad debajo del
felpudo, seguir mirando para otro lado. En un país sumido en el desconsuelo,
empobrecido, recortado, al borde si es que no sumido en una alarmante involución,
empezaron a surgir cada vez más voces que decían: basta ya. Una de esas voces
es la de Mª Ángeles López de Celis (Madrid, 1957), funcionaria de carrera
durante más de treinta años e integrante de la Secretaría de los cinco
presidentes del gobierno de la democracia, que en El síndrome de Alí Babá. De
cómo corruptos y sinvergüenzas acaban yéndose de rositas (Espasa, 2012), ha
querido, mirando hacia el futuro, hacer una lectura retrospectiva de algunos de
los más flagrantes casos de corrupción política, judicial y administrativa que
España ha conocido durante las últimas tres décadas. Esta demoledora antología
de tropelías nos dibuja una democracia aquejada de cleptomanía que, si no
quiere perecer, necesita afrontar una urgente regeneración.
El librófago.- Pues, tiene usted razón. Algo me chirriaba, es verdad, pero nunca
me había parado a pensar en la catadura moral de Alí Babá desde esa perspectiva.
Y eso que yo la historia la escuchaba una y otra vez en una cinta de cuentos
populares que había por casa. También a mí me parecía el muchacho un paladín y
no un granuja. ¿Cuándo descubrió que nuestra sociedad estaba bajo la siniestra sombra
del personaje de Las Mil y una Noches?
M.A.
López de Celis.- Pues
supongo que, como la mayoría de los ciudadanos, poco a poco vas viendo por aquí
y por allá que las cosas no funcionan como deberían, hasta que un día se te cae
la venda de golpe. Las semanas previas al movimiento 15-M me encontraba de baja
laboral, debido a una operación de rodilla. Inmóvil y cada vez más indignada con
la profunda crisis económica que nos engullía y cuyas consecuencias recaían
sobre los hombros de trabajadores y ciudadanos, no podía entender cómo en MI
país los casos de corrupción estallaban uno tras otro, sin que los culpables
pagaran por sus desafueros. Así fue cómo decidí que debía hacer algo. Que desde
la tribuna que me ofrecía la editorial Espasa, tenía la obligación moral de
levantar mi voz para denunciar estos comportamientos y el deficiente
funcionamiento de unas estructuras del Estado que se mostraban incapaces de
poner freno a este fenómeno que tan perjudicial es para todos los ciudadanos y
para la credibilidad de un país.
EL- Cuando en la primavera de 2011, miles de personas
salieron a la calle para denunciar muchos de los abusos que usted aquí expone,
¿qué pensó? ¿Se sintió menos sola? ¿O se dijo, vale, todo eso está muy bien,
pero así no vamos a cambiar nada?
MALC.- En absoluto. Pensé, reconfortada, que
por fin los ciudadanos empezábamos a entender que sólo nosotros, con la fuerza
de la unidad, podíamos exigir a la clase política que esto cambie. Hacer
entender a las formaciones políticas y a los poderes constitucionales que no
estamos dispuestos a ceder por más tiempo ante los abusos de los mercenarios de
lo público, que dilapidan los recursos, ahora escasos, cuando los necesitamos
más que nunca, o se los embolsan sin el menor pudor, para que luego ni cumplan
el castigo que debería derivarse de sus conductas, ni se hacen responsables de
sus ineficaces gestiones, ni devuelven lo sustraído. Comprendí que había
llegado el momento de decir: ¡¡¡¡ Basta ya !!!!
EL.- Para haber recibido la Cruz de la Orden del Mérito Civil, en ocasiones da la
impresión de ser usted una “antisistema”. ¿Está tan achicharrada como parece?
MALC.-
Efectivamente, estoy tan
“achicharrada” como parece. Pero no soy una “anti-sistema”. Yo lo que quiero es
que el sistema funcione y, si no funciona, se cambia, pero compruebo cada día
que sólo se está rascando en la superficie, pero no se profundiza y las medidas
de ajuste y los recortes económicos son pan para hoy y hambre para mañana. No,
mejor hambre para siempre. Nadie agarra el rábano por las hojas, nuestros
representantes políticos no se mojan porque sus formaciones tienen mucho que
perder y están tan involucradas y son tan responsables del fracaso y la
podredumbre, que a ver quien le pone el cascabel al gato. Una vez más, somos
los ciudadanos los que tenemos que exigir los cambios. Imaginarán todos los
lectores de esta entrevista lo orgullosa que me siento de esta condecoración,
que no tiene más valor que el testimonial, pero que para mí supone el
reconocimiento a una labor de más de treinta años ininterrumpidos al servicio
del presidente del gobierno y el premio a mi modesta contribución al sistema
democrático en España. Tal vez, por esta conciencia del trabajo y el esfuerzo
realizado por dos generaciones de españoles que tanto luchamos por sacar a
España del atraso y la incultura, me siento desolada cuando compruebo en qué
escaso margen de tiempo nos hemos cargado décadas de buen hacer colectivo.
EL.- Este libro, visto en superficie, puede parecer una especie
de antología de lo que se asemeja más a una
cleptocracia que una democracia auténtica, pero al mismo tiempo, el tono que
subyace es el de una persona que habla desde la indignación, desde la vergüenza
ajena, desde el sentido del deber, sí, pero también, como se aprecia en la
dedicatoria, desde las entrañas. ¿En qué momento decide que tiene que
escribirlo? Y no me diga que tras terminar Los
presidentes en zapatillas, porque alguno va a relacionar una cosa con la
otra y la vamos a liar…
MALC.-
Nada tiene que ver El síndrome de Alí Babá con Los presidentes en zapatillas. Este último
es un repaso a la historia de las últimas tres décadas de la historia de España
desde el punto de vista de una trabajadora que va desgranando los entresijos de
la vida en la presidencia del Gobierno, desde los años setenta hasta nuestros
días. Es un libro amable, entrañable y un modesto pero sincero homenaje a los
cinco presidentes responsables de esta etapa, a sus familias y colaboradores
que, con sus luces y sus sombras, sus aciertos y errores, hicieron de España un
país democrático y moderno, después de una dictadura cruel e interminable. “El
síndrome de Alí Babá” es un libro denuncia y desde sus páginas se exige, en
representación de una ciudadanía que cuenta entre sus filas con varios millones
de parados y un futuro hipotecado sabe Dios hasta cuándo, el fin de la
tolerancia para la actividad de los corruptos que presumen de impunidad y que,
con frecuencia, son los mismos que proclaman a los cuatro vientos la necesidad
de reducir sueldos, abaratar despidos, aumentar la edad de jubilación o subir
impuestos.
EL.- Sin duda, los políticos son los que peor parados salen en
la obra. No es extraño ante la cantidad de desmanes que han cometido y por las
veces, como reza el subtítulo de la obra, que se van de rositas. Pero del
“síndrome” no se libran tampoco, ni los jueces, ni los medios de comunicación,
ni los funcionarios públicos, ni los sindicatos, ni los empresarios, ni los
ciudadanos. A estos últimos usted les alerta del peligro de que al asumir el
problema como normal lo interioricen y lleguen a creer que no existe. ¿Hemos
llegado al punto a ese irreversible punto de “metástasis incurable”? ¿Nuestro
conformismo es una losa demasiado pesada para actuar? Porque la situación es crítica,
doctora.
MALC.-
Es verdad. Nadie parece
inmune al virus. Fíjese que hasta la Casa
Real, institución incontaminada hasta ahora, parece haber
tropezado también en la misma piedra. La desconfianza de los ciudadanos llega en
la actualidad hasta la más profunda desafección hacia sus representantes
políticos y de desprecio hacia los servidores públicos, pertenezcan a
cualquiera de los tres poderes del Estado al que pertenezcan. Es triste, muy
triste; pero lo peor es que efectivamente durante mucho tiempo los ciudadanos
nos hemos acostumbrado a esta lacra, interiorizando sus consecuencias como un
mal menor del mejor de los sistemas. Supone un duro golpe comprobar que a día
de hoy son más de 800 los imputados en casos de corrupción y alrededor de 100
se presentaron en las listas electores de los diferentes partidos en la
convocatoria del pasado 20 de noviembre. Es inadmisible. Hay que exigir que
nunca más un partido incluya en sus listas a personas involucradas en este tipo
de prácticas, so pena de no recibir los votos que le aseguren representación
soberana.
EL.- La Justicia desde luego, recibe, con toda justicia, valga
la redundancia, lo que es de ídem. Muchas veces, señala usted, se comporta
“dilatada en el tiempo, arbitraria y parcial”. Su connivencia en muchos casos
con los delincuentes -pienso por ejemplo en el caso que recoge de los jueces
Ricardo Varón Cobos y Jaime Rodríguez Hermida, que ponen en libertad
provisional con una fianza irrisoria a todo un jefe de la Camorra; o en Luis Pascual
Estevill, “el más corrupto de los jueces”, o tantos otros- le lleva a usted igualmente
a calificar determinadas sentencias como propias de “república bananera”.
¿Tenemos los ciudadanos entonces que pensar que lo que debería ser un verso
suelto es más habitual de lo que cualquier democracia digna de tal nombre es
capaz de soportar? ¿Son las Carmen Tagle, personas incansables “con un elevado
sentido del deber”, como describe a la desdichada fiscal, las excepciones?
MALC.-
Creo que en este momento
de la entrevista procede romper una lanza en favor de tantos servidores
públicos que hacen de su profesión un auténtico altar a la democracia y viven
con honestidad y dedicación el servicio a los ciudadanos, sin resquicio de duda
o sospecha sobre su comportamiento y su honorabilidad. Le diré que yo, en la
actualidad funcionaria del Ministerio del Interior, sufro los recortes y los
ajustes como todos los trabajadores de la Administración.
Nos quejamos y salimos a la calle para protestar por el
empeoramiento manifiesto en nuestras condiciones laborales, cuando cada día
vemos tantas y tantas cosas que no se corresponden con una situación de
profunda crisis económica como la que vivimos. Pero puedo asegurarle que
todavía está por ser la primera vez que escuche de ninguno de mis compañeros, y
hablo con mucha gente cada día, ni una sola referencia a escatimar esfuerzos y
dedicación hacia nuestra responsabilidad como empleados públicos. Cada uno está
donde debe estar y cumpliendo con las obligaciones que nos corresponden como no
podía ser de otra manera.
EL.- Hablemos un poco de los partidos políticos, esas máquinas
de generar mangantes. Quería preguntarle en primer lugar si piensa que todos
los partidos son iguales respecto a la corrupción, si comete más abusos
simplemente aquél que detenta más poder, con independencia de la ideología de
sus representantes. Y cito uno de los ejemplos más anodadantes. Reconozco que
he tenido que leerlo varias veces, porque no daba crédito: la revista alemana Stern publicó en septiembre del 95 un
reportaje sobre las obras del AVE y calculaba que Siemens había destinado para
sobornos a funcionarios del gobierno español y responsables socialistas ¡8.500
millones de pesetas! Ni que decir tiene que en aquellos años el PSOE
omnigobernaba en España.
MALC.-
Pues sí, no me extraña
que haya tenido que leerlo dos veces. No es un problema de partidos o
formaciones políticas de uno u otro signo. El corrupto no tiene ideología, el
corrupto se mueve sólo por dinero, es un mercenario de la política, a la que
utiliza como medio para conseguir su objetivo, que no es otro que enriquecerse.
Durante la etapa democrática, ha habido casos de corrupción de todos los signos
y colores, en todas las familias ideológicas, en todos los niveles de la Administración y,
en algunos casos, auténticas historias más propias de la picaresca española de
Quevedo o Lope de Vega. En fin, en este libro hay un verdadero elenco de
personajes y situaciones que no pueden dejar a nadie indiferente, con el
agravante de unas ulteriores sentencias que parecen una auténtica tomadura de
pelo hacia los administrados.
EL.- Lo de los ERE en Andalucía tampoco es cosa de broma. Por no
hablar de Jaume Matas y compañía. Aunque, al menos, en estos casos parece que
de momento la justicia o, más concretamente, los respectivos jueces han cogido
el toro por los cuernos. Pero, lo que me ha resultado casi insoportable es
comprobar no ya sólo cómo algunos han esquivado la acción punitiva sino cómo
muy destacados políticos españoles han llegado a la cima (¡al Consejo de
ministros!, incluso) después de dejar atrás casos que cuestionan, como mínimo,
muy seriamente su moralidad. Viendo lo que le pasó a Zaplana cuando presidía el
PP de Alicante, no sería de extrañar que mañana Camps llegara a presidente del
gobierno. ¿Cómo puede ser?
MALC.-
Esa misma pregunta me
hago yo día sí y día también. ¿Cómo puede ser? Es un cúmulo de despropósitos de
tales proporciones que es imposible confiar en el sistema y en una justicia tan
injusta. Pero en nuestra mano está cambiar esto, porque no podemos olvidar que
nuestros representantes soberanos lo son, porque cuentan con nuestros
sufragios. Somos los ciudadanos lo que les colocamos en las poltronas. Así que
a los Zaplanas y los Camps hay que aislarlos del sistema como se separa a las
manzanas podridas de las sanas para que no las contaminen. Efectivamente y como
usted dice, existe una delgada línea que separa la legalidad de la moralidad,
pero a veces los ciudadanos preferimos las conductas “ilegales morales”.
EL.- Y después, a ver si he entendido bien… ¿Si son opacos es
sencillamente porque quieren, porque prevén, incluso antes de que se produzca
cualquier irregularidad, que tarde o temprano van a tener que buscar cobijo en
un sistema que les ampara y que, consecuentemente, es mejor no tocar?
MALC.-
Es que el sistema
encierra en sí mismo el gusano de la discordia. La opacidad en la que se mueven
habitualmente los partidos políticos y la falta de transparencia respecto de la
rendición de sus cuentas existe porque son las mismas formaciones las que
extienden sus redes a todas las estructuras del Estado, a todas las
Administraciones, a los consejos de administración de las empresas públicas, a
los medios de comunicación públicos y privados, a la composición de los más
altos Tribunales del Estado, etc., etc., etc. Además, el Tribunal de Cuentas,
único responsable de la fiscalización de las cuentas, rinde con tres o más años
de retraso, de forma habitual. Es un sistema perverso en sí mismo.
EL.- Recuerda usted en un momento dado que “quien no vive como
piensa, acaba pensando según vive”. De algún modo, parece sugerir que el
corrupto no necesariamente nace sino que se hace, y que crece, precisamente
engordado por un sistema en el que los poderes económico y político viven en un
provechoso concubinato, en el que al grito de “honrado el último”, la carrera
por llenarse los bolsillos se revela como la más inteligente. ¿Es así?
MALC.-
Me ratifico en la
afirmación, pero añado también que nuestros políticos y representantes no
vienen de otro planeta. Nacen en España, se educan en nuestro país y acceden a
sus carreras desde los mismos planteamientos que el resto de los ciudadanos que
llevan a cabo su actividad en el sector privado. ¿Qué sucede entonces? Que en
España aún se admira a los Marios Conde, se victimiza a los Ruiz-Mateos, se
disculpa a los que meten la mano en el cajón y se mira hacia otro lado cuando
nos tropezamos de bruces con un conocido que desde su puesto en la política ha
multiplicado sus propiedades y ha elevado su nivel de vida ostensiblemente y en
muy poco tiempo. En el fondo, es un modelo de triunfador a seguir por un sector
importante de nuestra sociedad y le envidiamos sanamente. Es decir, “si yo
hubiera tenido la oportunidad, hubiera hecho lo mismo”. Nos falta mucho camino
por recorrer…
EL.- Tenemos una galería de los horrores realmente notable en la
que no faltan ni ex sacerdotes llegados a presidentes de comunidad que se
enriquecen ilícitamente, ni directores de la Guardia Civil que se
quedan con el dinero de las casas cuartel, ni diputados que después de liderar
cazas de brujas contra una directora de RTVE luego se ven procesados por su,
esta sí, desbocada avaricia, etc. ¿Cuál es el caso más escandaloso de los que
recoge? ¿O, al menos, el que mayor repugnancia le produce? Aquel que ha tenido
que contar con una pinza en la nariz…
MALC.-
Después de este elenco
de amplio espectro, creo sinceramente que el caso de corrupción más escandaloso
de cuantos han tenido lugar en España es sin duda el caso Malaya. Es el más
representativo de una España cañí, de una sociedad caciquil y hortera hasta el
aburrimiento y de un montante de dinero defraudado que raya en la cleptomanía.
Pero si tengo que decidir baremando otros ingredientes, creo que el más grave y
lacerante es el caso del aceite de colza adulterado. No hay límites en una
avaricia que es capaz de pasar por encima de la salud y hasta de la vida de las
personas. Aquí se cruza la línea que se circunscribe a la simple corrupción,
rompiendo todas las normas de la moral más básica. En cualquier caso y como
guinda del pastel de los despropósitos, la sentencia dictada por la justicia
más injusta: siete funcionarios acusados de delitos de imprudencia temeraria y
contra la salud pública con resultado de muerte y lesiones. Sólo un funcionario
condenado a 120 euros de multa y el Estado como responsable civil subsidiario.
Tras recurso de los afectados ante el Tribunal Supremo, sólo se consiguió la
elevación de las cuantías de las indemnizaciones.
EL.-Se refiere usted a la falta de escrúpulos de todos aquellos
servidores públicos capaces de dormir a pierna suelta mientras viven de
prebendas y sobresueldos obtenidos de aquellos que ven menguar sus ingresos y
sus expectativas de vida. Sin embargo, observamos, en algunos casos –y no le
niego que en ocasiones con morboso placer- cómo esos corruptos que más o menos
consiguen salir airosos de la acción de la justicia, las terminan también
pasando canutas, exiliados, repudiados, en el ostracismo, incluso muertos antes
de pasar por el bolsillo. Se puede decir que en la escala de los desalmados
también hay grados, ¿no? Que algunos no
están a la altura de su ambición. No hablo de gente como Roldán, evidentemente.
Hablo, por ejemplo de Carmen Salanueva, uno de los casos más insólitos de
arribismo trastornado que uno recuerda.
MALC.-
El caso de Carmen
Salanueva, uno de los pocos en que la principal imputada es una mujer, es francamente
sorprendente. Una mujer con varias titulaciones universitarias, con un cociente
intelectual muy por encima de la media, con una personalidad audaz y enérgica,
¿cómo es posible que imaginara que iba a salir indemne de tanto despropósito?
¿Nunca le advirtió nadie que suplantar la identidad de personas de tanta
relevancia como Su Majestad la
Reina o la esposa del presidente del Gobierno solo le
acarrearía problemas, descrédito y vergüenza, además de una temporada en
prisión? A veces la soberbia no tiene límites…
EL.-Oiga, ¿ha pensado que si este libro se tradujese al alemán, podría
causarnos la expulsión de la zona euro? Porque el retrato es aterrador tan
negro y tan actual… ¿Realmente tenemos motivos para pensar que si España fuera
Irán seríamos un país de mancos? ¿Hasta qué punto somos una excepcionalidad en
nuestro entorno?
MALC.-
En todos los sitios
cuecen habas, pero está claro que eso no debe ser justificación para no abordar
el tema con la seriedad que requiere. Somos un país en el que la corrupción
está a la orden del día, además de que el fenómeno tiene un escaso coste
electoral. Tiene usted razón, probablemente en otros países de nuestro entorno
eso no se entendería. Por eso, hay que exigir que esto cambie. Lo repito una y
otra vez, los ciudadanos tenemos mecanismos para advertir a la clase política
de que, de no llevar a cabo las reformas necesarias para poner freno al
problema, pagará con la moneda de cambio de su cuota de poder.
EL.- ¿Piensa que con la crisis al haber menos dinero público
pululando estos excesos serán menores? Porque, está claro que esto es un magro
consuelo. Usted sostiene, y se apoya en un célebre pasaje de Einstein, que las
crisis pueden traer progresos. Pero, de momento convendrá conmigo en que el
resultado es descorazonador. En los últimos años cada oportunidad, desde que
nuestros líderes lanzaron aquella cortina de humo de que iban a refundir el
capitalismo, para cambiar las cosas se ha convertido en un nuevo golpe a los
bolsillos y los derechos de los ciudadanos.
MALC.-
Tengo que reconocer que
tiene usted razón y que las máximas de Einstein, de momento, no se están
cumpliendo en absoluto. Pero no se cumplen porque no se está refundando nada.
Hasta ahora la política de los sucesivos gobiernos desde que estalló la crisis
se limita a la reducción del déficit a través de recortes y ajustes, subidas de
impuestos y reformas del mercado laboral que ahogan a trabajadores y
pensionistas, aumentando el desempleo sin control y empobreciendo al país hasta
niveles de posguerra. Lo que se necesita son reformas estructurales y cambios
profundos que supongan auténticas vías para la dinamización de la economía y la
creación de empleo. En definitiva, una auténtica “revolución”…
EL.- La velocidad con que la sociedad digiere tanta podredumbre
es espectacular. Un caso se superpone a otro, y el siguiente al anterior de
modo que a no ser que te llames Isabel Pantoja, al poco casi nadie se acuerda
de quiénes eran estos tipos que les dieron el almuerzo, mientras veían el
informativo, tan solo unos meses atrás. Habla usted de Tamayo y Sáez y, de
golpe, da la sensación de que hemos realizado un viaje en el tiempo, pero fue
prácticamente ayer. ¿Cree que los medios de comunicación podrían hacer más o de
un modo diferente?
MALC.-
Es verdad que la
actualidad va tan rápido que las noticias se pisan unas a otras sin tregua y
eso hace que perdamos la dimensión de los acontecimientos de hace una semana y
en nuestra percepción, parece que fueran de hace mucho tiempo. De ahí, mi
empeño en rescatar una selección de las tramas de corrupción más famosas de
nuestra era democrática, con el fin de ordenar los procesos y recordar sus
puntos finales. Todos sabemos que a veces transcurren décadas hasta obtener las
sentencias definitivas, cuando ya ni nos acordamos a qué corresponden.
Indudablemente los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en
estos temas, porque son los únicos vehículos de información entre nuestros
gobernantes y los ciudadanos. Llegados a este punto, quiero agradecer a los
periodistas de investigación, que han seguido las tramas con constancia y
rigor, porque sin ellos y sin sus crónicas yo nunca habría podido escribir este
libro.
EL.- ¿Cree que reducir el número de políticos, como demandan
muchos ciudadanos y el propio Partido Popular parece defender en los últimos
tiempos, es una solución para frenar el despilfarro y la corrupción? ¿Y
reformar el sistema electoral? ¿Podrían contribuir a crear un marco más
propicio para que la transparencia y el control fuesen más efectivos o esta no
es la cuestión?
MALC.-
Cualquier medida que se
traduzca en más trasparencia y mayor control, siempre será positiva. Desde
luego, nuestro sistema electoral necesita un cambio drástico y urgente, los
mecanismos de fiscalización y rendición de cuentas han de ser mucho más
eficaces, las Administraciones autonómicas y locales necesitan una reforma de
calado que evite duplicidades y la
Justicia precisa de una auténtica reestructuración que
garantice la defensa de los ciudadanos honrados y el castigo de los corruptos y
deshonestos. Es así como la sociedad lo percibe y lo demanda y no hay que tener
miedo a acometer estas reformas. Pero los partidos políticos no están por la
labor, porque lógicamente no están interesados.
EL.- Señora López de Celis, por un lado, afirma que eliminar la
corrupción es una “misión casi imposible”, pero se atreve a ofrecer unos
consejos para mejorar nuestra paupérrima transparencia. Pero, al mismo tiempo,
aunque no se muestra completamente desesperanzada, su nivel de escepticismo es
alto. No basta con un maquillaje, para frenar la “pandemia”, hay que “cambiar
las reglas”, “limpiar a fondo”. Y apunta: “Limpiar todo esto requiere un
esfuerzo titánico, además de una verdadera conmoción social que profundice
hasta las mismas raíces y remueva del alma del sistema. Necesitamos un terremoto
social de envergadura, algo parecido a lo que diccionarios y enciclopedias
definen como ‘revolución’”. En las actuales condiciones sociales, ese terremoto
podría producirse en cualquier momento pero dudo de que todos lo entendiéramos
del mismo modo. Le pido un poco de concreción. ¿Cómo es su ‘revolución’?
MALC.-
Yo hablo de una
revolución pacífica. Esto no funciona y, cuando algo no funciona, hay que
pararse y reflexionar en qué es lo que hay que cambiar para que funcione.
Limpiar a fondo y cambiar las reglas. A eso se reduce todo. ¿Hasta dónde? Hasta
los cimientos si es preciso. Creo que es el momento de actuar y de aprovechar
esta durísima situación económica y social para sacar en positivo los cambios
que nos hagan salir adelante con garantía de futuro. Otra cosa no será más que
un parche que arreglará momentáneamente la rueda, pero como la cubierta está
vieja y deteriorada, se volverá a pinchar en el próximo bache.
EL.- Para terminar, confiese: ¿cuando revisó las últimas
galeradas, dio un suspiro que se oyó en toda la manzana? ¿Se ha quedado a gusto
o se ha guardado todavía algo?
MALC.-
Lo reconozco. Sentí
vértigo. Además, lejos de tener que rebuscar y escudriñar para confeccionar
este libro, me he visto obligada a realizar un proceso de selección, porque los
casos, las tramas y los personajes se amontonaban sobre mi mesa de trabajo. No
es que me guarde nada, porque todo está ahí, es información pública, pero sí le
diré que si mis editores y yo no ponemos un tope, este libro se hubiera
parecido a una enciclopedia.
Un
libro sobre la crisis
Algo va mal, de Tony Judt.
Un
libro cualquiera
La gangrena, de Mercedes Salisachs.
Un
político de referencia
Felipe González Márquez
Ese
funcionario ejemplar
Cualquiera de mis compañeros que en la Dirección General
trabajamos cada día para mejorar la situación de las víctimas del terrorismo.
¿La Constitución española
de 1978 necesita una revisión?
De eso no cabe la menor duda. España ha
cambiado en tres décadas y nuestra Carta Magna ha de ajustarse a la nueva
situación, que en nada se parece a los años setenta, en la que fue elaborada y
refrendada.
Defina
con un adjetivo el movimiento 15-M
¿Pueden ser dos? Prometedor, pero
indefinido.
Puntúe
de 0 a 10
la calidad democrática de nuestro país
Seis.
¿La Administración del
Estado (gobierno central, CC.AA, ayuntamientos…) está sobredimensionada?
Si duda. Los partidos políticos son
expertos en crear burbujas. Y esta, como la inmobiliaria, nos ha explotado en
la cara también.
¿Es
la actual generación de dirigentes políticos españoles la peor de la reciente
democracia?
Es la más mediocre, pero no sólo en
España, tampoco hay líderes en Europa ni en el mundo, salvo honrosas
excepciones, como lo fueron en otra época.
¿Tiene
e-book?
Sí. Hace un par de años.
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