miércoles, 31 de octubre de 2012

Bob Fingerman atrinchera en un edificio del Upper East Side neoyorquino a los protagonistas de su particular apocalipsis zombi en 'Paria Z'



Paria Z.
Bob Fingerman.
Traducción de Olga Usoz Chaparro.
La Factoría de Ideas.
Formato: Rústica con solapas. 23 x 15 cm.
320 páginas.
PVP: 20,95 €
Fecha de publicación: septiembre de 2012.

Todavía me pregunto en qué estaba yo pensando cuando le pedí a La Factoría de ideas este libro. Sí, no me lo ofrecieron. Me mandaron, naturalmente, la nota de prensa y ésta venía acompañada del ritual “Si desea recibir, etc.”, pero nada más. Fui yo el que solicité, qué digo solicité, no saben hasta qué punto puedo resultar tenazmente superfluo, insistí en que me enviaran un libro ambientado en un apocalipsis zombi.

De acuerdo en que era a finales de agosto o inicios de septiembre, en que el calor era insoportable, en que el ventilador solo lanzaba vaharadas de fuego, pero ¿puede resultar esto una justificación? ¿Desde cuándo no le metía mano a una novela… así? ¡Si ni siquiera soy seguidor de The Walkind Dead! Bien, hubo una época en que Stephen King no me desagradaba en absoluto –es más, libros como Misery, It o Cementerio de animales me resultaron subyugantes–, en que por mis manos pasaron obras de Clive Barker o Anne Rice. Cierto es que, ni siquiera de adolescente, fui un devoto de este tipo de literatura y que cuando ya en mis primeros años de universitario, me llegaba la revista del Círculo de lectores, pasaba rápido por encima de esta sección, siempre muy extensa, para llegar cuanto antes a las páginas dedicadas al ensayo. Pero, suponiendo que alguna vez le hubiera prestado atención a esta novela de género, ¿cuánto tiempo hacía de eso? ¿Eh, Miguel? (Miguel era por entonces como mi camello del terror). Mejor, no pensarlo. 

Así que, cuando recibí el paquete de la editorial y lo abrí, no pude evitar sentirme un poco contrariado. Ya no había vuelta atrás. Podía meter algún título que otro entre medias pero tarde o temprano, había que afrontar el hecho. Y el hecho se llamaba Paria Z y tenía 320 páginas. “Una plaga mundial prácticamente ha acabado con el género humano, y los ciudadanos de Nueva York no son una excepción. Ocho millones de zombis, hombro con hombro, recorren las calles, ávidos de carne humana” –leí una vez más en la contraportada–. Parecía evidente que por muchas vueltas que le diera el argumento no iba a variar, que el autor y dibujante de cómic Bob Fingerman, cuyo anterior trabajo como novelista, Bottomfeeder, recreaba la historia de un vampiro de clase trabajadora criado en Queens, no se iba a convertir de pronto en un discípulo aventajado de Thomas Bernhard.

Sin embargo, un detalle de los agradecimientos hizo que mi predisposición se viese alterada en sentido positivo (o igual, pienso ahora, necesitaba encontrar un estímulo para que se allanase un poco lo que se me antojaba como una montaña). En esta página, el autor le rinde homenaje a George A. Romero “por acuñar al zombie moderno”. Según Fingerman, lo único que han hecho sus herederos es jugar con los juguetes creados por el director de La noche de los muertos vivientes. Esto me satisfizo, primero porque, sin encontrarse entre mis predilectas, tal vez ni siquiera entre las 200 primeras, siempre me ha gustado esta película; y segundo, porque en estos tiempos de presuntuosos y de originales no está de más reconocer las deudas cuando éstas se contraen, y decirlo es una elegante y rara forma de pagarlas.

Bob Fingerman.
Reconozco que será una estupidez, pero que la cita de la página siguiente, la que precede al comienzo del primer capítulo (“El hombre necesita sufrir. Cuando no tiene pesares reales los crea. Los pesares lo purifican y lo preparan”), fuese de José Martí, mejoró aún más mi ánimo. Tal vez Fingerman, no hubiese leído al escritor cubano jamás y la hubiera extraído de una colección de citas célebres de internet, o incluso fuese una trampa para snobs (o para los lectores actuales del escritor de Ismaelillo, que son, como se sabe, legión) en la que había picado sin dudar, pero el caso es que al leerla pensé que igual no era para tanto. Cuando unos minutos más tarde me había adentrado en la historia que protagonizan estos residentes de un edificio del Upper East Side neoyorquino que tratan de mantenerse con vida mientras en la calle miles de zombis los acosan, advirtiéndoles de cuál puede ser su más que probable destino, mis temores se habían disipado por completo.

Y fue así, de manera fundamental porque, como en la película de Romero, aquellos seres renacidos informes, pringosos y sanguinolentos que vagan sonámbulamente extendiendo su naturaleza maldita a cada paso, son en el fondo lo de menos. Las causas de su aparición no nos interesan. Podemos especular acerca de si su origen se halla en un extraño virus, en si la infección es de origen extraterrestre o forman parte de un siniestro plan divino. Da igual. Al lector solo le atañen las relaciones que se establecenentre unos inquilinos abandonados a su suerte, extenuados, sin esperanza que van desapareciendo, pasando progresivamente a integrar las huestes del enemigo.

La historia, que recrea un presente concentracionario y que solo de vez en cuando salta a un pasado próximo, situado algunos meses atrás, cuando la devastación aún no había hecho sino empezar, nos instala en ese ámbito putrefacto de un edificio que como un barco a la deriva trata de anclarse en lo meramente humano. Y al decir humano, ya sabemos a qué nos referimos. Hablamos del miedo, de la avaricia, de la lujuria, de los celos, de las pequeñas y grandes miserias que cáustica y microscópicamente Fingerman nos va mostrando encarnados en el pequeño grupo de protagonistas que, como una radiografía de la sociedad neoyorquina de nuestro tiempo, dibuja el autor.

Así, la acción se trufa de referencias a una religión incapaz de proporcionar respuestas y, por lo tanto, aún si cabe más alucinada y absurda; al deseo carnal, del más bruto y básico, al que linda con la ternura, que sigue, incluso en tal escenario desolado, constituyendo una poderosa fuerza; a la violencia, la de los puños y la emocional, que se cierne a cada instante sobre los integrantes del edificio; al arte y la belleza, que incluso en condiciones de extrema necesidad y abandono es capaz de brotar, ya sea en un lienzo, ya en forma de baile comunal bajo la lluvia.

Dibujo de Zotz, alias de uno de los protagonistas de Paria Z.
Como ha escrito, refiriéndose a este libro, el influyente Robert Kirkman, autor de The Walking Dead, Paria Z es una prueba de la versatilidad de la ficción acerca de los zombis. Seguramente  la aparición de un fascinante personaje que marca la transición entre las dos partes que conforman la obra, tiene mucho que ver en esta lisonjera apreciación. Se trata de la adolescente solitaria que camina con su inseparable ipod como si tal cosa entre los muertos vivientes, sin protección de ninguna clase, y que se convertirá en la nueva vecina. Con este personaje enigmático no sólo la comida volverá a alimentar los desnutridos cuerpos de los protagonistas, sino que la esperanza dejará de ser una ensoñación sin sentido.

Probablemente, tarde algún tiempo en volver a leer una novela… así, pero al igual que tengo la certeza de que no conseguiría engancharme a la célebre serie que hoy millones de espectadores siguen ávidamente en todo el mundo,  tampoco albergo dudas acerca de que podría repetir perfectamente la experiencia literaria. Así que, come on, Fingerman, ¿para cuándo una de alienígenas?

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