domingo, 30 de diciembre de 2012

Marvin y Maximilian Thompson (Ginger Ape Books and Films): "El editor se hace, pero se hace a fuego lento"

El esperado encuentro con los ubérrimos libreros menonitas responsables de la espirituosa casa editorial GingerApe Books&Films se produjo en un lugar ultrasecreto situado en un lugar prácticamente inaccesible, a 37 millas de Amberes, tomando el desvío de la comarcal AB-303, pasada la gasolinera de la Shell, cuatro grados latitud norte, en una cabaña junto a un pantano cuyo paradero me comprometí a no revelar jamás.

Se trataba de la primera entrevista que los Thompson concedían a un periodista de un medio español, un país alineado en las filas de la reacción y que, consecuentemente, sólo podía despertar recelo en estos curtidos impresores, de ahí que todas las medidas de seguridad parecieran ser pocas. Tras quitarme la cámara fotográfica, requisarme mi móvil equipado con toda la tecnología del año 2004, y vendarme los ojos,  El librófago fue conducido al lugar consignado con neerlandesa puntualidad escoltado por las figuras de las amazonas pretorianas Aurora Bauer y Belenice Füssli. Ya en la puerta le sorprendió la algarabía. Brindis en lenguas centroeuropeas, chocar de vidrios, pasos rotundos y rítmicos (puede que constitutivos de una antigua danza) dejándose sentir sobre las tablas del suelo.

Cuando la puerta se abrió, noté que unos dedos hábiles me desataban la venda y con los ojos liberados apenas pude distinguir las figuras menudas de mis anfitriones, ya sentadas en sendos sillones de piel, entre el espeso humo del tabaco, mirándome fijamente con aire zumbón. Después, la puerta volvió a cerrarse detrás de mí, no sin que antes una de mis guardaespaldas, no llegué a distinguir cuál, me advirtiera con un deje que creí percibir como germánico: “Una horraa”. En ese momento me llevé las manos al pecho y noté que del bolsillo interior de la chaqueta había desaparecido mi moleskine. Todo tendría que ser memorizado.

Los Thompson en una imagen de archivo.
EL LIBRÓFAGO.- Estimados señores Thompson&Thompson, por sus rasgos físicos, estarán ustedes acostumbrados a que los confundan. Por orientar a nuestro distinguido público. ¿Quién es Thompson y quién es Thompson?
MAXIMILIAN THOMPSON.- Creo que es evidente. El más alto y apuesto, Maximilian. El bajito y regordete, Marvin. [Risas iniciales; inopinadamente, Marvin amaga un jab al estómago de Maximilian].
MARVIN THOMPSON.- En realidad no nos parecemos tanto. Uno es apocalíptico y dionisiaco y el otro integrado y apolíneo. Sólo hay que saber cuándo cada uno es cada cual. [Max amaga un uppercut al mentón de Marvin].

E.L.- Si no me equivoco descienden ustedes de una saga de editores menonitas. Puede decirse que han mamado tinta en vez de leche, si se me permite la expresión. ¿Qué aprendieron de sus antepasados de este oficio? ¿El editor nace o se hace?
MAXIMILIAN.- Aprendimos mucho, pero el oficio ha cambiado enormemente desde que nuestros abuelos abrieron su gran editorial. Hemos pasado de un oficio casi artesano (en las prácticas y en las relaciones) a una actividad hipertecnificada gestionada casi exclusivamente por medios telemáticos. El editor se hace, aunque la esencia, el ideal se halle en su interior. Desde que iniciamos nuestra actividad son muchos los vacíos y obstáculos a los que hemos debido enfrentar y para los que nuestra formación no tenía respuesta. La literatura y su edición exigen de una formación holística, humanista, a veces, demasiado terrena, no siempre revestida de altos ideales, ni limitada a un mero conocimiento del medio y las formas literarias. Existen manuales, sí, pero la práctica los supera con mucho.
MARVIN.- Así es, la edición, despojada definitivamente de su estrecha relación con la imprenta, ya no es una actividad gremial, por lo tanto, poco importa el haber nacido en una familia de editores o en una de alabarderos reales. El haber superado su etapa fabril da una ventaja a los nuevos editores; se trata de una actividad sin oficio, una pura entelequia, en la que la experiencia personal e intelectual se impone sobre cualquier otra realidad. Sí, definitivamente, el editor se hace, pero se hace a fuego lento.

E.L.- ¿Cuáles son los mayores cambios que perciben ha sufrido el sector en estas últimas décadas? ¿Atravesamos un periodo de confusión, de decadencia del libro tradicional? ¿Hay todavía lugar para el romanticismo o matará el e-book a la estrella del papel?
MARVIN.- Me gusta referirme a ello haciendo un paralelismo con la teoría biológica de la adaptación al medio. El e-book no es ninguna evolución de lo anterior, en todo caso es un salto evolutivo, una mutación que ha dado lugar a una nueva especie. Ahora habrá que ver si esta mutación ha sido tóxica o tónica, si realmente va a generar descendencia o se trata de una “mula”, estéril y sin capacidad de autorreplicación más allá de un fútil intento de mímesis de la herencia de sus padres. Creo que lo que conocemos hoy en día como e-book no durará mucho en su estado actual, la continua evolución de la capacidad de transmitir y recepcionar información creará lectores supereficientes pero sin capacidad para comprender la ficción. Es la muerte de la ficción como argumento del lenguaje lo que realmente está en juego, no su soporte. Los libros, el papel, los contadores de historias, las palabras de la tribu desaparecerán para el mundo real, y serán objeto de adoración por algún tipo de coleccionista o secta. Evidentemente, el papel del editor en este caso será el de oficiante de las ceremonias.
MAXIMILIAN.- En cualquier caso, y siendo muchas las responsabilidades del editor, creo que el mayor cambio, la gran decadencia del sector se debe en buena medida al descenso de los índices de lectura. Un libro no es un producto caro, menos aún, en su formato electrónico; sin embargo, pocos son los dispuestos a sacrificar dos o tres copas por un libro; menos, los dispuestos a renunciar a cuatro horas de televisión por el placer de una lectura. Quizá el problema se halla en el escaso valor que se concede hoy a la Cultura, la que todavía se escribe con mayúscula inicial. Para la mayoría, no posee el valor ni del entretenimiento. El problema nunca estará en la aparición y desarrollo de un nuevo soporte, de una nueva plataforma de lectura o de interacción con las Letras. Eso es enriquecedor, y siempre habrá lugar para el libro electrónico; es un producto más, un medio adaptado a los tiempos, nuevas posibilidades. Pero de qué sirve si son pocos los que lo utilizan.

E.L.- Si no me fallan las cuentas, en España existen unas cuatro mil editoriales, se publican más de 60.000 títulos al año, lo que nos convierte en la cuarta potencia en este ámbito a nivel mundial. Es decir, existe una oferta inmensa, que no se ve correspondida con nuestros índices de lectura, que no son, como es conocido, nada halagadores. Y en este marco, en el contexto de la mayor crisis económica y social que nuestra generación ha conocido, llegan ustedes y deciden montar una editorial. La pregunta es… ¡?!
MAXIMILIAN.- Los sueños no entienden de números… aunque quizá deberían. Creemos, o queremos creer, que la supervivencia (y la nuestra, la del sector, ya en sí, será todo un éxito) dependerá en gran medida del producto ofrecido, de conciliar limitaciones y gustos personales con las necesidades e intereses del lector. La edición no se puede limitar al libro, y menos aún, a su mero intercambio comercial. Debe atender al sujeto lector, al hombre. La edición no es sólo una práctica comercial; es ante todo una disciplina humanista. Debe escapar a las tradicionales formas de interacción, buscar nuevas parcelas y nichos de actuación, reinventarse; y para eso, debe atender y observar al hombre, comprenderlo, citarlo e incitarlo, provocar en él una sugestión, una propensión, un deseo. Persuadirlo de que el libro, sea nuestro o no, de que la lectura es y siempre será un placer y un beneficio. En él hallará respuestas; y con él surgirán nuevas preguntas. Sólo así podrá conocer el mundo en que se inscribe. No es convertir al editor en mono de feria; no. Tampoco degradar la obra en pro de unas formas espectaculares atractivas. No, nada de eso. Para eso ya existen otros con los que nunca podremos y con los que nunca querremos competir. Es replantear desde los mismos cimientos la ecuación Editor-Libro-Lector; buscar incesantemente nuevas formas de relación en beneficio de las partes, de ambas. No pretendemos lucrarnos; tan sólo hacer lo que nos gusta y sobrevivir; aportar nuestro granito de arena a este mundo y crecer, crecer junto al lector.
MARVIN.- Max lleva mucha razón en lo que dice. Convertirse en editor es desatender todos los consejos prudentes y sabios que la gente de tu entorno y los especialistas en economía hayan podido darte. Es ir contra todo pronóstico, una vuelta a la etapa de rebelión adolescente, un corte de mangas a la disciplina laboral basada en un modelo formativo de dirección única. Porque lo mejor de todo esto es que no se puede estudiar para ser editor, aunque ahora proliferen los Máster para ello, es una actividad básicamente amateur, de diletantes y arribistas, o de meritorios en el mejor de los casos. Siendo osado diría que no se puede ser editor de pleno derecho sin tener el control directo sobre una editorial. Lo otro sería trabajar en una editorial, que es muy diferente. Supongo que esto es también parte de la recompensa.
Cartografía literaria de Ginger Ape.
 E.L.- Sin embargo, a pesar de ese carácter “amateur” del que hablan, se definen ustedes como “también, y ante todo, una empresa”. ¿Podemos entonces desmentir que sea esta una operación de blanqueo de capitales provenientes de la explotación de unas minas de oro en las cuencas andinas? ¿Qué tiene que decir el ingeniero de letras Marvin Thompson de estos infundios? ¿Es cierto también que en vez de calculadora utiliza un ábaco?
MAXIMILIAN.- En realidad, es todo lo contrario. Marv es un robot-calculadora, sus formas físicas lo delatan, capaz de los cálculos más complejos y con una precisión de hasta siete decimales [nuevo amago de directo]. En realidad, y pese a todos nuestros sueños y delirios, somos plenamente conscientes de que la supervivencia pasa por lo comercial, por lo empresarial. Abominamos de esta parte, pero para mantener los sueños sabemos que es necesario vender; si no, los sueños se tornarán pesadillas.
MARVIN.- No podemos desmentirlo del todo, porque, como Rimbaud, antes que poetas, preferiríamos traficar mercaderías no declaradas desde Abisinia. Pero por algo hay que empezar. Los libros no dejan de ser una buena opción. El término empresa lo entendemos en el sentido que le atribuían los antiguos griegos, como tal, es algo heroico y probablemente traerá consigo alguna fatalidad. Ni calculadora ni ábaco, debo reconocer que utilizo vulgares hojas de cálculo; pero sí es verdad que mis aislados ataques de ludismo tienen mucho que ver con la necesidad de realizar algo con tus propias manos, de recobrar la dignidad del artesano, o bien de caer rendido hasta la extenuación después de un trabajo mecánico y repetitivo de sol a sol, sin permitir que un cuerpo ocioso ataque a una mente cansada. Max, ¿Es esto a lo que se refería Goya con aquello de “El sueño de la razón produce monstruos”? [Maximilian mira incrédulo a Marvin]
MAXIMILIAN.- Sepa Dios qué demonios quieres decir. [Risas] A ver, trataré de entenderte y explicarme. Existen muy diversas interpretaciones y las más, enfrentadas. Dos son las clásicas o principales, e igualmente antitéticas. Y a mi juicio, sólo en la conciliación de ambas podemos hallar la clave que explica el aguafuerte… [Max se concede unos segundos] Y si intuyo hacia dónde te diriges, incluso me atrevería a decir que permiten explicar nuestras propias contradicciones personales y cómo de esa conciliación surge la clave de nuestro entendimiento. Bien, me explico. Según la primera de las interpretaciones, Goya confía ciegamente en la razón; y le concede primacía sobre el sueño, sobre la fantasía, entendida como fantasmagoría: la carencia de razón, aun momentánea, da paso al imperio nocivo del sueño, de la fantasía, de la pesadilla. Cuando no impera la razón, surgen los monstruos. De acuerdo con la segunda interpretación, igualmente válida o certera, Goya descubre que la razón no es más que una quimera, algo que se proponía como ideal, como certeza, como solución, pero que se ha revelado un error. Esto es, la excesiva confianza en la razón produce monstruos. A mi juicio, Goya quiso jugar con esta ambigüedad, con la anfibología, pues ambas lecturas, ambos posicionamientos son igualmente válidos. Y es precisamente en su mutua aceptación que hallamos respuesta al jeroglífico, o al menos un atisbo de verdad. Marv se decanta por una interpretación, yo me decanto por otra, no es importante decir cuáles, pero sabemos que sendas lecturas son válidas; entusiasmo y desengaño en dosis iguales. Y por nuestro bien y por el del negocio ambas deben ser consideradas… [Max clava su mirada en Marv y sonríe] Y si no era eso lo que querías decir, pues ahí queda dicho.

E.L.- Definan, aplicada a Ginger Ape Books & Films, la expresión “generador de contenidos culturales de consumo”. Y, por favor, no se me pongan muy estupendos.
MAXIMILIAN.- Creo que es una fórmula preñada de posibilidades. Por un lado, refiere nuestra intención de llegar a un público amplio, de abarcar unos contenidos y temáticas diversas, de escapar al mundo altamente especializado del que procedemos, a las cárceles que la Haute Culture o la tiránica Academia imponen al conocimiento, incapaces de democratizarlo, de hacer llegar al común de la sociedad el producto de sus investigaciones y desvelos, de trasmitir la palabra, el saber a un número no restringido de ciudadanos. Por otro lado, el hecho de no querer limitarnos sólo al libro. Queremos ofrecer un producto diferente, enriquecido, pródigo en posibilidades, en referencias, apoyado en materiales complementarios que llamen o colmen la obra. Y además, somos también productora…
MARVIN.- Sí, es todo eso, no podría explicarlo mejor. Acaso podría resumirlo diciendo que esencialmente obedece a nuestra intención última de servir de base al exponente, es decir, no nos limitamos a recoger lo que está ahí afuera; si no encontramos lo que nos gusta, lo crearemos nosotros, o ponemos todos los medios para que otros puedan hacerlo. Y también lo utilizamos como expresión porque una dinamo es un generador eléctrico accionado por energía mecánica, y siempre fuimos fieles seguidores del Dínamo de Moscú y del Aullido de Ginsberg.

E.L.- Ya ha sobrevolado la conversación, pero quisiera detenerme un poco más en este punto. Reivindican la figura del EDITOR, en mayúscula, un editor que es también “co-autor”. Y, sin embargo, en tiempos en los que no sólo los escritores sino que los editores multiplican su presencia en los medios, en ocasiones hasta el vedetismo, resultan con frecuencia esquivos, enigmáticos, inaprensibles. Confiesen: ¿obedece a alguna premeditada estrategia de marketing o a una genuina y auténtica propuesta ético-estética?
MAXIMILIAN.- Es nuestra forma de afrontar el día a día. Somos pudorosos… y muy pagados de nuestra intimidad. Necesitamos preservar una parcela de humanidad, de cotidianidad o si lo quiere, de vulgaridad. No todo es, ni han de ser libros; no todo es, ni han de ser grandes reflexiones o disertaciones. Necesitamos mantener un alejamiento que nos proporcione perspectiva, que nos haga enfrentarnos al trabajo con plenitud, con el deseable equilibrio, lejos de tensiones atenazantes o asfixiantes. Y sobre todo, queremos, o mejor, queríamos que fuese el trabajo el que hablase por nosotros. Pero esto es sólo un deseo… casi utópico; la realidad es que hoy la editorial ocupa el 100% de nuestro tiempo y que las más de las veces somos nosotros los que debemos hablar por nuestro trabajo.
MARVIN.- Decididamente creemos que hablar de nuestros libros resulta un poco grotesco. Es como el poeta al que se le obliga a romper el misterio de su poesía leyéndola ante un auditorio. Siempre es mejor escribir sobre libros que hablar de ellos. ¿Por qué se cree que los viajantes del metro forran las cubiertas de sus libros?

E.L.- A pesar de que su discurso pueda parecer añejo, resultan a la vez extremadamente contemporáneos (enarbolando banderas como el e-book, el crowfunding, modalidades de Impresión Bajo Demanda, etc.), al tiempo que sus productos destilan un sabor clásico, tradicional, que se nutre de la alta cultura y la cultura popular de finales del siglo XIX y primer tercio del siglo XX. Su web, de hecho, es la prueba más evidente de esta amalgama a la que aludo. ¿Se consideran un típico producto cultural de la “posmodernidad”?
MAXIMILIAN.- Mire, no lo sé. Defina qué entiende por posmodernidad y después hablamos… La cultura a la que alude y que sin duda marca una parte de nuestra imagen y nuestro proceder editorial está institucionalizada. Antes que alta es popular, a todos accesible y reconocible; y si no, así lo pretendemos. Miramos al pasado, empleamos los medios que pone a disposición el presente y tratamos de adelantarnos al futuro. Pero creo que seríamos un producto cultural posmoderno si viéramos y entendiéramos nuestra actividad como algo ajeno al compromiso social. Y nada más lejos de la realidad, y nuestro carácter, ideología y la propia actividad que desarrollamos así lo demuestran. Ciertamente, no nos ceñimos a los valores establecidos, ni tampoco queremos… Nos gusta subvertir el orden, escapar a los clichés, ser nosotros mismos; pero la postura no es individualista, es de absoluto compromiso… Y en cualquier caso, no domina toda nuestra actividad. Ofrecemos una imagen y unos productos muy diversos. Somos contradictorios, como sólo los hombres pueden serlo; pragmáticos, pero también soñadores, utópicos… ¿no es la posmodernidad el fin de la utopía? Somos hijos de nuestro tiempo, y nuestro tiempo se contradice. Tratamos de discernir y tomar lo mucho y de valor que nos legó el pasado, incluida la modernidad, con todos sus sueños y delirios, y personalmente, me gusta imaginar aquel tiempo como un referente espiritual, estético; pero también necesitamos superar el pasado, también necesitamos modificar el presente y crear un futuro. Y aquí, cómo ve, sólo cabe la contradicción o, paradójicamente, la hibridación posmodernista. Es verdad que hacemos especial hincapié en la imagen, que entendemos el arte, en todas sus formas y expresiones, como la más alta realización humana. Y que en conformidad adoptamos una actitud o un perfil esteta. Sí, es totalmente cierto. Nos gusta cuidar de nuestros productos, es parte de nuestro ser, de nuestra actitud y compromiso. Atendemos por igual a todos los factores que conforman su elaboración; y la imagen, el objeto, es parte integrante y absolutamente esencial de este… Que todo esto representa para usted la posmodernidad, no lo sé. Pero me veo muy alejado de aquellos que lo representan. Aunque quizá la propia negación implique posmodernidad… En todo caso, si necesita una palabra con la que definirme llámame punk y no posmoderno; o acaso pos-posmoderno. Y no vuelva a emplear el término típico conmigo o algunas de mis realizaciones o le parto la cara [Risas].
MARVIN.- Tenga cuidado, señor Librófago, Max es un boxeador tremendamente posmoderno… Pero sí, intentamos aprovechar todas las oportunidades que nos brinda la tecnología, enajenada muchas veces de la propia ciencia, para hacer las cosas de otro modo. No queremos someternos al cíclico funcionamiento de la cadena del libro. De hecho, no conozco un ejemplo más claro de biotopo ultracapitalista que la industria editorial. Haciendo un chiste fácil, es un ejemplo “de libro”. Contemplamos una máquina insaciable que para su sustento necesita fagocitarse a sí misma, de tal manera que inevitablemente terminará colapsando. Si es por defecto o por exceso no lo sabemos, personalmente preferiría dejarla morir de hambre. En definitiva, no tiene sentido plantearse hacer funcionar una editorial en este momento desde una óptica del siglo pasado. ¿Qué fue del Siglo XX?  

E-L.- Si echamos un vistazo a su todavía modesto catálogo, distribuido en cuatro colecciones, y contemplamos tanto los cuatro libros publicados hasta la fecha así como algunos de los que ya han adelantado algo, descubrimos que sienten cierta inclinación por la literatura de género (pienso en De Marchi o Jarro), y también por autores importantes de nuestras letras prácticamente olvidados, como Luis Antón del Olmet, uno de los máximos representantes de la bohemia española. ¿De dónde viene esta predilección por la literatura de ambientes lúgubres, periférica?
MAXIMILIAN.- De nuestra propia periferia vital. Somos outsiders y nos gusta aquello que lo representa. Pero estos no son los únicos ambientes que frecuentamos. Abarcamos, abrazamos y disfrutamos otros muchos campos. Quizá Olmet sea el caso más flagrante y representativo. No es un bohemio, aunque conozca la bohemia. No es un hombre desmedidamente culto, aunque irradie cultura. No es vanguardista, pero sí una persona moderna. Aboga por la comprensión, adopta actitudes de gran humanidad, pero no duda en emplear la violencia. Capaz de lo mejor y de lo peor. De mezclarse con la canalla y de frecuentar las tertulias más distinguidas. De participar de la nobleza, es hermano del marqués de Dos Fuentes, y de luchar contra el caciquismo. Esa es su contradicción y también, en alguna medida, la nuestra.
MARVIN.- Sencillamente, la aventura literaria no tiene sentido si olvidamos a estos escritores, personajes muchas veces de su propia novela. Hay que buscar para creer; la negación forma parte del paisaje. Recurrir a los hermosos y malditos es casi una obligación porque el presente continuamente interpola al pasado con cara de pocos amigos. La buena literatura siempre es pornografía, lo demás es sólo ortografía.

E.L.- Tanto De Marchi, como Luis Antón del Olmet, uno italiano y liberal, el otro español y de todas las ideologías y ninguna, son hasta ahora unos grandes desconocidos en nuestro país. Quería preguntarles cómo llegan hasta ellos y qué les han aportado mientras los abordaba.
MAXIMILIAN.- En cuanto a De Marchi, qué decirle. Soy italo-suizo, un enamorado de Dostoievski y un reconciliado con el género negro: Jan Ray y Harry Dickson son los culpables. Salvo el ascendente helvecio, todo los demás caracteres son compartidos, y parecían conducirnos indefectiblemente a su publicación. Por lo que respecta a Olmet, creo que con mi anterior alegato respondo en parte a su pregunta. Sea como fuere, su vida y su obra nos sedujeron desde un primer momento… y nos decidimos a intentarlo, quisimos recuperarlo. ¿O es que acaso no apostaría Ud. por alguien que es capaz de adelantarse 20 años a Huxley y prefigurar Un mundo feliz? Que qué nos han aportado: sobre todo, satisfacción, mucha satisfacción; y el placer del conocimiento y unas buenas lecturas…
MARVIN.- Amén.

E.L.- Como contrapunto, también han publicado un precioso cuento ilustrado a cargo de una joven artista, Gloria Lizano, e incluso entre sus primeras novedades hallamos una novela histórica ambientada en el antiguo Reino de Granada. ¿Cómo justifican esta heterogeneidad? ¿No temen dispersarse?
MAXIMILIAN.- No, sinceramente. Poseemos cinco colecciones diferentes, que dan cabida a temáticas y géneros diversos. Creemos enriquecedora tal variedad y nos gusta escapar a los lugares comunes. Además, como editores es nuestro deber apostar por la novedad, por el presente, o mejor, el futuro, estar abiertos a la recepción de inéditos, cuidar de la creación, de los escritores noveles. Si no, nuestra labor resultaría incompleta, sería, en cierta medida, estéril.
MARVIN.- Para un editor, la mayor satisfacción es trabajar con materia “viva”. Descubrir un autor que tiene cosas que contar, moldear el caldo primigenio de la ficción, conducir el proceso creativo hasta su estallido final es hermoso, es la sustancia de la que nos alimentamos, nuestras esperanzas están puestas en ello. Imagínese que Howard Carter, cuando encontró la tumba de Tutankamón, al abrir el sarcófago, en vez de los restos de una momia muerta hubiese despertado al verdadero rey de Egipto. ¿Mucho mejor, no? Las posibilidades entonces serían ilimitadas, nos trasladaríamos de lleno de la arqueología a la biología. Pues bien, es algo parecido.

E.L.- ¿Qué lugar ocupa la iniciativa que han bautizado bajo el sugerente título Ópera Pantagruélica dentro del proyecto? Creo que está inspirada en las políticas de Creative Commons y que pretende mantenerse al margen de las leyes del mercado. ¿Cómo es eso?
MAXIMILIAN.- El mismo lugar que cualquiera de las restantes colecciones. Se trata de una colección abierta, aperiódica, gratuita y digital, que aspira a dar cabida a material muy diverso y no siempre canónico. En ocasiones, serán textos complementarios a los títulos publicados en las restantes colecciones, que deberán redundar en el conocimiento de nuestros autores y de su particular contexto; en otras, materiales perdidos, olvidados, inéditos… que por sus especiales características no tienen cabida en otras publicaciones al uso, pero que merecen un lugar destacado en nuestros anaqueles, ser rescatados del silencio al que se han visto o se ven abocados; en otras, materiales generados por la propia casa o por terceros; proyectos por los que apostamos y en los que confiamos, que de este modo pueden encontrar salida o, en su caso, seguir creciendo. Es una colección que nos otorga cierta libertad y que está dotada de gran maleabilidad.
MARVIN.- Precisamente, es nuestra respuesta a la tiranía del mercado y sus agentes. Es una especie de “huelga a la japonesa”, inundamos el mercado de productos que a priori no obedecen a las exigencias del marketing o a las de la propia industria, pero lo hacemos incumpliendo sus leyes, jugando sucio. Quizás no somos asesinos, pero no se nos negará la condición de tahúres, y borrachos, e incluso alguna veces neuróticos. Además, existe un claro precedente de cómo estas conductas inmovilistas atentan contra la propia viabilidad del negocio. ¿Qué ocurrió cuando el consumidor se dio cuenta de que la limitación por minutaje que imponía el vinilo ya no tenía sentido en el CD y mucho menos con la llegada del MP3?

E.L.- La especial atención que le brindan a los aspectos artísticos, como ya se ha cometado, es también palpable en todo su trabajo. Sin embargo, las de ustedes son ediciones relativamente baratas. Me intriga qué les ha llevado a adoptar esta filosofía apostando por ediciones económicas, de entre 12 y 14 euros aproximadamente para libros de más de doscientas páginas, a costa de sacrificar calidad en el papel pero sin renunciar a unos estándares de diseño altos. ¿Es una decisión asentada en cálculos de rentabilidad o en otro tipo de consideraciones estéticas?
MAXIMILIAN.- Responde a muchas consideraciones y, desde luego, la estética es fundamental; pero también, y fundamentalmente, la accesibilidad a un producto cultural. Queremos hacer llegar nuestros productos al mayor número de ciudadanos, pero sin descuidar por ello el objeto, el libro. Partimos de una premisa fundamental: la cultura ha de ser universal y a todos accesible, por eso el otorgar copyleft a muchas de nuestras ediciones; dos de los cuatro libros hasta ahora publicados lo poseen, amén de ser enteramente accesibles a través de 24symbols, el spotify literario. La situación social no permite derroches y desgraciadamente la cultura si no lo es, en la gravísima recesión que vivimos, así se considera… Además, también fuimos jóvenes, y también quisimos, pero no pudimos. No está en nosotros negar esta posibilidad.
MARVIN.- Hay que tener en cuenta que el producto que nosotros ofrecemos es un tipo de libro que raramente se encuentra. No es bolsillo ni por tamaño ni por calidad, no es tapa dura, ni siquiera es una rústica superior al uso de algunas nuevas editoriales. Es un libro en el que se han cuidado todos los aspectos al máximo, en el que están todos los contenidos que podrían ir en una primera edición en cartoné, pero a un precio inferior.  Y todo porque a nosotros las ediciones que más nos gustaban siempre fueron las de bolsillo. Llámalo nostalgia. Quizás se podría definir como una edición “superbolsillo”. Por lo tanto nada tiene que ver la rentabilidad, máxime cuando es mucho más rentable un libro caro que otro barato. Su mejor cualidad es que independientemente de que sea una novedad o una reedición, todos los títulos comparten el mismo trato y distinción. No queremos que vayan a la mesa de novedades de rápida reposición, sino al estante donde se guardan las colecciones de referencia.

E-L.- Señores Thompson, presumen ustedes hasta de tener una vertiente “verde”. Esto es visible en su complementaria apuesta por el libro digital, en el hecho de que en todas sus impresiones utilizan papel con certificación FSC (Forest Stewardship Council) y, además, aunque de momento es sólo el inicio de un proyecto más ambicioso, del que no sé si pueden ya hablar, en que han tomado a su gestión y cuidado una finca forestal arbolada en Cazorla para compensar la huella de carbono generada por sus actividades empresariales. Vamos, que son más chulos ustedes que un judío de Nueva York votante de Iniciativa els Verds. Ahora, en serio, ¿de dónde viene esa admirable toma de conciencia medioambiental?
MAXIMILIAN.- Es puro compromiso con el mundo en que vivimos. Nada más.
MARVIN.- Bueno, se olvida usted que somos suizos, y que una rama de nuestros antepasados emigró al Canadá. Son dos países donde la naturaleza es primordial, se podría decir que imprime carácter, lugares donde aprendes antes a distinguir las huellas de una ardilla que las trazas de una mala frenada. Pero es verdad, estamos muy sensibilizados con la protección de nuestro entorno. La ecología bien entendida es prácticamente la última batalla pura que queda por librar. Cuidamos de la masa forestal y habilitamos un lugar de retiro, tecnológicamente aislado, hostil y reconfortante a la vez, bello y sublime, donde cada tarea requiere de un enorme esfuerzo para ser realizada, recuerdo vivo de los hornilleros, los primeros colonos de estas sierras. Un abandonado refugio de pastores que pretende ser lugar de reunión y sala de máquinas de escritores, artistas, editores y demás gente de vil ralea.

E.L. Uno de los puntos capitales, todo el mundo conviene en esto, para alcanzar el éxito reside en la distribución y en el contacto con los libreros. Unos y otros están resultando también muy azotados por la actual crisis. Todavía están en los inicios y entiendo que este es un camino que debe hacerse poco a poco. Hablan ustedes de “librerías híbridas”. ¿En qué consiste este concepto y hasta la fecha, cómo está avanzando ese proceso de implantación para poner sus libros a disposición de los lectores? ¿Progresa adecuadamente?
MARVIN.- Todo esto es complejísimo, porque supone partir de cero e intentar cambiar un paradigma que lleva incontables años interpretándose como único. No queremos, ni podemos, estar presentes en todas las librerías. Pretendemos que exista un maridaje entre la librería y nuestros libros, una relación sentimental por encima de lo estrictamente comercial. El contacto con el librero debe ser directo, el trato, el mejor posible, después de la debacle ya en marcha, las pocas librerías que queden con el cartel colgado por el lado de “abierto” deben salir reforzadas de esta unión. El concepto de “librerías híbridas” no está del todo definido aún, pero se trata de un espacio donde se pueda disfrutar de la cultura de las letras en todos su formatos posibles, donde se pueda comprar un libro en papel, descargar, alquilar o visualizar un título en formato electrónico, imprimir un libro a medida mediante máquinas express de impresión bajo demanda, chatear con un autor, asistir a una videoconferencia, etc. Las posibilidades son múltiples y prácticamente inagotables. Para conseguir esto, creemos que la unión entre libreros y editores tiene que ser mucho más estrecha que la actual. Nuestro Departamento de Prensa se centra en conseguir estas alianzas y sinergias.
MAXIMILIAN.- No puedo añadir nada más. Como diría el padre Anderson del anime Hellsing: “Ameeeeeeeen” [en inglés].

E.L.- Y otra pata fundamental es la dimensión pública, la promoción, la labor de difusión para que los lectores conozcan sus títulos. Supongo que, además de su activa presencia en las redes sociales, hay que pelear duramente para que los medios les presten atención con tanta competencia y, no vamos a engañarnos, con tanta publicación con tantos compromisos no siempre inocentes. Si a esto le sumamos que su presupuesto publicitario no creo que sea mucho más del doble de la cantidad que dedican a traductores de swahili, está claro que el papel de los propios lectores (esa “comunidad lectora” que pretenden crear) en actuar como aliados y voceros es fundamental. ¿Cómo enfocan esa labor de comunicación?
MARVIN.- Efectivamente no creemos en los bombardeos masivos. Tal y como lo define nuestro Departamento de Prensa, nuestra labor ha de ser más de irrigación que de inundación. Pero los medios siguen cumpliendo su función, y no hay que ignorarlos, otra cosa es que ellos te ignoren a ti. Hay excelentes periodistas y críticos en este país. Pero la comunidad de lectores que tiene su origen en la red tiene un motor de funcionamiento radicalmente distinto, basado en el reconocimiento y no en la adulación, es a ellos a los que queremos llegar, la posibilidad de mantener un contacto directo sin necesidad de prescriptores externos es una oportunidad que no debemos dejar escapar. Desde el departamento de prensa se intentan abrir tres caminos paralelos y que deberían ser más a menudo convergentes: libreros, medios y lectores. Y el próximo paso será crear un proyecto colaborativo con nuestros lectores…
MAXIMILIAN.- Creo que ahí reside buena parte de nuestro potencial, de nuestras aspiraciones, que ahí se halla una de las claves de nuestra supervivencia y éxito: en el lector y en esa relación directa, de proximidad que buscamos establecer con él. Es absolutamente cierto que requerimos de los medios y que no podemos en modo alguno desdeñarlos. Pero como bien intuyes, nuestras capacidades económicas son limitadas; y nuestra opinión del marketing y la comunicación, algo particular… En cualquier caso, el destinatario del libro es el lector, el consumidor. Y una empresa ha de cuidar no sólo de sus productos; también de sus clientes, ha de promover canales para su comunicación y participación. Es nuestro deber escuchar su voz, aprender y crecer con ellos.

E.L.- Por cierto, además de los clásicos y no tan clásicos que recuperan, supongo que aceptan originales para su evaluación. ¿Cuál es su política de publicaciones en este sentido?
MAXIMILIAN.- Como ya dijimos anteriormente, es parte de nuestro deber y compromiso. No existe una política definida de publicaciones inéditas. Valoramos todo aquello que llega a nuestras manos, siempre que se ajuste a nuestras normas de envío de originales, lo pensamos y repensamos, y finalmente, decidimos de común acuerdo si es adecuada su publicación, que ajustamos a nuestro calendario de publicaciones. Nada más. En esta ponderación son muchos los factores a considerar; y si quiere saberlo, los económicos, aunque lógicamente presentes, no priman… ¿O acaso pueden hacerlo en una actividad tan desgraciadamente deficitaria?
MARVIN.- Pues es una tarea que asumimos con especial empeño y delicadeza. No contratamos a lectores externos. Todos los juicios se hacen desde dentro de la editorial, porque es una tarea estratégica que no se puede delegar, por mucho que la política de la mayoría de editoriales no sea precisamente ésta.

E.L.- Estamos llegando casi al final y no quería dejar pasar un asunto como el de su actual situación después de los últimos cambios en la SIA. ¿Está la libertad de expresión tan amenazada por los poderes fácticos (grandes corporaciones, gobiernos despóticos, pseudodemocracias, etc.) como en los tiempos en que el mero hecho de imprimir un libelo podía suponer la persecución, el destierro o la cárcel? ¿Son hoy esas amenazas más sutiles? ¿Se llaman mercados, pensamiento único, neoliberalismo, Henry Clermont Du Chardonnay?
[Risas] [Max adopta un tono grave].
MAXIMILIAN.- Parece evidente que sufrimos un grave menoscabo de nuestros derechos y libertades. No avanzamos, retrocedemos. Y a decir verdad, dudaría en llamar a esto democracia… Hemos debido autocensurarnos y, por una cuestión legal, tenemos paralizada una de las obras de nuestro catálogo original. No creo que los medios sean distintos o más sutiles, de hecho, me parecen más groseros y descarados, rayanos casi el insulto. El poder se sirve de las mismas herramientas, del mismo discurso, de la misma retórica que en el Antiguo Régimen. Pero poder es poder. Evoluciona quizá el revestimiento, pero el fondo, el mensaje y sus consecuencias siguen siendo los mismos.
MARVIN.- Claro, quizás los poderes fácticos ya no son tan identificables, ni curas ni guardias civiles ni caciques, pero en lo que respecta a la cultura, recurriré para responder a una vieja idea conspirativa de Coleridge: “Los hombres de Porlock”.  En todo tiempo y lugar existe una élite encargada de salvaguardar el verdadero saber y de preservarlo para aquellos iniciados que puedan darle buen uso, y de paso engañar al pueblo con sustitutos de poca graduación. Si buscamos un equivalente actual, diría que la superpoblación de ciertos títulos en el mercado no tiene otro objetivo que ocultar aquellos que verdaderamente merecen la pena leerse.


E.L.- A todo esto: ¿Ginger Ape Books & Films? ¿No encontraron un nombre más difícil de recordar? ¿Cada vez que alguien consigue pronunciarlo bien resucita un gatito, o es otro enigma, como el Rosebud de Kane?
[Nuevas risas]
MAXIMILIAN.- No creo, la verdad, que sea difícil de recordar... Ginger Ale, Ginger Rogers, Guano Apes… En cuanto al enigma que ciertamente esconde, es menester que conteste Marv, aunque quizá después te deberíamos matar.
E.L.- Qué manía.
MAXIMILIAN.- De él surgió la idea… Y yo la secundé de inmediato.
MARVIN.- Lo del gatito no me parece mala idea, siempre me han gustado los gatos. Como dice Max, no es de recibo terminar esta entrevista con un crimen, y además no tengo mi vieja “Thompson” a mano, por esto sólo te diré que todo comenzó con la palabra “ginger”, que además se heredaba de otro proyecto anterior. En su lengua original, “ginger”, tiene múltiples acepciones, desde el jengibre, que de hecho es una raíz sumamente extraña y polimorfa, hasta pelirrojo, también bizarro en el sentido de extraño, sin olvidar que opcionalmente se utiliza para denominar a grupos de presión o de activistas. El apellido “Ape” no es más que un juego de palabras, pero surge de una imagen muy poderosa, que es la de una bella mujer bailando con un mono gigante. Ginger Rogers es la bailarina y Ape Astaire es el bailarín. De todos modos, “Libros del Mono Pelirrojo” tampoco queda mal, ¿no?

E.L.- Sí, pueden saludar…
MAXIMILIAN.- A nuestras mujeres, amantes, vástagos y bastardos… No, es broma. Un abrazo a todos los amigos, que no son muchos, y un beso grande para la prófuga Belenice.
MARVIN.- A nuestros siempre heroicos lectores. 


Un editor de referencia.
MARVIN: El que ustedes saben y aquellos que dieron forma a las primeras versiones escritas de la Ilíada.
MAXIMILIAN: Marvin Thompson.

Un libro de su editorial.
MARVIN: Crónicas Ginebrinas.
MAXIMILIAN: El sombrero del cura.

Un libro de otra editorial.
MARVIN: El libro rojo de Jung  (Editorial Siruela).
MAXIMILIAN Serían cientos.

Ese autor pendiente, deseado…
MARVIN: Secreto empresarial. Pero me hubiese encantado publicar Mountain man, de Vardish Fisher, si Valdemar no se hubiera adelantado.
MAXIMILIAN: Barbey d’Aurevilly (pendiente); y deseados: M. Muhammad Knight (del que hemos adquirido los derechos de publicación de su obra más conocida), DBC Pierre, Robert Sabbag o Stewart O’Nan.

Aquella primera librería de su infancia.
MARVIN: De pequeño siempre fui más de bibliotecas.
MAXIMILIAN Del Porcellino (Florencia).

Un lugar para leer.
MARVIN: Una taza de café.
MAXIMILIAN: Cualquiera.

Esa palabra obsolescente a reivindicar…
MARVIN: Austrohúngaro (va por ti, maestro).
MAXIMILIAN: Libro.

La película de su vida.
MARVIN: El evangelio según San Mateo.
MAXIMILIAN: Star Wars.

Un tipo de letra.
MARVIN: Un criptograma.
MAXIMILIAN: Caslon.

¿Tiene e-book?
MARVIN: Sí. Lo utilizo para crear una biblioteca itinerante de libros que nunca leeré.
MAXIMILIAN: No. Bueno, sí, uno regalado y sin estrenar. Soy ávido coleccionista; y en mi hogar, siempre habrá espacio para un libro. Todavía prefiero leer en papel.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

La influyente poética de Marcel Schwob al descubierto en 'El deseo de lo único. Teoría de la ficción' (Páginas de espuma)



El deseo de lo único. Teoría de la ficción.
Marcel Schwob.
Edición de Cristian Crusat.
Traducción de Cristian Crusat y Rocío Rosa. Voces/Ensayo.
Formato: 21,5x14 cm.
312 páginas.
PVP: 21€.
Fecha de publicación: octubre de 2012.

En abril de 1891, antes siquiera de haber publicado su primer libro y coincidiendo con el inicio de su lustro estelar, aquel periodo en el que se concentra la mayor parte de la producción de su, por otra parte, corta vida, Marcel Schwob (Chaville, Hauts-de-Seine, 1867–París, 1905) mantenía la conversación literaria con W.G.C. Byvanck que abre el presente volumen y en la que se perfilan algunas de las grandes obsesiones, articuladas a través de una serie de reiteradas oposiciones, que marcarán su singular trayectoria: el individuo frente a la masa, el arte frente a la historia, lo sensible frente a lo inteligible, la diferencia frente a la semejanza, el terror frente a la piedad (tema que ocupa el primer texto que firma en esta obra) y de manera muy singular, la vida frente a la biografía, aparente dicotomía que le llevará al descubrimiento del que es considerado uno de sus mayores hallazgos, el género de la “vida imaginaria”, el cual, pese a contar con antecedentes tan remotos como Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio o Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos, de Cimbaue a nuestros tiempos de Giorgio Vasari, encuentra en Schwob, sin menoscabar el valor de títulos como Las vidas de las personas eminentes de John Aubrey –a quien le reconoce la deuda–, o el Gaspard de la nuit de Aloysius Bertrand, a su más reivindicado y preclaro padre.

Tan sólo unos días antes de este encuentro, Jules Renard, que había recibido a Schwob en su casa hasta altas horas de la madrugada y con el que había departido (en realidad él solo escuchaba) sobre Esquilo, comparándolo con Rodin, apuntó: “De pronto la lámpara se apagó. Encendí las velas del piano. El rostro de Schwob quedó en la sombra. Siento que ese muchacho ejercerá en mí una influencia enorme.” No es Schwob un raro entre otros raros. “Escritor-universo”, “escritor-cabaña”, “homo duplex”, criatura doble como los escenarios míticos, como lo define en su prólogo Cristian Crusat –en tanto que el escritor francés  consideraba también que para cualquier hombre el mundo (y su corazón) es doble, “al tener conciencia de sí y de los otros”–, este enfermizo sobrino de bibliotecario que se dio a la morfina para no sentirse todo el tiempo como un “perro viviseccionado”, levantó sus obras sobre una portentosa erudición –“un poco talmúdica que de todo hacía acopio”, en palabras de H. Juin– sobre una inteligencia de “pesadilla”, como la describió su esposa, la actriz Marguerite Moreno, en la que las fronteras de los géneros se borran subsumiendo cuantas tradiciones conoció, desde los mitos orientales a la embrionaria lingüística estructuralista.

Ahora, junto a algunos escritos que forman parte del corpus establecido por Schwob en Espicilegio, como los dedicados a cuestiones como el arte de la biografía, la risa o la leyenda de San Julián el Hospitalario, nos encontramos aquí con textos que no excluyen el cultivo del anacrónico género del diálogo, con otros dedicados a la canción popular o el que, por medio de un penetrante y fecundo, a pesar de su brevedad, ensayo, consagra a la obra de George Meredith, por mencionar algunos de los compilados en esta edición de Páginas de Espuma, con traducción de Rocío Rosa y del propio Crusat, entre los que juegan un papel principal también aquellos que habían permanecido habitualmente en la periferia, inéditos en nuestro país, caso del breve prólogo a Los últimos días de Enmanuel Kant de De Quincey o la extensa y soberbia entrevista confeccionada a modo de crónica citada al inicio.

En todos estos escritos, que conforman una teoría de la ficción que Schwob no llegó a sistematizar pero que desarrolla con claridad y coherencia en base a una premisa fundamental, según la cual el arte sería “lo contrario de las ideas generales”, no describiendo “sino lo individual”, no deseando “más que lo único”, descubrimos su profundo conocimiento de la literatura grecolatina y de la historia de las ideas estéticas, al tiempo que queda expuesto por parte  de quien conocía profundamente el arte de su tiempo (de Balzac a Poe, de Zola a Ibsen o Whitman) su frontal rechazo a las novelas psicológicas contemporáneas en boga por aquellos años, que se le antojaban “anodinos relatos donde, bajo el pretexto de desvelarnos los secretos del alma, un señor nos cuenta una banal aventura de saloncito adornada con fragmentos mal digeridos de Spinoza o Herbert Spencer”.  

Así, frente al naturalismo y al positivismo que se ha enseñoreado del arte literario, frente al determinismo cientificista, Schwob, que evocando a Thackeray, solo detecta por todas partes esnobs y esnobismo, opone el arte, cuya esencia es la libertad, como “manifestación del hombre en su totalidad”. Aunque las circunstancias ambientales condicionan, como a todos los organismos, al hombre, para el autor de El libro de Monelle tan distante de Les Rougon- Macquart, pese a ser su protagonista un personaje netamente zolesco no lo hacen sino de manera indirecta, siendo la vida interior, que oscila pendularmente de crisis en crisis, la que verdaderamente cuenta. Y es así que cuando, una crisis interior coincide con una crisis exterior alcanzando el punto extremo de la emoción, se produce la “aventura”, que es de lo que debe ocuparse el arte. De este modo, Hamlet, “obra maestra de la literatura moderna” traducida por Schwob, y cuyo prólogo, con firma del autor, recoge esta miscelánea, sería así una novela de aventuras, más aún, el modelo de “novela del porvenir” que, según el escritor francés, habría que seguir. Al fin y al cabo, si el príncipe de Dinamarca se erigía como el “pararrayos sobre el que se descargaba toda la tensión trágica de la atmósfera de su tiempo” pocos ejemplos podrían encarnar mejor un arte que, asumiendo que el mundo es discontinuo y libre, sepa dar “a lo particular la ilusión de lo general”

Pero, más que Shakespeare, será François Villon quien ocupe el lugar preeminente en este volumen por motivos que van más allá del mero hecho de que se le dedique alrededor de una sexta parte del libro a la vida de quien compuso, a las puertas de la horca, La balada de los ahorcados. Su interés por aquel creador disoluto y patibulario le acompaña desde muy joven y así dos años antes del encuentro entre Byvanck –que este recogerá en Un Hollandais à Paris en 1891– y ese jovencísimo escritor con “rostro de benedictino de ojos indiscretos y mundanos”, Schwob le había escrito al filólogo y escritor holandés para pedirle su ensayo sobre Villon, que con el estudio de la lengua popular y de las “clases peligrosas”, serán algunas de las constantes de su obra. Ya al comienzo de su entrevista el cronista evoca cómo Schwob enarbolaba con indisimulada satisfacción un fajo de papeles que contenían los documentos del proceso contra los Coquillards, esa banda de malhechores juzgada en Dijon a mediados del siglo XV, que constituyeron la “primera Internacional aparte de la Iglesia”, un movimiento de irrupción y ascenso de la bohemia a través del cual resultaba posible construir una “imagen en miniatura” de la nueva sociedad. El autor de Vidas imaginarias descubre en Villon, como en los maestros del XVI, a decir de Crusat: “la ironía y la vileza, el juego, el drama, la lengua, el erotismo, el viaje y la aventura, mezclados; la literatura previa a su esparcimiento y parcelación”. Schwob, evidentemente, lo considera un genuino representante del malditismo, un radical transvalorador, un revolucionario que representaba de algún modo la subversión frente a las grandes “verdades” del pensamiento científico, pero más allá de esa esencia mítica que azuza su siempre despierta curiosidad intelectual, es la propia perversidad, de la que nacieron los versos más hermosos de Villon, como escribe al final del artículo que le dedica, la que seduce a aquel que baudelaireanemente llegó a afirmar: “Se lo confieso con franqueza: para mí el mal tiene encanto”.

“En todas partes del mundo hay devotos de Marcel Schwob que constituyen pequeñas sociedades secretas”, escribió Jorge Luis Borges en el mismo retrato en el que reconocía su deuda, no señalada aún por la crítica, con aquel “maravillado lector”, habitante de “profundas bibliotecas” al que le tocó en suerte Francia, “el más literario de los países” y el siglo XIX, “que no desmerecía del anterior”, sin el que no habría podido construir, no al menos como lo conocemos, “un libro candoroso que se llamaba Historia Universal de la Infamia”. Sin entrar a valorar lo que el tributo del escritor argentino –tiene algo de maravilla, dicho sea de paso, el que la mujer de Schwob terminara a la muerte de éste impartiendo clases de dicción en Argentina a una muchacha llamada Silvina Ocampo– pudo contribuir a restañar la olvidada fama de un escritor que aunque mereció en su tiempo el aplauso de talentos como Oscar Wilde o Stéphane Mallarmé, siempre permaneció en penumbra para el gran público, alejado quién sabe si providencialmente de la “popularidad excesiva”, como escribió Vila-Matas, no puede escamotearse la influencia de este francés educado por tutores alemanes y traductor consumado especialmente de lengua inglesa, en la obra de algunos de los más grandes creadores del siglo XX. Su benéfico magisterio se dispersó por todos los puntos cardinales dejándose sentir en la producción de escritores como Antonio Tabucchi, Fleur Jaeggy, Danilo Kis o Pascal Quignard, entre otros. Sin embargo, su descendencia es sobre todo como señala, Crusat, “genuinamente latinoamericana”, empezando a configurarse entre los humanistas del Ateneo, institución mexicana encabezada por el dominicano Pedro Henríquez Ureña –de donde salieron Alfonso Reyes y sus Retratos Reales e imaginarios–, y llegando, con parada obligada en Borges y Rodolfo J. Wilcock, hasta el propio Roberto Bolaño, que tanto debe al anteriormente citado (especialmente pero no sólo en La literatura nazi en América), como en última instancia, al autor de La cruzada de los niños.

Su concepto de la imaginación, no como inhibidor o escape de la realidad, sino como amplificador, su capacidad –que él alaba en Robert Louis Stevenson, una de sus obsesivas referencias– para crear imágenes irreales que constituyen al mismo tiempo la quintaesencia de la realidad, o la citada invención de ese “método curioso” (de nuevo Borges) que le otorga ese especial vaivén a su literatura –y según el cual “Los protagonistas son reales; los hechos pueden ser fabulosos y no pocas veces fantásticos”–, son contribuciones memorables que convierten a Schwob en un autor fundamental para entender la literatura occidental del último siglo. Y así, aunque su obra guarda un sabor inconfundible a la mejor tradición simbolista (y decadentista) del XIX, por su dedicación a esas “vidas mínimas”, como las llamará ese otro “trapero” que será Walter Benjamin, en las que refulge, con todas sus anomalías, la vida de un pobre actor tanto como la vida de Shakespeare, Schwob, tan hostil a las corrientes de moda de su tiempo, nos proyecta emergiendo de ese “océano de papel manchado” que era el corpus literario de su época, hacia esa literatura del porvenir (que es de ayer y de todos los tiempos) sobre la que le inquiría Byvanck, y que terminará fructificando por diferentes caminos en géneros tan en principio alejados de su tiempo y sensibilidad como la propia non-fiction norteamericana de la segunda mitad del pasado siglo.

Para quienes sean asiduos a la obra de Marcel Schwob El deseo de lo único. Teoría de la ficción representa una lectura obligada para profundizar en los principios compositivos y en la estética del “padre de una poesía distinta” (Apollinaire); para quienes no se hayan adentrado todavía en su literatura, disponen ahora de una vía de acceso privilegiada. Ahora bien, si en las primeras páginas no han caído rendidos al hechizo, pueden borrarlo de su lista. O mejor, volver a intentarlo pasado un tiempo. Entremedias prueben con un poco de Borges. Si tampoco, empiecen a pensar que igual se han equivocado de hobby.

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