domingo, 4 de noviembre de 2012

Emilio Ontiveros, coautor de 'Una nueva época. Los grandes retos del siglo XXI': "Sería un error renunciar a los rasgos de cohesión derivados del denominado Estado del bienestar."




En el prefacio a la edición española de La filosofía política del siglo XX (publicado por Akal), el profesor de Teoría política en la Universidad de Glasgow, Michael H. Lessnoff, escribía:

“El siglo XX de la era actual parece estar concluyendo, al menos en el llamado mundo «occidental» con una nota de sorprendente esperanza. El «mundo libre», ese concepto ambiguo e incluso poco honrado, tanto tiempo utilizado como arma propagandística durante la Guerra Fría, es ahora una realidad que se está extendiendo desde Norteamérica a Europa Central, e incluso más allá. Desde la década de los setenta en adelante –continuaba el investigador-, dentro del ámbito europeo, un país tras otro han abandonado una u otra forma de autoritarismo para abrazar un régimen de democracia y de libertad individual (…) Es un hecho sorprendente aunque alentador que los Estados mundiales más libres y democráticos sean también las potencias económicas y militares más poderosas”.

 A día de hoy, trece años después de haber sido proferidas, estas palabras casi pueden hacernos esbozar una sonrisa. Resultan de una insoportable candidez. Pero esta sensación de triunfalismo no se le puede achacar en exclusiva a un analista por otra parte tan generalmente lúcido como el citado, pues éste no hacía sino recoger una percepción que se había extendido de manera bastante general a finales del pasado siglo y que encontró en la obra de Francis Fukuyama una de sus más populares (y recurrentes) versiones. Y es que después de la caída del Muro de Berlín, de que una tercera ola democratizadora se extendiera por el mundo entre la Revolución de los Claveles portuguesa y la llegada de Yeltsin al poder en Rusia, de que la Unión Europea caminara de la mano a la búsqueda de un futuro de prosperidad cimentado en una moneda común, no podía parecer más despejado el camino para que ese Occidente opulento y civilizador siguiera marcando la pauta, al menos durante un siglo más.

Analistas tan reputados como Emilio Ontiveros y Mauro F. Guillén, dejan filtrar esa sensación de golpe de realidad con que se abriría la centuria tras los atentados del 11 de septiembre. A nadie se le escapa lo que simbólicamente suponía este desalmado ataque al corazón financiero de la primera potencia mundial, pero tal vez pocos podían prever entonces de qué forma en apenas una década ese nuevo orden mundial imperante tras la desaparición del “telón de acero” podría verse alterado. La entrada, aquel mismo año 2001 de China en la Organización Mundial del Comercio y la caída, siete años más tarde de Lehman Brothers, en lo que suponía el toque de campana de la mayor crisis económica desde el crack del 29, supondrán dos hitos, a la vez que sendas pruebas irrefutables de que el siglo XXI no iba a ser tan feliz como algunos se lo habían prometido.

En la semana en la que se ha presentado Una nueva época. Los grandes retos del siglo XXI (Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores), charlamos en El librófago con uno de sus autores, el catedrático de Economía de la Empresa de la Universidad Autónoma de Madrid y fundador de Analistas Financieros Internacionales, Emilio Ontiveros, acerca de cuáles son esos grandes desafíos a los que se enfrenta la humanidad en este escenario tan turbulento como incierto.  El libro nos ofrece un diagnóstico, un análisis de la dinámica económica global, subrayando las nuevas tendencias emergentes que configuran una serie de cuadros alejados de los dominantes durante el pasado siglo. Quien espere encontrar aquí pronósticos o predicciones, perderá el tiempo, pues si algo nos deja claro este informe es que afrontamos un tiempo de crecientes desigualdades atravesado por la incertidumbre y la complejidad.

Emilio Ontiveros y Mauro F. Guillén, autores de Una nueva época, título aparecido en octubre de este año en Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.

El librófago.- Estimado Sr. Ontiveros.  ¿Cómo surge, justo ahora, la idea de recopilar todo ese material para crear un libro en el que se recojan “Los grandes retos del siglo XXI” cuando ya llevamos doce años de centuria? ¿Tanto han cambiado las expectativas de lo que se suponía que iba a ser nuestro tiempo desde los atentados de las Torres gemelas en adelante?
Emilio Ontiveros.- Nunca es tarde si la dicha es buena, clarificadora. Se podrá decir que la crisis que se desencadena en 2007, las transformaciones que seguramente conllevará, acentúa la percepción de “nueva época” en la economía y finanzas globales, pero también en la geopolítica. Es verdad que algunas de las nuevas tendencias estaban más que insinuadas al final del siglo XX, en especial las asociadas al impacto de las tecnologías de la información, pero es en estos últimos años donde quedan más explícitas.

EL.- ¿Son la “complejidad” y la “incertidumbre” las palabras que mejor definen nuestro tiempo? Y junto a éstas, ¿no habría que añadir también la palabra “miedo”?  Me refiero, por un lado, a la sensación que parece extenderse por Occidente al descubrir que, si no en el plano cultural, al menos de momento, en el resto de órdenes ya no es el eje en torno al cual gira el mundo en el siglo XXI; y por otra, a nivel del ciudadano corriente, a la percepción de que la mejor parte de la fiesta ya ha terminado y que incluso a aquellos que no le ha cabido en suerte un trozo de tarta les toca ahora recoger los desperfectos.
E.O.- En efecto, el temor, el miedo, sustituye a la sensación de incertidumbre que las discontinuidades del final del siglo pasado ya anticipaban. Los efectos de la crisis han amplificado esas sensaciones. Además han revelado en toda su extensión las limitaciones relativas de las economías más avanzadas y el peso de las consideradas emergentes. A la incertidumbre, en cierta medida amparada en la complejidad, se añade la verificación de que, al menos, durante varios años, las condiciones de vida en los países desarrollados empeoraran de forma manifiesta. Ya está ocurriendo.

EL.- ¿Saldrá Europa -la zona Euro- de la actual crisis económica pronto? ¿Veremos crecerla de nuevo a tasas del 3% anual, el paro en niveles próximos al pleno empleo? ¿Es posible con las actuales políticas de recorte, adelgazamiento del Estado y subida de impuestos? ¿O es, en todo caso, impredecible?
E.O.- La eurozona tardará en aproximarse a tasas de crecimiento del 3%. Las políticas dominantes en la gestión de la crisis están destruyendo potencial de crecimiento de las economías: están retrasando, en el mejor de los casos, decisiones de fortalecimiento de todas las formas de capital. Están aumentando la tasa de mortalidad empresarial y dificultando la emergencia de nuevas. Tardaremos en observar a la mayoría de las economías de la eurozona crecer cerca de su potencial. Por el momento, tenemos claro que este año la eurozona estará en recesión y el que viene apenas crecerá un 1% en su conjunto.

EL.- Entre las grandes paradojas, algunas sangrantes, que nos rodean y que ustedes señalan, se encuentra el hecho, por ejemplo, de que el número de obesos sobrepasa en la actualidad al de personas que padecen hambre. Según los datos que recopilan, la pobreza ha descendido en las últimas décadas a nivel global pero, al mismo tiempo, se observa un aumento de la desigualdad dentro de los estados. ¿Se están borrando las fronteras entre primer y tercer mundo al tiempo que se intensifican las diferencias de clase? ¿Y no resulta esta “desigualdad estructural” potencialmente destructiva tanto desde un punto de vista económico como para la calidad de las instituciones de un país?
E.O.- Absolutamente. “La desigualdad no es rentable” es el título de un artículo que escribí hace aproximadamente un año. Dificulta la necesaria cohesión, fundamento del crecimiento económico estable. La última década ha sido muy adversa en términos de distribución de la renta y de la riqueza, y sus consecuencias completas todavía no se han observado

EL.-Por otra parte, en el mundo “desarrollado” las “infraclases” crecen en número y éste es claramente un factor desestabilizante que pone en riesgo incluso la resistencia del sistema democrático. Las recientes revoluciones árabes han demostrado que no es tan fácil que una nueva oleada democratizadora se consolide y los estados fallidos se multiplican.  ¿Está en peligro la democracia, primero como sistema deseable, exportable; y segundo, incluso en países con una tradición más o menos asentada?
E.O.-Está en peligro, en efecto, el grado de identificación de los ciudadanos con sus instituciones, con las propias formas de gobierno democráticas. La desafección es hoy un riesgo que merece una consideración especial.

EL.- Ustedes son muy cautos a la hora de proporcionar pronósticos. Las variables son muchas, las incógnitas también y ya sabemos que todo futuro es incierto. Sin embargo, ¿se puede deducir que el Estado del Bienestar, tal y como lo hemos conocido en Europa después de la II Guerra Mundial está en peligro de extinción? ¿Hasta qué punto se puede preservar este modelo en al actual clima de turbulencias de toda índole que nos azotan?
E.O.- En muchos países europeos ese adelgazamiento del sector público es un hecho. Antes incluso de que las políticas de salida de la crisis insistieran en la austeridad presupuestaria como receta única. Sería un error, en mi opinión, renunciar a los rasgos de cohesión derivados del denominado Estado del bienestar. El crecimiento económico y la competitividad no es mayor precisamente en las economías en las que el papel de la actividad pública es menor. Lo relevante es la eficiencia de las administraciones públicas.

EL.- Los atentados del 11-S se producen en el mismo año que otro acontecimiento, también muy importante en el orden económico, como es la entrada de China en la OMC. De China, naturalmente, se habla bastante en este libro. No vamos a descubrir ahora el peso del gigante asiático en la actualidad y en las próximas décadas –aunque ustedes descartan un horizonte en el que exista una especie de ‘G1’ integrado por China-, como tampoco, aunque se hable menos, de otras economías emergentes como India, México o Brasil. Pero, qué supone, para economías como la estadounidense o la europea el que estos países suministren la financiación para cubrir los abultados déficits en la balanza por cuenta corriente y en las finanzas públicas de alta renta? ¿Es eso como estar a su merced? ¿Y hasta qué punto es sostenible en el medio o largo plazo?
E.O.- Es una paradoja. En condiciones normales deberían ser las economías avanzadas las que exportaran su ahorro a las menos desarrolladas, donde la productividad marginal del capital debería ser mayor. Más que dependencia, refleja la excesiva continuidad de esos desequilibrios externos en algunas economías avanzadas, EEUU de forma destacada. A medio plazo, los desequilibrios globales tenderán a reducirse. Ya esta ocurriendo: EEUU reduce su dependencia del ahorro externo al tiempo que China, por ejemplo, genera un menor excedente.

EL.-Me parece muy interesante al aviso para navegantes que realizan cuando piden que no se tome a la ligera la innovación en las economías emergentes. Es verdad que existe la idea generalizada de que el mercado laboral en Asia, por ejemplo, se caracteriza por el uso de mano de obra barata y el trabajo precario (que lo hay en grandes proporciones), pero no se suele contar a menudo, sin embargo, que están también cada vez más a la cabeza en tecnología y que, por ejemplo, muchos licenciados europeos que no encuentran trabajo cualificado en sus países de origen están yendo ya a trabajar a países como China, Singapur o Tailandia. ¿No afrontar esto, desde Europa, en aras a nuestra productividad, puede ser tan peligroso como las deslocalizaciones?
E.O.- Si, o más. Esa exportación forzada de capital humano cualificado puede tener consecuencias adversas a medio y a largo plazo. Entre otras, acentuará el envejecimiento de la población, la extensión de pensionistas y la ausencia de fuerzas creativas.

EL.- A lo largo del libro, hablan en varias ocasiones de “gobernanza global”, pero no sé si llegan a hacer alguna referencia concreta a la ONU. Mejor nos olvidamos de que alguna vez esta institución sea depositaria de los anhelos de paz, equidad y justicia social en el mundo, ¿no? ¿Sería siquiera deseable pedir que desempeñara un poder más real y activo o ya somos muy mayores todos para tomarnos en serio tal posibilidad? Porque, por otro lado, el Estado también se encuentra en peligro. ¿El punto intermedio lo pueden encarnar las alianzas regionales?
E.O.- Es necesario que la propia ONU fortalezca su democracia efectiva. Como lo es que otras organizaciones como el FMI reflejen esa nueva composición de poderes en la escena global. Junto a ello, los estados, lejos de debilitarlos, deberíamos afianzarlos. Las instituciones son centrales para el desarrollo económico, de eso tenemos cada día más evidencia.

EL.- A nivel ciudadano existe una desafección evidente respecto de las élites dirigentes. Al mismo tiempo alertan del peligro de revueltas y de otras clases de movilización en señal de protesta, alentadas por las nuevas tecnologías. No sé si he entendido bien, pero me ha parecido inferir que, según ustedes, los mensajes SMS influyeron en el resultado de las elecciones de 2004 en España. En todo caso, no le prestan demasiada atención -es cierto que hay muchos temas que tratar- a eso que se ha dado en llamar la “opinión pública mundial”. ¿Existe tal cosa? ¿Pueden los “indignados” del mundo articular acciones de protesta global que influyan en la toma de decisiones a nivel global?
E.O.- La irritación y la frustración también se globalizan. En la medida en que esta crisis esta dejando damnificados con muchos denominadores comunes, no podemos descartar que las acciones de coordinación se intensifiquen si las condiciones de vida no mejoran y las instituciones políticas no las canalizan adecuadamente.

EL.- Insistiendo en este punto y dado que usted también conoce sobradamente el trabajo de los medios de comunicación me va a permitir, pese a no ser un punto que se trate específicamente en el libro, preguntarle por el papel que a estos “mediadores” les aguarda en el futuro próximo. ¿Cabe seguir hablando de una especie de vigilante “cuarto poder” o la “sociedad nube” también está difuminando las fronteras, haciendo que los medios tradicionales –que tienden a la concentración- deban replantearse su papel?
EO.- El poder de los medios de comunicación convencionales seguirá debilitándose, mientras que los nuevos, los vinculados a las TIC y, en general a todo tipo de conectividad social, seguirá aumentando. De ello ya teneos evidencias suficientes. El “cuarto poder” será compartido por otros más atomizados.

EL.- A pesar del protagonismo creciente de las nuevas potencias económicas, a nivel cultural parecen apuntar a que Estados Unidos seguirá marcando la pauta. ¿Se puede estar produciendo la paradoja de que mientras la economía gira hacia Oriente y los mercados emergentes, estos últimos se “occidentalizan” para hacerse más atractivos a escala planetaria? Es decir, que la marca “Occidente” sigue siendo fuerte o, por poner un ejemplo, que Bollywood nunca será Hollywood, aunque el número de películas producidas pueda llegar a ser mayor. Y si además de las películas metemos en el lote democracia y Derechos Humanos, todavía mejor, ¿no? Aunque el caso de Google en China no resulta muy esperanzador.
E.O.- Es verdad que la cultura occidental sigue teniendo un gran atractivo en todas las economías emergentes. Pero no olvidemos que el poder económico determina en cierta medida esa influencia cultural. No sería de extrañar que incluso esa influencia cultural y educativa se compartiera cada día más con los nuevos poderes económicos emergentes.

EL.- Por cierto, a nivel militar no parecen observar tampoco a corto plazo grandes transformaciones. El poderío militar de la OTAN con Estados Unidos al frente parece incuestionable. Pero, China es una incógnita. ¿Hasta qué punto van a querer conformarse con ejercer una especie de soft power en un espacio multipolar o querrán avanzar algún paso más en pos de la hegemonía? Entre esos imponderables que pueden influir en sistemas complejos como éste, ¿tal vez no haya que subestimar factores tan invaluables como la ambición o la voluntad de poder (por el poder)?
E.O.- Claro que no hay que minimizar esas aspiraciones de algunas potencias emergentes. Pero es un hecho que en algunos países los presupuestos militares han quedado subordinados a las exigencias de desarrollo económico tomando otros ámbitos como dinamizadores. En este punto, lo regional puede convertirse, efectivamente, en un elemento relevante.

EL.- Sr. Ontiveros. Le confieso que cuanto más observo los datos, más apocalíptico me vuelvo. Con su permiso, me voy a detener solo en España, a ver si es capaz de ofrecerme algún consuelo. Tenemos una población que envejece rápidamente. Como cada vez vivimos más y nacen menos hijos, es imposible mantener las prestaciones sociales. De acuerdo, pues que se trabaje más tiempo. Retrasamos la edad de jubilación. Incluso, por qué no, aumentemos la jornada laboral. Pero, claro, al ser tan escaso el trabajo (y mucho del que hay resulta precario, cuando no es directamente clandestino), el postergar el retiro solo impide que se sumen nuevos cotizantes jóvenes que, por tanto, no pueden contribuir al mantenimiento del sistema y que tampoco van a poder formar familias e invertir la tendencia de la pirámide demográfica que, por motivos culturales, ya estaba transformando su dibujo. El círculo vicioso solo se rompe, pues, generando trabajo. Pero, cómo. ¿Mera cuestión de productividad? Porque no será por falta de cualificación…
EO.- La premisa para poder empezar es que exista un crecimiento suficiente de la demanda. Es de todo punto necesario, en mi opinión, abordar estrategias de crecimiento que, cuando menos, coexistan con los ajustes presupuestarios que han tenido lugar, fundamentalmente en la eurozona. La productividad tampoco es favorecida por políticas que sacrifican la inversión pública en educación o en capital tecnológico, o por sistemas financieros que racionan el crédito y dificultan la natalidad empresarial.

EL.- Y sin embargo, todavía podría ser peor. Me refiero a la sostenibilidad y a ese punto crítico que podríamos alcanzar en algún momento durante el siglo XXI. Cambio climático irreversible, más aumento del precio de los alimentos, más escasez de agua, igual a… Y, sin embargo, estudios como el llamado Informe Stern demostrarían fehacientemente que, como siempre, más nos valdría prevenir que curar, lo que en términos económicos está muy bien, pero si tratamos de evaluarlo desde el punto de vista de los costes humanos, entonces el ahorro es incalculable. Porque, además, la amenaza, en tal escenario, de que la tendencia a la disminución global de la pobreza se revierta es enorme. ¿Puede ser la apuesta por las energías renovables y los grandes compromisos en materia medioambiental un buen comienzo? ¿En qué punto estamos?
E.O.- Claro que es un buen comienzo. Es de todo punto necesario asumir como prioridades ese tipo de sostenibilidad del crecimiento. Estamos en un punto que aporta una cierta asimetría: la población es cada día más consciente de esa prioridad, pero las exigencias de ajuste presupuestario están desplazándolas. Por supuesto que la asunción de esas prioridades han de ser globales, prioritarias al menos en las economías avanzadas.

EL.- Debajo de las cifras, las tablas, los esquemas, los ejes de ordenadas y abscisas, le pido al ciudadano Emilio Ontiveros una opinión muy personal sobre lo que aguarda al hombre, al español, para qué ir más lejos, que crezca y trate de desarrollarse vital y profesionalmente en el siglo XXI. ¿Hasta qué punto hay motivos para ser optimista? ¿Tiene la sensación de que el planeta que nosotros, los ciudadanos adultos de hoy, le cederemos a los que ahora están naciendo, será un lugar mejor?
E.O.- No soy precisamente pesimista a este respecto. Mas allá de los muy severos efectos de esta crisis,” la especie”, también la española, ha mejorado. Las bases para el crecimiento pueden ser más firmes, para la distribución y para la solidaridad. Desde luego hoy somos mucho más conscientes de la importancia de valores como la capacidad de creación, la innovación, la educación. Ojala no demoremos en exceso la prioridad de la creación de empleo y de crecimiento, condición necesaria para que esos valores superiores a los dominantes en pasadas generaciones, se traduzcan en mejoras de bienestar de la gente, de proximidad a la felicidad, en definitiva. 





Un libro para entender el siglo XXI.
El nuestro, con perdón.

Un libro cualquiera.
Por qué fallan las naciones, de Daron Acemoglu y James Robinson.

Su próximo libro.
Podría titularse Paisaje después de la batalla, con el permiso de Goytisolo: cómo quedan las finanzas tras la crisis.

La culpa de la actual crisis la tiene (n)…
La mala gestión de los operadores financieros y la mala supervisión de sus autoridades.

¿Recuerda qué hacía, dónde estaba, cuando cayó Lehman Brothers? ¿Le sorprendió?
En un seminario en EEUU, Wharton. Me sorprendió la incapacidad para evitarla.

¿Cuál es/ha sido más grave: la depresión del 29 o la actual?
Hasta ahora la del 29, pero dependerá de lo que tardemos en impulsar el crecimiento. En complejidad está ya empatada, cuando menos.

¿Qué es mejor para el mundo? ¿Un presidente de EE.UU demócrata o republicano?
Demócrata, sin duda.

¿A qué se dedicaría si no fuese economista?
A la docencia, de lo que pudiera.

Cuando desea escapar de la cruda realidad se refugia en…
En el cine, pero también y cada día más en la lectura de la historia.

¿Tiene e-book?:
Claro, aunque lo compatibilizo con los convencionales.
 

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