Ismene (Ισμήνη)
Yannis Ritsos.
Traducción de Selma Ancira.
El Acantilado, 257.
Formato: Rústica cosida. 13 x 21 cm
96 páginas.
PVP: 16.00 €.
Yannis Ritsos (Monemvasia, 1909-Atenas,
1990), una de las mejores voces de la lírica europea, creó unos monólogos de
excepcional sutileza, con los que consigue trasladar a nuestros días el pathos
de la tragedia griega. Su obra comprende decenas de títulos en los que
aborda—en prosa o en verso—mitos, leyendas, tradiciones y paisajes. También
escribió teatro, y tradujo, entre otros, a Maiakovski, Blok, Neruda y NicolásGuillén. Destacó como pintor, fotógrafo y actor.
Con Ismene el sello catalán continúa la
publicación de estos soliloquios dramáticos, sumándose a un catálogo que ya
integran textos como Fedra, Sonata del claro de luna, Áyax, La casa muerta o Crisótemis.
La edición, bilingüe, ha sido volcada del griego por Selma Ancira, prestigiosa
traductora tanto de literatura helena moderna como de literatura rusa. Entre
los autores que ha traducido esta profesional residente en Barcelona desde 1988
y ganadora entre otros muchos galardones a ambos lados del charco de Premio
Nacional de Traducción por el conjunto de su obra, se encuentran Pushkin,
Dostoievski, Bunin, Bulgákov, Pasternak o Tsvietáieva, así como Seferis, Kambanelis o María Iordanidu.
La fuerza evocadora de este texto que acaba de aparecer en El Acantilado inspiraría
a autores como el compositor griego (aunque su carrera se ha desarrollado
fundamentalmente en Francia) de música contemporánea Georges Aperghis (Atenas,
1945), quien hace solo unos años preparaba un atrevido montaje operístico basado
en la visión del poeta.
La meditación que Ritsos pone en boca de Ismene, que es, no se olvide, hermana de Antígona,
viene precedida por las siguientes palabras pronunciadas en presencia de un
joven oficial de la guardia que, enviado por su padre portando una cesta de
fruta y una maceta de albahaca en señal de respeto, había solicitado ser
recibido por la Señora de la casa. Ismene, que “conserva
el vago encanto de una belleza ahora ya lejana, desvanecida”, hablará justo
después del párrafo que aquí citamos:
Desde el jardín llegan los trinos de los pájaros. De tanto en tanto algún reflejo de las pesadas joyas que ella lleva puestas va a dar a los muebles, al espejo grande, a las ventanas o al rostro del joven. De pronto, él guarda silencio. La noche está a punto de caer. Una inexplicable quietud y expectación. Quizá por eso ella comienza a hablar, como para llenar aquel vacío o evitar la irrupción de algo indelicado y, sin embargo, ineludible).
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