Norman Bethune.
Traducción y prólogo de Natalia Fernández.
Pepitas de calabaza.
Formato: 12 x 17 cm.
112 páginas.
PVP: 10 €.
Fecha de publicación: octubre de 2012.
Norman Bethune (Gravenhurst, Canadá, 1890) es uno de esos personajes que van creciendo en la imaginación del lector a medida que se lo conocen. Y no porque su vida tuviera mucho de ficcional o fantasiosa, sino precisamente por la dosis de negra realidad que su figura, por otra parte luminosa, nos brinda y tras la cual se alza un ser verdaderamente extraordinario que vivió en primera persona tiempos y acontecimientos que nos gustaría poder decir que fueron irrepetibles.
Este hijo de reverendo que apenas con veinte años, interrumpió sus estudios en la Universidad de Toronto para incorporarse como maestro voluntario del Frontier College en remotos campamentos madereros y mineros del norte de Ontario -en los que se dedicó a enseñar a los trabajadores inmigrantes a leer y escribir en inglés-, participó como camillero en la Primera Guerra Mundial y, tras formarse como médico y aportar algunas valiosas innovaciones al ámbito de la medicina, acudió a la Guerra Civil española. Durante el conflicto trabajó en una unidad de transfusiones a la vez que sería testigo de uno de los episodios más crueles de aquel tremendo drama: el éxodo de la ciudad de Málaga por la carretera de Almería en lo que fue una de las matanzas de civiles más ignominiosas, de aquella incivil guerra.
Sobre este capítulo, por desgracia todavía poco conocido, el propio Bethune escribiría pasajes tan vívidos (hay que recordar que la población que trataba de avanzar patéticamente por una lengua de tierra entre el mar y la montaña era ametrallada por barcos y aviones), como el que sigue:
“Imagínense a 150.000 hombres, mujeres y niños disponiéndose a marcharse en búsqueda de seguridad hacia una ciudad situada o más de 100 millas a pie. Hay una única carretera que pueden tomar. No hay ninguna otra manera de escapar. Esta carretera, limítrofe por un lado con las altas montañas de Sierra Nevada y por el otro con el mar, está construida sobre la ladera de unos acantilados y sube y baja a más de 500 pies por encima del nivel del mar. La ciudad que deben alcanzar es Almería, y está a más de 200 kilómetros más allá. Un joven fuerte y sano puede caminar a pie unos 40 o 50 kilómetros diarios. El viaje a que estas mujeres, ancianos y niños debían enfrentarse les llevará a cinco días y cinco noches de camino, al menos. No encontrarán alimentos en los pueblos, ni trenes, ni autobuses para transportarlos. Ellos debían caminar, y a medida que iban andando se tambaleaban y tropezaban, con los pies llenos de rajas y de heridas de ir por el pedernal y el ardiente asfalto de la carretera; los fascistas los bombardeaban desde el aire y les disparaban desde los barcos de guerra […]
Imagen de la terrible huida por la Crta. Málaga-Almería.
Llévense a éste'; 'miren este niño'; 'éste está herido'. Los niños envueltos de brazos y piernas con harapos ensangrentados, sin zapatos, con los pies hinchados aumentados dos veces su tamaño, lloraban desconsoladamente de dolor, hambre y agotamiento. Doscientos kilómetros de miseria. Imagínense cuatro días y cuatro noches escondiéndose de día entre las colinas, ya que los bárbaros fascistas los perseguían con aviones; caminaban de noche agrupados en un sólido torrente hombres, mujeres, niños, mulos, burros, cabras, gritando los nombres de sus familiares desaparecidos, perdidos entre la multitud”.
En cualquier caso, inquieto y atrabiliario por naturaleza, tras su paso por España, este comunista —de convicción más que de partido— decidió trasladarse a China durante la guerra con Japón con la intención de construir un hospital y formar médicos que ayudasen a paliar el desastre que tenían encima. En China, donde le encomendaron la jefatura de los servicios médicos del Ejército Rojo, encontró la muerte a finales de 1939. La ausencia de materiales tan elementales como guantes de goma para operar tendría consecuencias funestas y, después de cortarse en un dedo durante una operación de urgencia, su quebrantada salud no pudo evitar que la infección se propagara por todo el cuerpo.
Este pequeño volumen que nos presenta este sello riojano, Pepitas de calabaza, que viene caracterizándose por su exquisito gusto, está organizado en tres bloques que compilan los escritos fundamentales del mítico doctor canadiense. En el primer bloque, Bethune defiende vigorosamente una atención médica universal, en la que el médico sea un servidor público y los enfermos sean atendidos sin importar su extracción social o su capacidad adquisitiva; en el segundo narra los escalofriantes hechos que le tocó presenciar, cuando acudió como brigadista y médico a la Guerra Civil española, donde montó, costeándola de su bolsillo, una unidad móvil de transfusión de sangre, y después durante el citado éxodo desde Málaga por la antigua N-340; y en el tercero repasa, con un cansancio vital cósmico, su vida de privaciones y de absoluta entrega a la causa médica en una China castigada por la guerra contra Japón.
Se trata de la primera vez que se editan en castellano, reunidos en un volumen, con prólogo y traducción de Natalia Fernández, los escritos y anotaciones del médico canadiense. Nos hallamos ante textos sobrios, duros, desgarradores y en los que destaca su enconada defensa de la atención médica universal, tema tan desafortunadamente de actualidad en nuestros días.
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