sábado, 8 de diciembre de 2012

El librófago, que este año no participa en la San Silvestre por sus problemas de rodilla, saca todo su espíritu competitivo a relucir participando en el ‘Premio Libros y Literatura 2012’

EL LIBRÓFAGO vio en el mismo banner de Libros y literatura las palabras “premios”, “blog” y “apúntate”, acompañadas de los logotipos de algunas de las editoriales españolas más prestigiosas y allí que clicó como si no hubiera un mañana. Por fin ha llegado mi hora, se dijo. El momento de dar la campanada después de tantas jornadas de dedicación, esfuerzo y entrega. Bueno, vale, llevaba sólo tres meses con el blog pero qué le iba a hacer si con anterioridad había estado preparando oposiciones. Sí, esas mismas que se quedaron congeladas como su cara al conocer la noticia tras aquel Consejo de Ministros. De modo que, al entrar en la web del concurso no se detuvo a leer los requisitos, los criterios, las condiciones. Bajó el cursor a lo largo (y qué largo) de las bases buscando el capítulo “Premios” y para cuando dio con el sitio (ni que decir tiene que ya se sentía ganador) se había gastado tres cuartas partes de la suculenta recompensa. ¡Qué no darán si hasta Random House Mondadori –se decía ufano y en un lenguaje arcaico de claras resonancias chejovianas– está metida en el ajo! 


Entonces, pasó lo que suele pasar. Lo de siempre. Sí, los bloggers son muy necesarios; ellos son el futuro; la crítica tradicional está demodé; seguid así, confiamos en vosotros… Pero el simbolito del euro, ¿eh?, ¿eh? ¿Ánde andará? Nada, la palabra que con tanto afán esperaba ver aparecer, sí, esa misma, igual la han escuchado en los últimos meses (verla ya es otra cosa) “euro”, no aparecía por ningún lado. Pobre, está tan caidita en desgracia que es normal. Y aquí lo que nos mueve es el amor al arte. Así que… ¿no quieres libros? Pues toma tres cajas.

Después, sin embargo, recapacitó. ¿No estaba el trabajo hecho? Y además, ¿y la visibilidad? ¿Y el prestigio? Ya, con eso no se come, abuela, pero qué le hacemos. Mira tú a ese muchacho que ha salido en el telediario este mediodía. Matrícula de honor en Ingeniería y se ha tenido que ir para Alemania. Pepe, me parece que se llamaba. ¿Pepe? Como tú. Sí abuela, aunque tú ya sabes que me gusta que me llamen José María: a falta de otra cosa, que por lo menos el que me llame tenga que tirarse un rato. Además, con suerte podría aspirar a llevarme ¡un eReader! Pero si a ti esos cacharros nunca te han gustado. Ya, abuela, pero estoy en ese punto de mi vida que me pueden llegar a hacer feliz las cosas no sólo porque me gusten o no, que al fin y al cabo es un concepto relativo, sino por el hecho de que yo, aunque quisiera, no me las podría comprar. No sé si te entiendo, hijito. Ya, yo tampoco.

Así que, finalmente me decidí. Pero no era algo que pensara hacer así a las buenas de Dios. Participar es muy bonito sólo cuando ya has perdido, de un modo diríamos analéptico. Ahora se trataba de actuar con astucia, de estudiar la estrategia a seguir. Y en este aspecto todo pasaba por analizar de una manera inteligente la composición del jurado. Quienes conocen este blog, saben que su dedicación fundamental es dar cuenta de la aparición de algunas de las principales novedades de la industria del libro de nuestro país siempre según el criterio de su responsable: siento decepcionar a quienes puedan pensar que me leo dos libros diarios y que aún me queda tiempo para hablarles de ellos aquí. Pero también de manera intermitente van apareciendo reseñas de aquellos títulos que sí he leído y sobre los que creo que merece la pena detenerse. Así que cuando vi el nombre de Pilar Adón, de Impedimenta, entre los componentes del comité me dije: ahí está. Ya, no es una gran frase, pero es la que me salió. ¿Y tú conoces a esa chica tan maja? Bueno, abuela, como a todos los demás, sólo de leídas. ¿Y tú? ¿De qué la conoces que le dices maja y todo? Calla, tonto, de nada. Es para ir ganándola sibilinamente para la causa. Bien pensado. El caso es que recordé aquella reseña de Caída y auge de Reginald Perrin de David Nobbs que publiqué hace un par de meses y que el mismísimo Enrique Redel recomendó en su Facebook. ¿Sí? No me habías dicho nada. ¿Qué te dijo? Que era “interesante”. Eso es que no le gustó, José María. Ya, eso mismo pensé yo y, por favor, abuela, tú me puedes seguir llamando “nene”.  Además, que les gustara o no es lo de menos, piensa en la inmensa publicidad para Impedimenta que uno de sus libros… Qué te ocurre ahora. Nada, hijo, que inmensa, inmensa... ¿Qué pasa? Pues que han cumplido cinco años sin necesidad de tus grandes reseñas. Y, fíjate, ahora que lo pienso, puede ser hasta contraproducente. ¿Qué dices? Míralo bien, ¿no pensarán el resto de editoriales que la decisión ha sido un poco… interesada? Con lo repelosa que es esa gente van a procurar evitar por todos los medios cualquier controversia. ¿Controversia y todo? Sí, controversia, controversia. Para que luego digas, nene, que no te leo. Mira, continuó diciéndome mi abuela mientras chupaba una de las patillas de sus gafas (señal inequívoca de que estaba en vena), puestos a ganarse a un miembro del jurado, ¿por qué no te camelas a la de Planeta? No, no lo digo en ese sentido. Me refiero a que si alguien tiene fuerza en este país son ellos. Fíjate tú que la representante de la editorial se apellida Guitart, de guita, ¿entiendes? Y no digo más, que luego tó se sabe. 

¡Claro! Cómo no se me había ocurrido antes. Lo malo es que de Planeta no tenía ninguna reseña. Pues hazla. Pero si no me queda tiempo, no tengo ni el libro a mano. ¿Y qué? ¿Quién lo va a saber? ¿Eh? ¿Eh? Sí, la idea era brillante. Tenía cinco días para inventarme una reseña que el jurado no pudiera rechazar. Planeta era mi salvoconducto hacia el éxito.  Ya veía multiplicarse los me gusta en mi página de Facebook. Incluso, ya puestos a soñar, por qué no imaginar que algún día podría llegar a cobrar por escribir una reseña, aunque fuese negativa y todo. Ya veía los maletines volando por debajo de la mesa (la propia imagen ya denota con bastante claridad el grado de enajenación mental que me poseía) cuando de pronto el timbre del teléfono me devolvió súbitamente a la realidad. Eran de una compañía de teléfonos y una vez más, les dije que no tenía teléfono. Me gustaba dejarlos pensando. Tras colgar miré a mi abuela, que ya estaba viendo de nuevo los capítulos de la primera temporada de Doctor en Alaska que se había bajado de internet y pensé que no colaría, que no podría engañar a Care Santos, a Rosa Montero, a Juan Gómez Jurado, a Antonia J. Corrales y a Félix J. Palma, no a todos, no al mismo tiempo, y que como encima no habría premio en metálico ni siquiera podía intentar sobornarles. Además, qué demonio, nunca se habrían prestado. Son tan buenos escritores todos y todas y ellos tan elegantes y ellas tan rubias y altas que la sola idea me repugnaba. Sí, me avergonzaba de mí mismo.
 
Mi abuela, que parecía leer en mi mente como en un eReader abierto (sic), me sacó de mi bloqueo mental. ¿Y por qué no mandas otra, entonces? Sí, aunque luego digan que no tengo abuela, ella tenía razón, como siempre. Pero yo estaba emperrado. Y ambos lo sabíamos. Era mejor perder toda esperanza. Mi sueño de ganar un dispositivo electrónico para leer archivos digitales que no emitían ningún olor a nada, se desvanecía como un terrón de azúcar en un río de lava hirviendo. Incluso como cualquier otra cosa en un río de lava ardiendo. ¿Debía dar un paso atrás? ¿Seleccionar otra reseña? ¿Abandonar el concurso? ¿Y por qué no, ya puestos, cerrar el blog y dedicarme a…, a…?

–Nene, tengo frío–dijo mi abuela mientras se balanceaba en la mecedora tratando de coger temperatura.

Yo me quedé mirándola con el rostro demudado.

–No te preocupes –respondí al fin–, que si nos toca el eReader dicen que la pantallica da calor.

En ese momento supe que unía mi destino a aquella reseña y recé para que Pilar Adón votase a regañadientes por otro post, tal vez uno sobre un libro de Planeta, mientras el resto de miembros del jurado trataban de convencerla de que la que firmaba aquel librófago trastornado titulada sucintamente Caída y auge de Reginald Perrin' de David Nobbs: la odisea del asesino de sí mismo (o cuando el humor es una cosa muy seria), era la mejor.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Ann.
    Después de la presentación, creo que la voy a necesitar :)
    Un saludo.
    El librófago

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