Entonces, pasó lo que suele pasar. Lo de
siempre. Sí, los bloggers son muy
necesarios; ellos son el futuro; la crítica tradicional está demodé; seguid así, confiamos en
vosotros… Pero el simbolito del euro, ¿eh?, ¿eh? ¿Ánde andará? Nada, la palabra
que con tanto afán esperaba ver aparecer, sí, esa misma, igual la han escuchado
en los últimos meses (verla ya es otra cosa) “euro”, no aparecía por ningún
lado. Pobre, está tan caidita en desgracia que es normal. Y aquí lo que nos mueve
es el amor al arte. Así que… ¿no quieres libros? Pues toma tres cajas.
Después, sin embargo, recapacitó. ¿No estaba el trabajo hecho? Y además, ¿y la visibilidad? ¿Y el
prestigio? Ya, con eso no se come, abuela, pero qué le hacemos. Mira tú a ese
muchacho que ha salido en el telediario este mediodía. Matrícula de honor en Ingeniería
y se ha tenido que ir para Alemania. Pepe, me parece que se llamaba. ¿Pepe? Como
tú. Sí abuela, aunque tú ya sabes que me gusta que me llamen José María: a
falta de otra cosa, que por lo menos el que me llame tenga que tirarse un rato.
Además, con suerte podría aspirar a llevarme ¡un eReader! Pero si a ti esos cacharros nunca te han gustado. Ya,
abuela, pero estoy en ese punto de mi vida que me pueden llegar a hacer feliz
las cosas no sólo porque me gusten o no, que al fin y al cabo es un concepto
relativo, sino por el hecho de que yo, aunque quisiera, no me las podría
comprar. No sé si te entiendo, hijito. Ya, yo tampoco.
Así que, finalmente me decidí. Pero no
era algo que pensara hacer así a las buenas de Dios. Participar es muy bonito
sólo cuando ya has perdido, de un modo diríamos analéptico. Ahora se trataba de
actuar con astucia, de estudiar la estrategia a seguir. Y en este aspecto todo
pasaba por analizar de una manera inteligente la composición del jurado.
Quienes conocen este blog, saben que su dedicación fundamental es dar cuenta de
la aparición de algunas de las principales novedades de la industria del libro
de nuestro país siempre según el criterio de su responsable: siento decepcionar
a quienes puedan pensar que me leo dos libros diarios y que aún me queda tiempo
para hablarles de ellos aquí. Pero también de manera intermitente van
apareciendo reseñas de aquellos títulos que sí he leído y sobre los que creo que
merece la pena detenerse. Así que cuando vi el nombre de Pilar Adón, de
Impedimenta, entre los componentes del comité me dije: ahí está. Ya, no es una
gran frase, pero es la que me salió. ¿Y tú conoces a esa chica tan maja? Bueno,
abuela, como a todos los demás, sólo de leídas. ¿Y tú? ¿De qué la conoces que
le dices maja y todo? Calla, tonto, de nada. Es para ir ganándola sibilinamente
para la causa. Bien pensado. El caso es que recordé aquella reseña de Caída y auge de Reginald Perrin de David
Nobbs que publiqué hace un par de meses y que el mismísimo Enrique Redel
recomendó en su Facebook. ¿Sí? No me habías dicho nada. ¿Qué te dijo? Que era
“interesante”. Eso es que no le gustó, José María. Ya, eso mismo pensé yo y,
por favor, abuela, tú me puedes seguir llamando “nene”. Además, que les gustara o no es lo de menos,
piensa en la inmensa publicidad para Impedimenta que uno de sus libros… Qué te
ocurre ahora. Nada, hijo, que inmensa, inmensa... ¿Qué pasa? Pues que han
cumplido cinco años sin necesidad de tus grandes reseñas. Y, fíjate, ahora que
lo pienso, puede ser hasta contraproducente. ¿Qué dices? Míralo bien, ¿no pensarán
el resto de editoriales que la decisión ha sido un poco… interesada? Con lo
repelosa que es esa gente van a procurar evitar por todos los medios cualquier
controversia. ¿Controversia y todo? Sí, controversia, controversia. Para que
luego digas, nene, que no te leo. Mira, continuó diciéndome mi abuela mientras
chupaba una de las patillas de sus gafas (señal inequívoca de que estaba en
vena), puestos a ganarse a un miembro del jurado, ¿por qué no te camelas a la de
Planeta? No, no lo digo en ese sentido. Me refiero a que si alguien tiene fuerza en este país son ellos. Fíjate tú que la representante de la editorial se apellida Guitart, de guita, ¿entiendes? Y
no digo más, que luego tó se sabe.
¡Claro! Cómo no se me había ocurrido antes.
Lo malo es que de Planeta no tenía ninguna reseña. Pues hazla. Pero si no me
queda tiempo, no tengo ni el libro a mano. ¿Y qué? ¿Quién lo va a saber? ¿Eh?
¿Eh? Sí, la idea era brillante. Tenía cinco
días para inventarme una reseña que el jurado no pudiera rechazar. Planeta era
mi salvoconducto hacia el éxito. Ya veía
multiplicarse los me gusta en mi página de Facebook. Incluso, ya puestos a
soñar, por qué no imaginar que algún día podría llegar a cobrar por escribir
una reseña, aunque fuese negativa y todo. Ya veía los maletines volando
por debajo de la mesa (la propia imagen ya denota con bastante claridad el
grado de enajenación mental que me poseía) cuando de pronto el timbre del
teléfono me devolvió súbitamente a la realidad. Eran de una compañía de
teléfonos y una vez más, les dije que no tenía teléfono. Me gustaba dejarlos pensando. Tras colgar miré a mi abuela,
que ya estaba viendo de nuevo los capítulos de la primera temporada de Doctor en Alaska que se había bajado de
internet y pensé que no colaría, que no podría engañar a Care Santos, a Rosa
Montero, a Juan Gómez Jurado, a Antonia J. Corrales y a Félix J. Palma, no a todos, no al mismo tiempo, y que como
encima no habría premio en metálico ni siquiera podía intentar sobornarles. Además,
qué demonio, nunca se habrían prestado. Son tan buenos escritores todos y todas
y ellos tan elegantes y ellas tan rubias y altas que la sola idea me repugnaba.
Sí, me avergonzaba de mí mismo.
Mi abuela, que parecía leer en mi mente
como en un eReader abierto (sic), me
sacó de mi bloqueo mental. ¿Y por qué no mandas otra, entonces? Sí, aunque
luego digan que no tengo abuela, ella tenía razón, como siempre. Pero yo estaba
emperrado. Y ambos lo sabíamos. Era mejor perder toda esperanza. Mi sueño de
ganar un dispositivo electrónico para leer archivos digitales que no emitían
ningún olor a nada, se desvanecía como un terrón de azúcar en un río de lava
hirviendo. Incluso como cualquier otra cosa en un río de lava ardiendo. ¿Debía
dar un paso atrás? ¿Seleccionar otra reseña? ¿Abandonar el concurso? ¿Y por qué
no, ya puestos, cerrar el blog y dedicarme a…, a…?
–Nene, tengo frío–dijo mi abuela mientras
se balanceaba en la mecedora tratando de coger temperatura.
Yo me quedé mirándola con el rostro
demudado.
–No te preocupes –respondí al fin–, que
si nos toca el eReader dicen que la
pantallica da calor.
En ese momento supe que unía mi destino a
aquella reseña y recé para que Pilar Adón votase a regañadientes por otro post, tal vez uno sobre un libro de
Planeta, mientras el resto de miembros del jurado trataban de convencerla de
que la que firmaba aquel librófago trastornado titulada sucintamente Caída
y auge de Reginald Perrin' de David Nobbs: la odisea del asesino de sí mismo (o
cuando el humor es una cosa muy seria), era la mejor.
Te deseo mucha suerte :D
ResponderEliminarMuchas gracias, Ann.
ResponderEliminarDespués de la presentación, creo que la voy a necesitar :)
Un saludo.
El librófago