lunes, 10 de diciembre de 2012

Después de su sonado debut con 'Knockemstiff', Donald Ray Pollock vuelve a golpearnos el hígado con su primera novela: 'El diablo a todas horas'



El diablo a todas horas.
Donald Ray Pollock.
Traducción de Javier Calvo.
Libros del Silencio.
Fecha de publicación: noviembre de 2012.
Formato: 21 x 14 cm.
376 páginas.
22 €.

Tras el gran éxito de Knockemstiff, libro de relatos que supuso su debut narrativo y que fue considerado por escritores como Chuck Palahniuk como “más atrayente que cualquier otro libro de ficción publicado en años”, llega ahora, de nuevo de la mano de Libros del Silencio, la esperada primera incursión en la novela de Donald Ray Pollock (Ohio, 1954), un escritor de los que suelen llamarse “tardíos” (calificativo que termina adhiriéndose a todos aquellos que no empiezan a publicar sino a partir de los titantos largos y que, consiguientemente, no merecen la etiqueta de “precoces”) nacido y crecido en una especie de habitado agujero cuyo nombre precisamente fue el que le dio título a su primera obra.

El diablo a todas horas se alimenta de las mismas pegajosas y delirantes imágenes que nutrieron sus relatos anteriores, configurando un pudin alucinado en el que se mezcla, como señalan sus valientes editores españoles, “la imaginería del gótico norteamericano con la sequedad y crudeza de la novela negra más descarnada”. Todo para forjar una trama que pretende replicar y expandir la intensidad de sus mejores cuentos.

La historia que cuenta una novela que a un crítico como Lector Mal-Herido le recuerda a James Ellroy y a Bret Easton Ellis, es más o menos la siguiente: Willard Russell, veterano de la primera guerra mundial, tras descubrir que el cáncer empuja a su mujer hacia una muerte inevitable, concluye que solo Jesús podrá socorrer a quien la ciencia ha condenado. Tras erigir un altar en pleno bosque, decide entregarse a unas sesiones de oración que, poco a poco, se tornarán peligrosamente sangrientas, y en las que participará estoicamente su hijo Arvin. Durante más de dos décadas, desde la resaca posbélica hasta los aparentemente esperanzados años sesenta, Arvin crecerá buscando su propia versión de la justicia, rodeado de personajes tan particulares como siniestros, entre los que se encuentran Carl y Sandy Henderson, una pareja de asesinos en serie que patrullan América en una extraña misión homicida; el fugitivo Roy, predicador circense y febril, y su compañero Theodore, guitarrista paralítico y asediado por sus pulsiones; o el religioso cruel, sádico y lascivo Preston Teagardin, entre otros integrantes de una galería de hombres y mujeres dominados por formas monstruosas de la fe, que perdieron el rumbo en un mundo a la deriva donde Dios no es más que una sombra.

Donald Ray Pollock continuaría así, como nos decía hace unos días en su encomiástica introducción a una más que recomendable entrevista iletradoperocuerdo, dándole forma a un tipo de “historias que surgen desde las mismísimas entrañas del escritor para ofrecer infinitas situaciones hostiles, descorazonadoras, autodestructivas, aunque también graciosas y estimulantes. Perturbadores relatos donde no existe lugar para la redención, cargados de una tristeza que encogen el corazón, de una violencia y sordidez que te dejan con la lágrima en el ojo, crueles y sinceros.”

Una de las frases extraídas de la crítica de Le Monde al autor resulta también en este sentido de lo más ilustrativa. Allí cuando se nos advierte: “Absténganse las almas sensibles. Pollock se interroga sobre el mal, sobre la parte oscura que hay en cada individuo, desplegando una prosa suntuosa”.

¿Qué me dicen? ¿Nos armamos de valor?

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