jueves, 20 de diciembre de 2012

David Graeber traza en 'En deuda' una historia del crédito y de las instituciones financieras que desmonta algunos de los mitos sobre el dinero que sustentan la actual crisis



En deuda.
David Graeber.
Traducción de Joan Andreano Weyland.
Ariel.
720 páginas.
Formato: Rústica con solapas.
PVP: 25,90 €. Ebook: 15,99€.
Fecha de publicación: septiembre de 2012.

En un año tan marcado por la interminable crisis que nos azota, nada tiene de particular que El librófago haya dado cuenta, siquiera de forma breve –durante el día de Huelga general en España, sin ir más lejos–, de algunos de esos títulos que en el campo de la economía, el pensamiento y la sociología, pueden ayudarnos a arrojar algo de luz sobre algunos de los males de nuestro sombrío tiempo.

Uno de esos libros, publicado a comienzos de este otoño por Ariel, es el que firmaba el doctor en Antropología y profesor del Goldsmiths College de Londres, David Graeber, quien en su último ensayo publicado hasta la fecha, En deuda, nos brindaba su particular análisis sobre la naturaleza del dinero y las instituciones financieras que tienen el destino del mundo en sus manos, con la intención de desmontar algunas de esas ideas que permanecen incrustadas en nuestra conciencia colectiva y superarlas conociendo cuál es la verdadera historia de la economía, o lo que es lo mismo, de la relación del ser humano con el vil metal.

En cualquier manual de economía podemos leer que el dinero se inventó para dar solución a la complejidad creciente de los sistemas de trueque. Sin embargo, para este reputado antropólogo reconocido por su labor por la propia (y nada anarquizante) London School of Economics, y uno de los líderes del movimiento Occupy Wall Street, no hay evidencia alguna que sustente esta aseveración. Y así, durante las más de 700 páginas (en realidad con 500 más 200 de notas y bibliografía) que conforman el volumen se dedica, contra Adam Smith, entre otros, a exponer una historia alternativa a la aparición del dinero y los mercados, analizando cómo la deuda ha pasado de ser una obligación económica a una obligación moral.  O como el autor señala:
“El factor crucial, y un tema que se explorará a fondo en estas páginas, es la capacidad del dinero de convertir la moralidad en un asunto de impersonal aritmética, y al hacerlo, justificar cosas que de otra manera nos parecerían un ultraje o una obscenidad.”
De este modo, remontándose a los primeros imperios agrarios, Graeber traza una crónica genealógica acerca de cómo los humanos –que llevan milenios utilizando sistemas de crédito para vender y comprar bienes, antes incluso de la invención de la moneda– han creado por primera vez en 5.000 años una sociedad dividida entre deudores y acreedores, con instituciones erigidas con la voluntad única de proteger a los prestamistas.

El siguiente pasaje, en el que se arriesga una de sus principales conclusiones, nos ayudará a hacernos una visión más aproximada de lo que podremos encontrar en uno de esos libros de historia económica para ciudadanos atribulados y perplejos:
“¿Por qué la deuda? ¿Qué hace que este concepto sea tan extraordinariamente poderoso? La deuda de los consumidores es la sangre de nuestra economía. Todos los estados-nación modernos están construidos sobre la base del gasto deficitario. La deuda se ha erigido en tema central de la política internacional. Pero nadie parece saber exactamente qué es ni qué pensar de ella.

El mismo hecho de que no sepamos qué es la deuda, la propia flexibilidad del concepto, es la base de su poder. Si algo enseña la historia, es que no hay mejor manera de justificar relaciones basadas en la violencia, para hacerlas parecer éticas, que darles un nuevo marco en el lenguaje de la deuda, sobre todo porque inmediatamente hace parecer que es la víctima la que ha hecho algo mal. Los mafiosos comprenden perfectamente esto. También los comandantes de los ejércitos invasores. Durante miles de años los violentos han sabido convencer a sus víctimas de que les deben algo. Como mínimo, que «les deben sus vidas», una frase hecha, por no haberlos matado.”

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