También
hubo amor en el gueto.
Marek Edelman.
Traducción de Agata Orzeszek.
Galaxia Gutenberg/Círculo de lectores.
160 páginas.
PVP: 18,90 €.
Fecha de publicación: enero de 2013.
“No tengo derecho a hablar en su nombre,
porque no sé si murieron odiando o perdonando a sus verdugos. Y ya nadie nunca
lo sabrá. Pero tengo la obligación de velar por que su memoria no se
desvanezca. Sé que es necesario recordar a aquellas mujeres, a aquellos niños,
a aquellos viejos y jóvenes que se perdieron en la nada, asesinados sin sentido
y sin motivo. Sé que es necesario guardar su memoria.”
Marek Edelman.
Marek Edelman (1922-2009) se involucró
desde muy joven en la lucha contra el invasor alemán y tras convertirse en
líder juvenil del partido Bundista o la Unión General Laboral Judía, estuvo en
el origen de la organización judía de lucha o ŻOB, llegando a encabezar junto
al desdichado Mordejai Anielevich
y otros heroicos resistentes entre el 19 de abril y el 16 de mayo de 1943 la sublevación
del gueto de Varsovia. Tras conseguir salvar la vida, Edelman participaría un
año más tarde en el de nuevo fracasado levantamiento contra el ejército alemán
en la capital polaca para, acaba la guerra, estudiar medicina en Lódz.
Cardiólogo de profesión, nunca dejó de luchar a favor de las causas que
consideraba justas, uniéndose en 1976 se unió al Comité de Defensa de los
Obreros y años más tarde al movimiento Solidaridad, lo que volvería a
enfrentarlo con las autoridades, ocasionándole el arresto a sus 60 años.
A lo largo de su vida Edelman fue
preguntado en numerosas ocasiones sobre sus vivencias durante los terribles
años de la destrucción nazi y más allá de la crónica de la barbarie a la que
trataba de ofrecer respuesta siempre le rondaba la misma duda: ¿por qué nadie
le preguntaba si en el gueto hubo amor? ¿Por qué eso no le interesaba a nadie?
Y a renglón seguido afirmaba: “Era el amor lo que ayudaba a resistir”.
Una de las fotografías incluidas en También hubo amor en el gueto. |
También
hubo amor en el gueto
trata de arrojar luz sobre esa cuestión rara vez planteada abiertamente.
Construida sobre un relato oral transcrito por Paula Sawicka y nacida de la
intención original, sugerida por el autor, de animar a algún guionista a poner
en imágenes el tema del amor en el gueto, la obra, que con excepción de dos
intervenciones públicas –la que abre y la que cierra este volumen–, fue gestada
entre enero y noviembre de 2008, esboza la vida de los judíos en Polonia antes
de la guerra y traza retratos de vecinos y conocidos del protagonista durante
su experiencia en el gueto.
La vida en las escuelas, en los
hospitales, en la calle, y también el terror, la lucha por la supervivencia y
la dignidad, los movimientos de resistencia y finalmente la sublevación,
encuentran aquí conmovedoramente su espacio agrupados bajo una misma voluntad: salvar
del olvido a muchas de las víctimas del gueto, con sus nombres y apellidos
–pues, como dice Edelman: “seguramente nadie más va a evocarlas y es necesario
que de ellas quede alguna huella”– dejando
constancia, entre las ruinas, de las “cosas maravillosas” que allí ocurrieron, de
los momentos de felicidad, porque afortunadamente, como él no se cansaba de
repetir: “también hubo amor en el gueto”.
Edelman, que en el momento de su
fallecimiento, el 2 de octubre de 2009, era el último superviviente del gueto
de Varsovia, no sólo traza en este libro una mirada retrospectiva y nostálgica
a un tiempo atroz, sino que se proyecta sobre el futuro su propia y dramática
experiencia personal para lanzar un reto a las actuales generaciones: hay que luchar
dejando a un lado la tibieza para que el bien prevalezca. Como dice al final
del texto (“La maldad puede crecer”) que abre el volumen y que fue leído durante
la sesión inaugural de la presidencia polaca de la Task Force for International
Cooperation on Holocaust Education, Rememberance and Research, celebrada en
Varsovia en junio de 2005:
“Permitimos que en las calles de ciudades democráticas se celebren, en nombre de las libertades, desfiles de odio e intolerancia. Mala señal. Eso no es democracia; esta no consiste en tolerar el mal, aun el más insignificante, porque el mal puede crecer en cualquier momento, sin que ni siquiera sepamos cuándo. Tenemos que enseñar en los colegios, en las guarderías y en las universidades que el mal es el mal, que el odio es un mal y que el amor es una obligación. Tenemos que combatir el mal de tal manera que aquel que lo haga entienda que no habrá piedad para el.”
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