jueves, 14 de marzo de 2013

El arte en guerra: una exposición en el Museo Guggenheim de Bilbao y un libro se acercan a la bullente y controvertida vida cultural del París de la ocupación nazi



El lunes 17 de enero de 1938, la Galerie des Beaux-Arts de París presenta la primera gran Exposición Internacional del Surrealismo, organizada por André Breton, Marcel Duchamp y demás compañeros de generación. Se trata de una iniciativa audaz, que intenta imponer este movimiento a través de 314 obras realizadas por 63 artistas de dieciséis países. En la sala 205, se recrea el ambiente de aquel evento, que parece una extraña premonición, anterior a unos acuerdos, los de Múnich, que no frenarían el ansia de dominación de Hitler.

La guerra estaba en el aire y finalmente estalló en septiembre de 1939, no concluyendo hasta seis años más tarde. Francia fue derrotada “vergonzosamente” en seis semanas y la invasión de su territorio por el ejército nazi, entre mayo y junio de 1940, generó la desesperada huida de millones de refugiados. El armisticio humillante firmado en Rethondes el 22 de junio intensifica aún más el trauma, y la Ocupación militar impuesta por el Tercer Reich afirma desde el inicio su omnipotencia. El estado francés queda dividido en dos, con la fachada Atlántica y el norte en manos de los vencedores y el resto bajo el recién constituido régimen colaboracionista de Vichy, que se encontraba en manos de Pétain y Laval.

La realidad es terrible. Durante aquellos años un total de 600.000 hombres, mujeres y niños son recluidos en los 200 campos de internamiento existentes en Francia. Muchos artistas corren esta misma suerte y así, Hans Bellmer, Max Ernst o Wols formarán parte de esos “extranjeros indeseables” que fueron a parar a uno de los campos de internamiento más célebres, el de Les Milles.

El lema del nuevo régimen,“Trabajo, Familia y Patria”, se extiende como una sombra amenazadora y la propaganda francesa va a ilustrar desde un primer momento la transformación del régimen en dictadura. De hecho, la primera exposición del Musée national d’Art moderne, abierto en el Palais de Tokyo en agosto de 1942, presenta ya medio siglo de creación nacional expurgada: no se exhibieron obras de Picasso, ni de artistas extranjeros surrealistas, ni tampoco obras abstractas. La muestra consagró principalmente un arte francés de consenso, de armonía y de equilibrio.

Paul Delvaux, Los lazos rosas, 1937 (1).
Sin embargo, como pone de manifiesto ahora la exposición organizada por el Musée d'Art moderne de la Ville de Paris, Paris-Musées y el Museo Guggenheim Bilbao, que podrá contemplarse en este último centro a partir del próximo sábado 16 de marzo, pese al amenazante contexto de opresión que atenazará Francia durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi, los artistas de la época sabrán rebelarse frente a las consignas oficiales mediante novedosas respuestas estéticas que modificaron el devenir del arte. En la misma ciudad ocupada en cuyo Salón de Otoño de 1943 se rinde homenaje a Georges Braque y donde la actividad cultural, sometida a un irregular ritmo de censura y autocensura, ve incluso cómo grandes maestros del arte independiente como Derain, Dufy, Gromaire, Van Dongen o Vlaminck, son instrumentalizados; en el mismo país en el que los artistas permanecen expuestos a todos tipo de peligros, recluidos y obligados a esconderse permanentemente, en condiciones extremas de indigencia material y espiritual, los que resisten no se resignan a dejar de inventar nuevos recursos para sobrevivir y crear. De este modo, mientras, especialmente en el sur del país, se forman comunidades de artistas en pueblos como Dieulefit, Sanary sur Mer o Grasse, y hospitales psiquiátricos como el de Saint-Alban sirven de refugio a artistas, también en los campos, con materiales inusuales y métodos renovados, ya sea como testimonio de sus actividades cotidianas, o mostrando una dimensión poética nacida del impulso interior de libertad que se opone al encierro, también hay lugar para la creación de obras de arte y de objetos de todo tipo, que constituyen piezas irreemplazables de aquel período. Pocas veces el arte es capaz de emerger tan vívidamente de las propias cenizas y es que no podemos olvidar que en algunos casos las obras expuestas son los últimos vestigios que dejaron quienes, como Charlotte Salomon, Otto Freundlich, Felix Nussbaum o Horst Rosenthal, fueron deportados desde Francia para encontrar su final en los campos de la muerte.

Pablo Picasso, Mujer sentada en un sillón, 1941 (2).
La ocupación y la destrucción continúan y mientras nuevas generaciones de pintores encaran la dificultad de mantener el espíritu de una cierta vanguardia artística en un contexto de control y de reorientación ideológica de toda la sociedad, caso de los controvertidos y efímeros “Jóvenes pintores de tradición francesa”, los grandes maestros no hallan menos dificultades. Picasso, después de habérsele denegado la ciudadanía francesa, vive el período de la Ocupación nazi recluido en su taller de la rue des Grands Augustins, donde había pintado el Guernica en 1937; Derain pierde su legitimidad aceptando un viaje oficial a Alemania para artistas organizado por Arno Breker; Matisse, Bonnard y Rouault (hasta finales 1941) permanecen en el sur de Francia, lejos de París y de los uniformes nazis, apartados de un mercado parisino en el que los marchantes judíos han sido expulsados pero donde resisten con valentía galerías como la JeanneBucher, en la que exhibieron “degenerados” como Max Ernst y  Otto Freundlich.

Con la Liberación explota la alegría, pero al júbilo por el final de las penalidades se suma la súbita toma conciencia sobre la catástrofe acaecida. No hay término medio. O héroes o villanos. Llega la depuración. En el campo del arte, la Liberación se materializará en el primer Salón de Otoño, que rinde un homenaje al arte de tradición moderna, pero, sobre todo, a Picasso, convertido en un icono. La abstracción, en sus más variados registros, ocupa el lugar central, y su presencia se hace más notable por haber sido considerada “arte degenerado” por los regímenes totalitarios. En los años inmediatamente posteriores al fin del conflicto y conforme la sociedad asiste atónita al a la revelación del horror, el existencialismo suelta lastre, el cuerpo y la materia, densos, en bruto, se sitúan en el centro de la liberación artística de la posguerra, al tiempo que el interés por lo salvaje, el juego, los sueños, se reactiva de mano de los anartistas.

Hans Hartung, T, 1946 (3).
La exposición parisina de 1946 de los dibujos de los pacientes del hospital psiquiátrico de Sainte-Anne, desafortunadamente presentados como "anónimos", libera otro mundo. Las obras de Artaud, Crépin, Forestier, Hausmann, Hector Hyppolite, Pujolle, Wols, Tal-Coat, Gaston Duf o el extraordinario bestiario de un artista anónimo polaco son brechas abiertas dentro de lo impensado de la historia, y ese “aspecto invisible” se atreve a mostrar sus roturas, sus terrores, sus penas y sus remedios. Una década ominosa de la aventura humana…

Las más de 500 obras realizadas por un centenar de artistas, entre los que se cuentan Georges Braque, Jean Dubuffet, Marcel Duchamp, Alberto Giacometti, Vasily Kandinsky, Pablo Picasso o Joseph Steib, que recoge L’art en guerre. Francia, 1938–1947: De Picasso a Dubuffe, evidencian el modo en que estos creadores resistieron y reaccionaron ante la adversidad, haciendo “la guerra a la guerra” y revelándonos lo que hasta el momento había permanecido a la sombra de la Historia.

Y siguió la fiesta

Además del voluminoso y rico catálogo sobre la exposición que se puede conseguir en el propio museo, un libro aparecido por primera vez en septiembre de 2011, coincidiendo con la inauguración de la exposición L'art en guerre. Francia, 1938-1947, puede funcionar como perfecto complemento para comprender de manera más detallada y analítica este periodo.

Se trata del exitoso libro de Alan Riding Y siguió la fiesta, cuya nueva edición en rústica oportunamente publicada por Galaxia Gutenberg aborda de qué modo artistas e intelectuales se plantaron ante el peor momento al que debió enfrentarse la intelectualidad europea y particularmente parisina a lo largo de todo el siglo XX. Quien fuera doce años corresponsal cultural de The New York Times en Europa, se plantea en este libro si acaso el talento y el estatus trajeron consigo una mayor responsabilidad moral o, entre otras cuestiones, si fue posible que una cultura pudiera florecer en ausencia de libertad política sin caer en el colaboracionismo.

Riding, que ha dedicado los últimos años a la investigación y la redacción de esta obra, con la que ha obtenido el II Premio Internacional de Ensayo Josep Palau i Fabre y el Spear's Book Award for Social History al mejor libro del año de esta especialidad, buscó a artistas, escritores y otras personas que hubieran vivido los “años oscuros” para demostrar que la vida durante la ocupación no fue un fotograma en el que un solo momento representara todos los demás, sino un drama en evolución constante, un bullicioso escenario en el que coexistieron necesariamente lealtad y traición, comida y hambre, amor y muerte, y en el que incluso la línea que separaba el bien del mal, la résistance de los collaborateurs, parecía desplazarse según los acontecimientos.

L’art en guerre. Francia, 1938–1947: De Picasso a Dubuffet, podrá visitarse en el Museo Guggenheim Bilbao del 16 de marzo al 8 de septiembre. Quienes lo deseen pueden ya, como ha hecho un servidor para elaborar esta entrada, darse un paseo virtual por la completa página de la exposición dentro de la web del centro bilbaíno.

Los interesados en adquirir Y siguió la fiesta de Alan Riding pueden hacerlo aquí

OBRAS:   
(1).
Pablo Picasso.
Mujer sentada en un sillón (Femme assise dans un fauteuil), 1941.
Óleo sobre lienzo.
73 x 60 cm.
Henie Onstad Kunstsenter, Høvikodden, Noruega.
© Henie Onstad Art Centre, Noruega / Foto Øystein Thorvaldsen.
© Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2013.

(2).
Paul Delvaux.
Los lazos rosas (Les Nœuds roses), 1937.
Óleo sobre lienzo.
121,5 x 160 cm; 126 x 163,5 x 5,5 cm con marco.
Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen, Amberes.
KMSKA © Lukas-Art in Flanders vzw/ Foto Hugo Maertens.

(3).
Hans Hartung.
T 1946–16, 1946.
Óleo sobre lienzo.
145 x 96 cm.
Musée d’Art moderne de la Ville de Paris.
Legado del Dr. Maurice Girardin, 1953.
© Musée d'Art Moderne / Roger-Viollet.

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