El lunes 17 de enero de 1938, la Galerie
des Beaux-Arts de París presenta la primera gran Exposición Internacional del Surrealismo,
organizada por André Breton, Marcel Duchamp y demás compañeros de generación. Se trata de una
iniciativa audaz, que intenta imponer este movimiento a través de 314 obras
realizadas por 63 artistas de dieciséis países. En la sala 205, se recrea el
ambiente de aquel evento, que parece una extraña premonición, anterior a unos
acuerdos, los de Múnich, que no frenarían el ansia de dominación de Hitler.
La guerra estaba en el aire y finalmente estalló
en septiembre de 1939, no concluyendo hasta seis años más tarde. Francia fue
derrotada “vergonzosamente” en seis semanas y la invasión de su territorio por
el ejército nazi, entre mayo y junio de 1940, generó la desesperada huida de
millones de refugiados. El armisticio humillante firmado en Rethondes el 22 de
junio intensifica aún más el trauma, y la Ocupación militar impuesta por el
Tercer Reich afirma desde el inicio su omnipotencia. El estado francés queda
dividido en dos, con la fachada Atlántica y el norte en manos de los vencedores
y el resto bajo el recién constituido régimen colaboracionista de Vichy, que se
encontraba en manos de Pétain y Laval.
La realidad es terrible. Durante aquellos
años un total de 600.000 hombres, mujeres y niños son recluidos en los 200
campos de internamiento existentes en Francia. Muchos artistas corren esta
misma suerte y así, Hans Bellmer, Max Ernst o Wols formarán parte de esos
“extranjeros indeseables” que fueron a parar a uno de los campos de
internamiento más célebres, el de Les Milles.
El lema del nuevo régimen,“Trabajo, Familia
y Patria”, se extiende como una sombra amenazadora y la propaganda francesa va
a ilustrar desde un primer momento la transformación del régimen en dictadura.
De hecho, la primera exposición del Musée national d’Art moderne, abierto en el
Palais de Tokyo en agosto de 1942, presenta ya medio siglo de creación nacional
expurgada: no se exhibieron obras de Picasso, ni de artistas extranjeros
surrealistas, ni tampoco obras abstractas. La muestra consagró principalmente
un arte francés de consenso, de armonía y de equilibrio.
Paul Delvaux, Los lazos rosas, 1937 (1). |
Sin embargo, como pone de manifiesto
ahora la exposición organizada por el Musée d'Art moderne de la Ville de Paris,
Paris-Musées y el Museo Guggenheim Bilbao, que podrá contemplarse en este
último centro a partir del próximo sábado 16 de marzo, pese al amenazante contexto de
opresión que atenazará Francia durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación
nazi, los artistas de la época sabrán rebelarse frente a las consignas
oficiales mediante novedosas respuestas estéticas que modificaron el devenir
del arte. En la misma ciudad ocupada en cuyo Salón de Otoño de 1943 se rinde
homenaje a Georges Braque y donde la actividad cultural, sometida a un
irregular ritmo de censura y autocensura, ve incluso cómo grandes maestros del
arte independiente como Derain, Dufy, Gromaire, Van Dongen o Vlaminck, son
instrumentalizados; en el mismo país en el que los artistas permanecen
expuestos a todos tipo de peligros, recluidos y obligados a esconderse
permanentemente, en condiciones extremas de indigencia material y espiritual, los
que resisten no se resignan a dejar de inventar nuevos recursos para sobrevivir
y crear. De este modo, mientras, especialmente en el sur del país, se forman comunidades
de artistas en pueblos como Dieulefit, Sanary sur Mer o Grasse, y hospitales
psiquiátricos como el de Saint-Alban sirven de refugio a artistas, también en
los campos, con materiales inusuales y métodos renovados, ya sea como testimonio
de sus actividades cotidianas, o mostrando una dimensión poética nacida del
impulso interior de libertad que se opone al encierro, también hay lugar para
la creación de obras de arte y de objetos de todo tipo, que constituyen piezas
irreemplazables de aquel período. Pocas veces el arte es capaz de emerger tan
vívidamente de las propias cenizas y es que no podemos olvidar que en algunos
casos las obras expuestas son los últimos vestigios que dejaron quienes, como Charlotte Salomon, Otto Freundlich, Felix Nussbaum o Horst Rosenthal, fueron deportados
desde Francia para encontrar su final en los campos de la muerte.
Pablo Picasso, Mujer sentada en un sillón, 1941 (2). |
La ocupación y la destrucción continúan y
mientras nuevas generaciones de pintores encaran la dificultad de mantener el
espíritu de una cierta vanguardia artística en un contexto de control y de
reorientación ideológica de toda la sociedad, caso de los controvertidos y
efímeros “Jóvenes pintores de tradición francesa”, los grandes maestros no hallan
menos dificultades. Picasso, después de habérsele denegado la ciudadanía
francesa, vive el período de la Ocupación nazi recluido en su taller de la rue
des Grands Augustins, donde había pintado el Guernica en 1937; Derain pierde su
legitimidad aceptando un viaje oficial a Alemania para artistas organizado por
Arno Breker; Matisse, Bonnard y Rouault (hasta finales 1941) permanecen en el
sur de Francia, lejos de París y de los uniformes nazis, apartados de un
mercado parisino en el que los marchantes judíos han sido expulsados pero donde
resisten con valentía galerías como la JeanneBucher, en la que exhibieron “degenerados” como Max Ernst y Otto Freundlich.
Con la Liberación explota la alegría,
pero al júbilo por el final de las penalidades se suma la súbita toma
conciencia sobre la catástrofe acaecida. No hay término medio. O héroes o
villanos. Llega la depuración. En el campo del arte, la Liberación se
materializará en el primer Salón de Otoño, que rinde un homenaje al arte de
tradición moderna, pero, sobre todo, a Picasso, convertido en un icono. La
abstracción, en sus más variados registros, ocupa el lugar central, y su
presencia se hace más notable por haber sido considerada “arte degenerado” por
los regímenes totalitarios. En los años inmediatamente posteriores al fin del
conflicto y conforme la sociedad asiste atónita al a la revelación del horror,
el existencialismo suelta lastre, el cuerpo y la materia, densos, en bruto, se
sitúan en el centro de la liberación artística de la posguerra, al tiempo que
el interés por lo salvaje, el juego, los sueños, se reactiva de mano de los anartistas.
Hans Hartung, T, 1946 (3). |
La exposición parisina de 1946 de los
dibujos de los pacientes del hospital psiquiátrico de Sainte-Anne,
desafortunadamente presentados como "anónimos", libera otro mundo.
Las obras de Artaud, Crépin, Forestier, Hausmann, Hector Hyppolite, Pujolle,
Wols, Tal-Coat, Gaston Duf o el extraordinario bestiario de un artista anónimo
polaco son brechas abiertas dentro de lo impensado de la historia, y ese
“aspecto invisible” se atreve a mostrar sus roturas, sus terrores, sus penas y
sus remedios. Una década ominosa de la aventura humana…
Las más de 500 obras realizadas por un
centenar de artistas, entre los que se cuentan Georges Braque, Jean Dubuffet,
Marcel Duchamp, Alberto Giacometti, Vasily Kandinsky, Pablo Picasso o Joseph
Steib, que recoge L’art en guerre. Francia, 1938–1947: De Picasso a Dubuffe, evidencian
el modo en que estos creadores resistieron y reaccionaron ante la adversidad,
haciendo “la guerra a la guerra” y revelándonos lo que hasta el momento había
permanecido a la sombra de la Historia.
Y siguió la fiesta
Además del voluminoso y rico catálogo
sobre la exposición que se puede conseguir en el propio museo, un libro
aparecido por primera vez en septiembre de 2011, coincidiendo con la
inauguración de la exposición L'art en guerre. Francia, 1938-1947, puede
funcionar como perfecto complemento para comprender de manera más detallada y
analítica este periodo.
Se trata del exitoso libro de Alan Riding
Y siguió la fiesta, cuya nueva
edición en rústica oportunamente publicada por Galaxia Gutenberg aborda de qué
modo artistas e intelectuales se plantaron ante el peor momento al que debió enfrentarse la intelectualidad europea y particularmente parisina a lo largo de todo el siglo XX. Quien fuera doce años corresponsal cultural de The
New York Times en Europa, se plantea en este libro si acaso el talento y el
estatus trajeron consigo una mayor responsabilidad moral o, entre otras
cuestiones, si fue posible que una cultura pudiera florecer en ausencia de
libertad política sin caer en el colaboracionismo.
Riding, que ha dedicado los últimos años
a la investigación y la redacción de esta obra, con la que ha obtenido el II
Premio Internacional de Ensayo Josep Palau i Fabre y el Spear's Book Award for
Social History al mejor libro del año de esta especialidad, buscó a artistas,
escritores y otras personas que hubieran vivido los “años oscuros” para
demostrar que la vida durante la ocupación no fue un fotograma en el que un
solo momento representara todos los demás, sino un drama en evolución
constante, un bullicioso escenario en el que coexistieron necesariamente
lealtad y traición, comida y hambre, amor y muerte, y en el que incluso la
línea que separaba el bien del mal, la résistance de los collaborateurs,
parecía desplazarse según los acontecimientos.
L’art en guerre. Francia, 1938–1947: De
Picasso a Dubuffet, podrá visitarse en el
Museo Guggenheim Bilbao del 16 de marzo al 8 de septiembre. Quienes lo deseen
pueden ya, como ha hecho un servidor para elaborar esta entrada, darse un paseo
virtual por la completa
página de la exposición dentro de la web del centro bilbaíno.
OBRAS:
(1).
Pablo Picasso.
Mujer sentada en un sillón (Femme assise dans un fauteuil), 1941.
Óleo sobre lienzo.
73 x 60 cm.
Henie Onstad Kunstsenter, Høvikodden, Noruega.
© Henie Onstad Art Centre, Noruega / Foto Øystein Thorvaldsen.
© Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2013.
Mujer sentada en un sillón (Femme assise dans un fauteuil), 1941.
Óleo sobre lienzo.
73 x 60 cm.
Henie Onstad Kunstsenter, Høvikodden, Noruega.
© Henie Onstad Art Centre, Noruega / Foto Øystein Thorvaldsen.
© Sucesión Pablo Picasso, VEGAP, Madrid 2013.
(2).
Paul Delvaux.
Los lazos rosas (Les Nœuds roses), 1937.
Óleo sobre lienzo.
121,5 x 160 cm; 126 x 163,5 x 5,5 cm con marco.
Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen, Amberes.
KMSKA © Lukas-Art in Flanders vzw/ Foto Hugo Maertens.
Los lazos rosas (Les Nœuds roses), 1937.
Óleo sobre lienzo.
121,5 x 160 cm; 126 x 163,5 x 5,5 cm con marco.
Koninklijk Museum voor Schone Kunsten Antwerpen, Amberes.
KMSKA © Lukas-Art in Flanders vzw/ Foto Hugo Maertens.
(3).
Hans Hartung.
T 1946–16, 1946.
Óleo sobre lienzo.
145 x 96 cm.
Musée d’Art moderne de la Ville de Paris.
Legado del Dr. Maurice Girardin, 1953.
© Musée d'Art Moderne / Roger-Viollet.
T 1946–16, 1946.
Óleo sobre lienzo.
145 x 96 cm.
Musée d’Art moderne de la Ville de Paris.
Legado del Dr. Maurice Girardin, 1953.
© Musée d'Art Moderne / Roger-Viollet.
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