miércoles, 27 de marzo de 2013

‘El yugo de la guerra’ de Leonid Andréyev (Berenice) y ‘El caballo negro’ de Borís Sávinkov (Impedimenta): la Europa en llamas del primer tercio del siglo XX hecha diario



En la corta vida de este blog nos hemos asomado con cierta frecuencia a la obra de una significativa muestra de escritores rusos. Motivos no han faltado. Tolstói, Ajmátova, Tsvetáieva, Shalámov, Grossman o, por citar a una destacadora autora de nuestros días, Anna Starobinets han estado felizmente de actualidad entre los lectores al protagonizar en los últimos tiempos nuevas y destacadas apariciones en castellano de parte de su imprescindible producción. Desde la segunda mitad del siglo XIX la literatura rusa siempre ha gozado de un reconocimiento planetario, pero puede que, con excepción de algunos años dentro del primer tercio de la pasada centuria, no haya atravesado un momento más dulce en España, lo que no resultaría factible sin la labor que están desempeñando una serie de esforzadas editoriales y de un grupo no menos destacado de traductores.

Hasta la fecha, sin embargo, no habíamos hecho mención a los dos siguientes escritores y no será porque, a pesar de no estar entre los más conocidos representantes de aquellas letras, su calidad esté ni mucho menos en entredicho. Ha querido, además, el azar de la industria cultural española que las dos novedades que brevemente vamos a presentarles ostenten algunas destacadas similitudes, lo que nos permite de paso comentarlas al mismo tiempo. Sólo ocho años mayor el primero, puede decirse que tanto Leonid Andréyev como Borís Sávinkov hollaron y se enfrentaron a la misma Rusia, a la misma dolorida Europa. Ambos fueron convencidos detractores del zarismo y también los dos conocieron de primera mano la carnicería que supuso la I Guerra Mundial. También uno y otro, pese a su izquierdismo, sufrieron en carne propia la persecución y el exilio por su oposición a los bolcheviques, aunque de más está decir que la manera en que le plantaron batalla tanto al derrocado como al nuevo y triunfante régimen fue bien distinta. Un último paralelismo debemos señalar, toda vez que en las dos obras que a continuación abordamos se sirvieron del diario como cauce de expresión: Andréyev para utilizando los testimonios de su hermano soldado, contarnos la vida en la retaguardia durante la Gran Guerra; Sávinkov, que también fue corresponsal durante el conflicto, para trasladarnos, mojando su pluma en su propia sangre revolucionaria, la suerte que corrió un grupo de expedicionarios blancos durante la guerra civil que asoló su país después de la Revolución de Octubre. Las diferencias son muchas más, claro está. Pero quedémonos, mejor, con un último parecido razonable. Si miras sus respectivas cubiertas un instante verás que desde las dos emerge un mismo mensaje. Dice: “léeme”.

El yugo de la guerra.
Leonid Andréyev.
Traducción de Rafael Torres Pavón.
Editorial Berenice.
Formato: rústica. 12,3 x 20 cm 
144 páginas.
Fecha de publicación: febrero de 2013.

¿Es la guerra capaz de borrar todo aquello que consideramos imborrable? ¿Puede el horror arrasar con todas aquellas verdades que juzgamos inherentes al ser humano? ¿Hasta qué punto podrá esta guerra, la primera a escala mundial, invertir el sentido de nuestras certezas? ¿De qué se trata? ¿Será ceguera moral, necedad o escapismo ante el miedo que le atenaza lo que afecta al protagonista? Estos y otros graves interrogantes recorren este clásico de las letras rusas escrito en 1916 y que, con traducción de Rafael Torres Pavón, recupera por estas fechas la cordobesa Berenice.

Subtitulada Confesiones de un pequeño hombre sobre los grandes días, El yugo de la guerra narra una impactante historia sobre la Primera Guerra Mundial, en la que se describe el horror de aquella Europa desmoronada y la miseria moral y humana a la que puede llegar el hombre en unas circunstancias tan estremecedoras, aportando a su vez interesantes reflexiones sobre cómo los hechos que le suceden al protagonista pueden cambiar los valores y los sentimientos de las personas.

Escrita en medio de una intensa actividad periodística y recibiendo las cartas desde el frente de su hermano Andrei, Leonid Andréyev (1871-1919), uno de los intelectuales europeos más combativos contra el conflicto y autor de un drama muy popular, Las tristezas de Bélgica, sobre la resistencia inicial a la invasión alemana, nos introduce en la retaguardia para contarnos, a través de un diario, la peripecia de un contable en San Petersburgo mientras arranca y se suceden los acontecimientos que dan lugar a uno de los mayores cataclismos del siglo.

Cuando apenas falta un año para que se conmemore el centenario del inicio del conflicto, el diario de Ilya Petrovich Dementiev, protagonista de la novela, supone en palabras de David González Romero, su editor, “una joya que nadie debería perderse, como las grandes novelas y relatos de Andréyev”. Y es que este autor, próximo al expresionismo, y que fuera integrante de la llamada Edad de Plata de la literatura rusa, pese a ser un gran desconocido, un “clásico maltratado”, en países como España supo dejar su huella en figuras tan relevantes de las letras europeas del pasado siglo como Kafka, Thomas Mann, Herman Hesse o el propio Milan Kundera.

A pesar de la celebridad literaria que llegó alcanzar en los primeros años de la centuria  y de su certificado antizarismo, como otros muchos de su generación y pese a sus esperanzas revolucionarias, Andréyev no conseguiría adaptarse al nuevo orden político tras la Revolución de Octubre pasando sus últimos años en la pobreza en su forzoso exilio en Finlandia.

El caballo negro.
En prisión.
Borís Sávinkov.
Traducción de Marta Rebón.
Introducción de Ferran Mateo
y de Marta Rebón.
Formato: rústica. 13x20 cm.
192 páginas.
PVP: 18,20€.

A diferencia del anterior, en su rechazo al régimen bolchevique Borís Sávinkov (Járkov, 1879 - Moscú, 1925) no se limitaría a emprender campañas de escritos denunciando sus excesos. Como nos advierte Ferran Mateo en la introducción, este “prototipo del superhombre nietzscheano pasado por el cedazo de Byron, personaje sacado de Los demonios de Dostoievski metido a escritor, fue un hombre de teatro total en un escenario llamado Europa, con una bomba en el bolsillo”.

Vástago de una familia acomodada con ínfulas artísticas y simpatías revolucionarias, Sávinkov estudió en Varsovia y más tarde en la facultad de Derecho de la Universidad de San Petersburgo, de la que sería expulsado por participar en varias algaradas estudiantiles. A partir de 1898 es ya un reconocido miembro de varias organizaciones de ideología socialista y sus actividades provocan su arresto y posterior exilio. En Vologda, donde se encuentra confinado, traba amistad con varios prominentes intelectuales de izquierdas, como Berdyaev o Lunacharski, abrazando definitivamente la lucha armada en pro de la revolución obrera, que le llevará a afiliarse al Partido Socialista Revolucionario.

Ideólogo de los atentados que costaron la vida a Vyacheslav von Plehve, cruel ministro del Interior del Zar, y al Gran Duque Sergei Alexandrovich, gobernador general de Moscú, y que le harán famoso en toda Rusia, Sávinkov será a condenado a muerte pero, previo paso por Rumanía, encontrará refugio en Francia. Allí, mezclado entre la bohemia parisina –llegó a codearse con Picasso, Cendrars o Apollinaire, para quienes era “nuestro amigo el asesino”–, publicará, antes de que estalle la primera guerra mundial su libro más famoso, también publicado por Impedimenta. Nos referimos a El caballo amarillo.

Corresponsal, como tantos otros grandes escritores de su tiempo durante el conflicto, en el frente francés retornará a Rusia para luchar por la Revolución, llegando a ser nombrado Ministro de la Guerra por Kerenski. Sin embargo, su disconformidad con los bolcheviques, le obligará a salir del país, en primera instancia, para a través de una treta (dentro de la llamada Operación Trust) de la policía secreta bolchevique, ser arrestado más tarde y condenado a muerte. A pesar de que la pena le será conmutada por diez años de prisión Sávinkov, que durante su encarcelación seguiría escribiendo, no cumpliría más de la mitad. Su enjaulamiento se le habría hecho insoportable y así, presumiblemente, se arrojó por la ventana de su celda de la Lubianka un 7 de mayo de 1925.

El caballo negro, inspirado en su experiencia de contrarrevolucionario, que le llevó a unirse a las tropas cosacas del general Piotr Krasnov que fracasaron en su intento de retomar Petrogrado, y a conspirar después con los aliados desde la por él mismo fundada Unión para la Defensa de La Patria y La Libertad,  narra en forma de diario la huida caótica y desesperada de un regimiento de voluntarios a través de la llanura rusa devastada por la guerra civil. Por su parte, En prisión, que acompaña a la presente edición, es un texto publicado póstumamente en Moscú en el que se describe la última etapa de la vida de este incendiario dandi, “el hombre más extraordinario que haya conocido”, en palabras de Somerset Maugham, cuyas Memorias de un terrorista, inspiraron a Albert Camus su drama Los justos.

Como aperitivo, dejamos aquí este estremecedor apunte del 3 de noviembre:

“Los pogromos, los pillajes y las violaciones están rigurosamente prohibidos. Bajo pena de muerte. Pero sé que ayer los hombres del segundo escuadrón jugaban a las cartas apostando relojes y anillos; que el capitán Zhgun saqueó una tienda judía; que los ulanos tienen dólares americanos; que en el bosque han encontrado el cadáver mutilado de una mujer. ¿Fusilar a los culpables? Ya he fusilado a dos.
Pero no puedo fusilar a la mitad del regimiento.”


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