En la corta vida de este blog nos hemos
asomado con cierta frecuencia a la obra de una significativa muestra de escritores
rusos. Motivos no han faltado. Tolstói, Ajmátova, Tsvetáieva, Shalámov,
Grossman o, por citar a una destacadora autora de nuestros días, Anna Starobinets han estado
felizmente de actualidad entre los lectores al protagonizar en los últimos
tiempos nuevas y destacadas apariciones en castellano de parte de su
imprescindible producción. Desde la segunda mitad del siglo XIX la literatura
rusa siempre ha gozado de un reconocimiento planetario, pero puede que, con
excepción de algunos años dentro del primer tercio de la pasada centuria, no
haya atravesado un momento más dulce en España, lo que no resultaría factible
sin la labor que están desempeñando una serie de esforzadas editoriales y de un
grupo no menos destacado de traductores.
Hasta la fecha, sin embargo, no habíamos
hecho mención a los dos siguientes escritores y no será porque, a pesar de no
estar entre los más conocidos representantes de aquellas letras, su calidad
esté ni mucho menos en entredicho. Ha querido, además, el azar de la industria
cultural española que las dos novedades que brevemente vamos a presentarles ostenten
algunas destacadas similitudes, lo que nos permite de paso comentarlas al mismo
tiempo. Sólo ocho años mayor el primero, puede decirse que tanto Leonid
Andréyev como Borís Sávinkov hollaron y se enfrentaron a la misma Rusia, a la misma dolorida Europa. Ambos
fueron convencidos detractores del zarismo y también los dos conocieron de
primera mano la carnicería que supuso la I Guerra Mundial. También uno y otro,
pese a su izquierdismo, sufrieron en carne propia la persecución y el exilio
por su oposición a los bolcheviques, aunque de más está decir que la manera en
que le plantaron batalla tanto al derrocado como al nuevo y triunfante régimen fue
bien distinta. Un último paralelismo debemos señalar, toda vez que en las dos
obras que a continuación abordamos se sirvieron del diario como cauce de expresión:
Andréyev para utilizando los testimonios de su hermano soldado, contarnos la
vida en la retaguardia durante la Gran Guerra; Sávinkov, que también fue
corresponsal durante el conflicto, para trasladarnos, mojando su pluma en su
propia sangre revolucionaria, la suerte que corrió un grupo de expedicionarios
blancos durante la guerra civil que asoló su país después de la Revolución de
Octubre. Las diferencias son muchas más, claro está. Pero quedémonos, mejor,
con un último parecido razonable. Si miras sus respectivas cubiertas un
instante verás que desde las dos emerge un mismo mensaje. Dice: “léeme”.
El
yugo de la guerra.
Leonid Andréyev.
Traducción de Rafael Torres Pavón.
Editorial Berenice.
Formato: rústica. 12,3 x 20 cm
144 páginas.
Fecha de publicación: febrero de 2013.
¿Es la guerra capaz de borrar todo
aquello que consideramos imborrable? ¿Puede el horror arrasar con todas
aquellas verdades que juzgamos inherentes al ser humano? ¿Hasta qué punto podrá
esta guerra, la primera a escala mundial, invertir el sentido de nuestras
certezas? ¿De qué se trata? ¿Será ceguera moral, necedad o escapismo ante el
miedo que le atenaza lo que afecta al protagonista? Estos y otros graves
interrogantes recorren este clásico de las letras rusas escrito en 1916 y que,
con traducción de Rafael Torres Pavón, recupera por estas fechas la cordobesa
Berenice.
Subtitulada Confesiones de un pequeño hombre sobre los grandes días, El yugo de la guerra narra una
impactante historia sobre la Primera Guerra Mundial, en la que se describe el
horror de aquella Europa desmoronada y la miseria moral y humana a la que puede
llegar el hombre en unas circunstancias tan estremecedoras, aportando a su vez
interesantes reflexiones sobre cómo los hechos que le suceden al protagonista
pueden cambiar los valores y los sentimientos de las personas.
Escrita en medio de una intensa actividad
periodística y recibiendo las cartas desde el frente de su hermano Andrei, Leonid Andréyev (1871-1919), uno
de los intelectuales europeos más combativos contra el conflicto y autor de un
drama muy popular, Las tristezas de
Bélgica, sobre la resistencia inicial a la invasión alemana, nos introduce
en la retaguardia para contarnos, a través de un diario, la peripecia de un contable
en San Petersburgo mientras arranca y se suceden los acontecimientos que dan
lugar a uno de los mayores cataclismos del siglo.
Cuando apenas falta un año para que se
conmemore el centenario del inicio del conflicto, el diario de Ilya Petrovich
Dementiev, protagonista de la novela, supone en palabras de David González
Romero, su editor, “una joya que nadie debería perderse, como las grandes
novelas y relatos de Andréyev”. Y es que este autor, próximo al expresionismo,
y que fuera integrante de la llamada Edad de Plata de la literatura rusa, pese
a ser un gran desconocido, un “clásico maltratado”, en países como España supo
dejar su huella en figuras tan relevantes de las letras europeas del pasado
siglo como Kafka, Thomas Mann, Herman Hesse o el propio Milan Kundera.
A pesar de la celebridad literaria que
llegó alcanzar en los primeros años de la centuria y de su certificado antizarismo, como otros
muchos de su generación y pese a sus esperanzas revolucionarias, Andréyev no
conseguiría adaptarse al nuevo orden político tras la Revolución de Octubre
pasando sus últimos años en la pobreza en su forzoso exilio en Finlandia.
El
caballo negro.
En prisión.
En prisión.
Borís Sávinkov.
Traducción de Marta Rebón.
Introducción de Ferran Mateo
y de Marta Rebón.
Formato: rústica. 13x20 cm.
192 páginas.
PVP: 18,20€.
A diferencia del anterior, en su rechazo
al régimen bolchevique Borís Sávinkov
(Járkov, 1879 - Moscú, 1925) no se limitaría a emprender campañas de escritos denunciando
sus excesos. Como nos advierte Ferran Mateo en
la introducción, este “prototipo del superhombre nietzscheano pasado por el
cedazo de Byron, personaje sacado de Los
demonios de Dostoievski metido a escritor, fue un hombre de teatro total en
un escenario llamado Europa, con una bomba en el bolsillo”.
Vástago de una familia acomodada con
ínfulas artísticas y simpatías revolucionarias, Sávinkov estudió en Varsovia y
más tarde en la facultad de Derecho de la Universidad de San Petersburgo, de la
que sería expulsado por participar en varias algaradas estudiantiles. A partir
de 1898 es ya un reconocido miembro de varias organizaciones de ideología
socialista y sus actividades provocan su arresto y posterior exilio. En Vologda,
donde se encuentra confinado, traba amistad con varios prominentes
intelectuales de izquierdas, como Berdyaev o Lunacharski, abrazando
definitivamente la lucha armada en pro de la revolución obrera, que le llevará
a afiliarse al Partido Socialista Revolucionario.
Ideólogo de los atentados que costaron la
vida a Vyacheslav von Plehve, cruel ministro del Interior del Zar, y al Gran
Duque Sergei
Alexandrovich, gobernador general de Moscú, y que le harán famoso en toda
Rusia, Sávinkov será a condenado a muerte pero, previo paso por Rumanía, encontrará
refugio en Francia. Allí, mezclado entre la bohemia parisina –llegó a codearse
con Picasso, Cendrars o Apollinaire, para quienes era “nuestro amigo el
asesino”–, publicará, antes de que estalle la primera guerra mundial su libro
más famoso, también publicado por Impedimenta.
Nos referimos a El caballo amarillo.
Corresponsal, como tantos otros grandes
escritores de su tiempo durante el conflicto, en el frente francés retornará a
Rusia para luchar por la Revolución, llegando a ser nombrado Ministro de la
Guerra por Kerenski. Sin
embargo, su disconformidad con los bolcheviques, le obligará a salir del país,
en primera instancia, para a través de una treta (dentro de la llamada
Operación Trust) de la policía secreta bolchevique, ser arrestado más tarde y
condenado a muerte. A pesar de que la pena le será conmutada por diez años de
prisión Sávinkov, que durante su encarcelación seguiría escribiendo, no cumpliría
más de la mitad. Su enjaulamiento se le habría hecho insoportable y así, presumiblemente,
se arrojó por la ventana de su celda de la Lubianka un 7 de mayo de 1925.
El
caballo negro, inspirado
en su experiencia de contrarrevolucionario, que le llevó a unirse a las tropas
cosacas del general Piotr Krasnov que fracasaron en su intento de retomar
Petrogrado, y a conspirar después con los aliados desde la por él mismo fundada
Unión para la Defensa de La Patria y La Libertad, narra en forma de diario la huida caótica y
desesperada de un regimiento de voluntarios a través de la llanura rusa
devastada por la guerra civil. Por su parte, En prisión, que acompaña a la presente edición, es un texto publicado
póstumamente en Moscú en el que se describe la última etapa de la vida de este incendiario
dandi, “el hombre más extraordinario que haya conocido”, en palabras de
Somerset Maugham, cuyas Memorias de un
terrorista, inspiraron a Albert
Camus su drama Los justos.
Como aperitivo, dejamos aquí este estremecedor apunte
del 3 de noviembre:
“Los pogromos, los pillajes y las violaciones están rigurosamente prohibidos. Bajo pena de muerte. Pero sé que ayer los hombres del segundo escuadrón jugaban a las cartas apostando relojes y anillos; que el capitán Zhgun saqueó una tienda judía; que los ulanos tienen dólares americanos; que en el bosque han encontrado el cadáver mutilado de una mujer. ¿Fusilar a los culpables? Ya he fusilado a dos.Pero no puedo fusilar a la mitad del regimiento.”
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