Viñeta de 'Virginia Woolf' de Michèle Gazier y Bernard Ciccolini (Impedimenta, 2012) |
Si algunos de los títulos que en los
últimos años han aflorado me los hubiera echado yo a la cara hace veinte años
mi relación con el mundo del cómic, a buen seguro que habría sido bien
distinta. Pero en la edad en que uno se afianza como lector, al salir de la
adolescencia, mis intereses estaban tan concentrados en hacerme con algo
parecido a lo que yo entendía por una cultura medianamente fundamentada, a escalar
las pendientes que, por ejemplo, literaturas como la alemana, la francesa o la
hispanoamericana ponían a mis pies, que todo aquello que tuviera dibujitos –ya
fueran los tomos de Super Humor de
los que no hacía tanto que me había desprendido, los ejemplares de El Jueves comprados los miércoles, o los
Oliver, Benji, Caballeros del Zodiaco y demás amiguitos de las tardes de la
televisión–, se me antojaba harina del mismo costal, subproductos de la
industria del entretenimiento, fruslerías divertidas pero banales a las que no
merecía la pena prestarles demasiada atención. Warhol y Lichtenstein nunca me volvieron
loco. Y las viñetas de humor político con las que había forrado mis carpetas
tampoco me interesaban ya. Acaso un poco El Roto más que Forges, claro. De modo
que sólo salvé a Los Simpson de la quema. Y luego, años
más tarde, a Padre de Familia, pero
menos. Y sólo porque los podía ver mientras almorzaba.
No oculto que cierto prejuicio
aristocrático (apocalíptico) del señalado por Eco en su célebre ensayo operaba en la sombra. Tal vez, pienso ahora, si hubiera practicado juegos de rol o,
simplemente, mantenido alguna relación con el mundo de los videojuegos, mi mirada
a este mundo, por mera proximidad, habría resultado más amable. Los caminos de
la Cultura son ciertamente inescrutables. Tampoco, es cierto, existía internet,
y los trasvases eran menos fluidos y entre mis próximos de entonces nadie me
alentó a acercarme a un territorio que me resultaba tan lejano (y tan poco
atrayente) como pudiera serlo el de la pesca con mosca. Por la razón que sea,
el caso es que aquel joven que no tenía empacho en leer (comprender es otra
cosa) la Fenomenología del Espíritu
mientras sonaba de fondo Nine Inch Nails, que encontraba perfectamente natural
agitar en una misma coctelera a Sartre, Woody Allen y Portishead, ese mismo
muchacho de cuidado desaliño que pensaba estar al día por haber incorporado la
palabra cool a su jerga –pruebas
todas ellas de un alucinado eclecticismo, sincretismo, tal vez mejor, que aún
cultiva y que casa mal con la generalizada
aprensión arriba insinuada a la Masscult–
nunca tuvo la ocurrencia, pasados los 11 ó 12 años de abrir un cómic. Ni por
curiosidad.
Claro está que mentiría si dijera que mi
visión se ha transformado radicalmente. Ni siquiera me interesan los Walking Dead, con esto lo digo todo. Y todavía
hoy me lo pienso seriamente antes de gastarme 20 euros aquí en vez de hacerlo
en otro tipo de libro –hoy no lloraré, lo prometo– pero es igualmente cierto
que nunca me he encontrando más predispuesto a hallar un compromiso mucho más
armónico e integrador (que no “integrado”, al menos todavía) entre todas las expresiones
aludidas. Tal vez haya por fin asimilado (Eco, de nuevo) que “La diferencia de
nivel entre los distintos productos no constituye a priori una diferencia de
valor, sino una diferencia de la relación fruitiva en la cual cada uno de
nosotros se coloca a su vez”. Tengo conciencia de esto cada vez que cargo en spotify un tema de Pearl Jam y a track seguido una suite de Bach. Supongo, además, que en
la práctica obras como Persépolis y Maus
–ésta incluso le valió el Pulitzer para su autor en 1992– terminaron de allanar
el camino. Supongo que el día en que vi Sin
City desde una tumbona en una casa rural de Cómpeta –qué tiempos, pero no,
no lloro, no lloro– y pensé qué peliculón el cambio ya era efectivo. Supongo
que para entonces todas las películas y cuadros expresionistas que habían
desfilado ante mis ojos habían extendido su acción benéfica de algún modo. Así,
cuando me enteré de que Thomas Mann había elogiado la obra de Frans Masereel,
un precursor de la llamada novela gráfica dado a conocer en España por Nórdica,
no me sorprendí. Simplemente me daba cuenta de que también a esto llegaba
tarde.
En medio de todas estas suposiciones lo
que cada vez tengo más claro es que si algunos de los títulos que en los
últimos años han aflorado dentro de este terreno me los hubiera echado yo a la
cara hace veinte años mi relación con el mundo del cómic habría sido otra. Porque dudo mucho que Iron Man, Spider Max,
X-Man o Leche Man, por mucho que me hubieran estimulado, me habrían impulsado a
correr hacia el kiosco o librería más cercanos, pero tengo fundadas razones
para creer que si mis héroes de papel, hubieran sido Kafka, Joyce, Pessoa,
García Márquez o Virginia Woolf, otro
gallo habría cantado. Ver en imágenes las vidas y textos de aquellos a quienes
había empezado ya a leer con deleite podría haberme ayudado a establecer un
puente entre mis mundos –en dirección contraria a la que se suele, muchas veces
ingenuamente, señalar– y esos otros que conectaban con otro tipo de expresiones
literarias ¿populares?, situadas en un punto de la escala, por simplificar
–pues esta taxonomía se demuestra hoy más inútil que nunca– que se mueve de lo lowbrow a lo middlebrow. Quién sabe, me digo, si de haber sucedido de otro modo
tuviera entonces yo ahora una figurita de La
Guerra de las Galaxias en lo alto de la pantalla del ordenador y sobre mi nariz unas gafas
espantosas. A lo mejor ahora la última serie que habría seguido de principio a
fin no sería Canción triste de Hill Street.
El caso es que –mira que estaba
procurando enmendarme– sean cuales sean los motivos que me alejaron del cómic,
con independencia de lo que cada cual busque en este tipo de libros y de la
posibilidad de que puedan o no establecer vínculos culturales de ida y vuelta,
sea la “novela gráfica” un género en sí mismo o un intento comercial de darle
un nombre de prestigio a la historieta de toda la vida, consideremos estos productos
obras de arte de primer nivel o meros entretenimientos, estemos más cerca de
Eco o de Dwight MacDonald, me gusta contemplar (como en el escaparate que
comparto a continuación) de qué modo nuestros superhéroes del papel se convierten en
protagonistas de la viñeta. Es un síntoma de la vigencia de estos grandes (y
difíciles, en algunos casos), autores en nuestros días. Y además, estoy
convencido de que si alguien puede salvarnos de una hecatombe esos siguen
siendo Kafka, Joyce, Pessoa, García Márquez o Virginia Woolf. Son nuestros fantásticos.
Su control de los elementos no tiene parangón. Semidioses sumamente humanos, nadie como
ellos tiene el poder. Y la gloria.
Dublinés.
Alfonso Zapico.
Astiberri Ediciones.
Formato: cartoné. B/N.
232 páginas.
PVP: 18 €.
PVP: 18 €.
Fecha de publicación:
Comprar.
A estas alturas, pocos no habrán oído hablar aún de Dublinés, obra con la que Alfonso Zapico obtuvo el Premio Nacional del Cómic en 2012 y cuyos derechos se han vendido hasta la fecha en Irlanda, Francia y Polonia. Tras caer fascinado por la figura de Joyce, este autor de la Cuenca Minera comenzó a viajar por toda Europa y a tomar innumerables apuntes de campo, incluyendo en su arduo proceso de documentación e investigación múltiples entrevistas con contrastados estudiosos de la vida y obra de Joyce, que le posibilitarían más tarde dar la adecuada entidad a este proyecto.
A estas alturas, pocos no habrán oído hablar aún de Dublinés, obra con la que Alfonso Zapico obtuvo el Premio Nacional del Cómic en 2012 y cuyos derechos se han vendido hasta la fecha en Irlanda, Francia y Polonia. Tras caer fascinado por la figura de Joyce, este autor de la Cuenca Minera comenzó a viajar por toda Europa y a tomar innumerables apuntes de campo, incluyendo en su arduo proceso de documentación e investigación múltiples entrevistas con contrastados estudiosos de la vida y obra de Joyce, que le posibilitarían más tarde dar la adecuada entidad a este proyecto.
Así, durante tres años este asturiano estuvo
sumergido en el proceso de creación de esta novela gráfica, de la que se
desprendería también un cuaderno de viaje, La
ruta Joyce (Astiberri, 2011), donde relata la particular aventura del
ilustrador en el proceso de plasmación en viñetas de un relato, salpicado de
múltiples anécdotas, que es además un cautivador viaje en tren por aquellas
ciudades –Dublín, Trieste, París y Zúrich– por las que fue dejando su rastro de
vida este irlandés universal.
Ilustres
personajes como Henrik Ibsen, W.
B. Yeats, Ezra Pound, H. G. Wells, Bernard Shaw, T. S. Eliot, Virginia
Woolf,
Paul Valéry, Marcel Proust, Ernest Hemingway, Samuel Beckett, Sergéi
Eisenstein, Henri Matisse, André Gide o Le Corbusier, desfilan por estas
páginas,
a través de un itinerario en el que asistimos al desarrollo de múltiples
conversaciones, penurias y aventuras con las que se fue construyendo
una de las
grandes figuras del pasado siglo. Ahora sólo falta que en Dublín pongan
una
calle en su honor. En el de Zapico, digo.
Pessoa
& CIA.
Laura Pérez Vernetti
Luces de Gálibo.
Luces de Gálibo.
Formato: tapa dura.
48 páginas.
Fecha de publicación: enero de 2012.
PVP: 20 €.
Laura Pérez Vernetti,
quien firma como Laura sus trabajos, empezó a publicar en 1981 en la mítica revista
El Víbora, junto a guionistas como
Carlos Sampayo, J. M. Lo Duca, Felipe Hernández Cava y Antonio Altarriba,
centrando su atención fundamentalmente en temas de la literatura adaptada a la
historieta, el cómic experimental, el cómic erótico y los temas sociales y
políticos, trabajos por los que ha obtenido reconocimientos como el premio
Yellow Kid en 2005 por su contribución en la investigación de nuevas vías en la
narración gráfica.
Ya antes de abordar este trabajo, la veterana
autora había adaptado al cómic a escritores como Maupassant, De Quincey, C. G.
Jung o Kafka, por lo que no puede decirse que fuera un reto inédito para una
mujer que ha publicado en decenas de publicaciones de primera línea y expuesto
sus obras en un puñado de países. Sin embargo, esto no le resta valor al empeño
de acercarse a una figura tan compleja y poliédrica como la de Fernando Pessoa. Como señala
el poeta Jesús Aguado (nombre
importante de nuestra lírica) en el prólogo a la obra:
“Pessoa es el gran hipnotizador del siglo
XX: leer un texto suyo, por mínimo que sea, le hace a uno entrar en un trance
del que no podrá salir nunca. Desde entonces será, llámese como se llame, viva
donde viva y se dedique a la actividad creativa a la que se dedique, otro
heterónimo de Pessoa, otra de las líneas de fuga esbozadas por él para dibujar
los planos de un universo que él no quería conocer sino rectificar.”
Homenajear, pues, al autor del Libro del
desasosiego no era tarea sencilla, sobre todo cuando no se trata únicamente de
presentar un biopic del poeta. En
este sentido, Pérez Vernetti ahonda en su
trabajo en la misma creación poética, investigando visualmente en la estética
del autor portugués, primero a través del retrato en blanco y negro de su peripecia
vital y artística, más tarde poniendo imágenes a poemas y textos de cada uno de
sus heterónimos, particularmente del desasosegado Bernardo Soares.
Gabo:
Memorias de una vida mágica.
Guión: Óscar Pantoja
Dibujo: Miguel Bustos, Felipe Camargo, Tatiana Córdoba y Julián Naranjo.
Dibujo: Miguel Bustos, Felipe Camargo, Tatiana Córdoba y Julián Naranjo.
Rey naranjo.
Formato: rústica. 17 x 23.5 cm.
184 Páginas.
Fecha de publicación: febrero de 2013.
Desde Colombia, donde la novela gráfica
es un género casi desconocido y no existe una tradición consolidada de cómic autóctono
como la que puede darse en otros países europeos o incluso latinoamericanos,
caso de Argentina, llega este Gabo:
Memorias de una vida mágica, que supone la primera biografía en versión historieta
del nobel de Aracataca. A través de sus casi doscientas páginas esta historia
concebida por el editor John Naranjo, el ilustrador Miguel Bustos y el
guionista Óscar Pantoja aborda la relación de García Márquez con las
personas que nutrieron su imaginación, como sus abuelos, Nicolás Márquez y
Tranquilina Iguarán, o su inseparable esposa, Mercedes Barcha.
Además del recorrido por la vida del
autor de Crónica de una muerte anunciada
o El otoño del patriarca, a lo largo
de la obra podemos ver también al escritor interactuar con algunos de los
personajes más emblemáticos de sus obras, caso del coronel Aureliano Buendía de
Cien años de soledad, destacando de
todo el volumen partes como aquella en la que se repasa la violencia que se
adueña en algunos momentos de Macondo, donde no es difícil vislumbrar detrás la
de la propia Colombia.
Gabo. Memorias de una vida mágica, título de Rey Naranjo que, según tengo entendido, publicará muy pronto en España Sins Entido, promete llevarnos a lo largo de las cuatro partes en las que está dividido, cada una dibujada por alguien distinto, y de la mano de una estética cálida y colorista, por los distintos periodos de la vida del autor, de su pueblo a Estocolmo, de Bogotá a París. Y, por supuesto, de la realidad a la ficción, y viceversa.
Gabo. Memorias de una vida mágica, título de Rey Naranjo que, según tengo entendido, publicará muy pronto en España Sins Entido, promete llevarnos a lo largo de las cuatro partes en las que está dividido, cada una dibujada por alguien distinto, y de la mano de una estética cálida y colorista, por los distintos periodos de la vida del autor, de su pueblo a Estocolmo, de Bogotá a París. Y, por supuesto, de la realidad a la ficción, y viceversa.
Kafka.
Robert Crumb.
La Cúpula.
Formato: 17x24 cm. B/N.
180 páginas.
Fecha de publicación: 23 de marzo de 2013
(reedición).
Comprar.
Comprar.
Dicen los que entienden de esto que Robert Crumb, icono del
underground de los años 60, y autor de personajes como Mr. Natural, el Gato
Fritz, Flakey Foont, Shuman the Human o Angelfood McSpade, que “sienten el asco
de la gran ciudad, son los sujetos a reprimir o exterminar porque no participan
del modo de vida norteamericano”, es no sólo uno de los historietistas más
aclamados, sino, a pesar de que los museos pretenden desactivarlo
incorporándolo a sus colecciones, uno de los más libres del panorama actual.
Secundando un texto de David Zane
Mairowitz, donde se desgrana el entorno, la vida y la obra de Kafka, Crumb se
proyecta aquí en las circunstancias, obras y símbolos de uno de los escritores
capitales de la literatura contemporánea, interpretándolos y transmitiéndolos
en detalle con sus dibujos, obteniendo
como resultado un sugestivo híbrido entre biografía, cómic y libro ilustrado, pleno
de neurosis, humor agónico y aflicción existencial, que dos años después de
aparecer por primera vez en español, La
Cúpula volverá a editar para regocijo de los amantes del escritor checo y
del género, a finales de este mes de marzo.
Virginia
Woolf.
Guión de Michèle Gazier.
Ilustraciones de Bernard Ciccolini.
Traducción de Olalla García.
Impedimenta. Col. El chico amarillo.
Formato: Cartoné. 17 x 22 cm.
96 páginas.
PVP: 19,80 €.
Fecha de publicación: noviembre de 2012.
Ya hablamos en El librófago en su día
de cómo aquel sueño largamente acariciado por los responsables de Impedimenta había llegado a
materializarse el pasado otoño con la
aparición del primer y por ahora único volumen de El chico amarillo, la nueva colección, dedicada al cómic, del sello
que dirige Enrique Redel.
La escritora Michèle Gazier (Béziers, 1946) y el dibujante Bernard
Ciccolini (París, 1953) son los responsables de dar forma a este libro
ilustrado sobre Virginia Woolf,
en el que estos dos apasionados de la obra la de la autora de Orlando exploran por primera vez en
formato cómic, la vida de aquella que un fatídico 28 de marzo de 1941, “en lo
más negro de la guerra”, con su abrigo lleno de piedras, decidía sumergirse en
el río Ouse para poner fin a sus días.
Empapándose de sus novelas, ensayos,
diarios y cartas, esta atractiva obra nos muestra momentos capitales de la
biografía de la autora, como la traumática pérdida de su madre y de otros seres
queridos, sus años de juventud dentro del célebre grupo de Bloomsbury, su confusa
sexualidad, su activa militancia feminista, su matrimonio con el también
escritor Leonard Woolf y otros muchos detalles de su apasionada y atormentada
relación con la literatura.
En palabras de la misma Gazier, quien en
el prefacio se encarga de reivindicar también aquellos aspectos luminosos de la
retratada, como los que protagonizaba aquella “muchacha glotona y feliz de los
veranos en Saint Ives”, nos encontramos con un álbum que “muestra en palabras e
imágenes el camino de una escritora entre la realidad y el deseo, entre las
palabras y el dolor, en busca de verdades inasequibles y de una improbable
felicidad”.
No se vayan todavía, aún hay más
De la buena salud de la que goza este género de la novela gráfica (y de ese subgénero dedicado a presentarnos la vida y obra de diferentes intelectuales) da buena cuenta el hecho de que los anteriores son sólo algunos de los ejemplos más sonados. La lista podría ser más extensa y junto a estos superhéroes de las letras que han centrado nuestra atención podríamos alinear a un buen puñado de figuras de relumbrón del arte y la cultura que en los últimos tiempos han dado el salto a la viñeta. Pienso, y disculpen las posibles ausencias, en Olympe de Gouges, escritora, dramaturga, panfletista y política francesa, que escribió, entre muchas otras obras, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791, llevada recientemente al campo de la novela gráfica por Catel y Bocquet (Sins Entido); o en figuras como la apasionante y apasionada Zelda Fitzgerald, o el cineasta Pier Paolo Passolini, a quienes 451 editores nos ha permitido aproximarnos desde un nuevo ángulo en los últimos tiempos; sin olvidar, por supuesto, al propio Woody Allen (Tusquets) puesto en viñetas por Stuart Hample durante años a través de una serie de tiras reunidas ahora en un libro que selecciona una muestra representativa de las mismas titulado Ponte en lo peor.
Que el llamado noveno arte está de moda
lo demuestra el hecho de que emisoras como Radio 3 le consagren un programa
semanal (La
hora del bocadillo), y como no hay creación sin interpretación ya desde el
campo del ensayo están apareciendo diferentes estudios dirigidos al gran
público (una inmensa minoría, en todo caso), que pretenden analizar ya no sólo
el boom de la novela gráfica “seria” en general sino las transformaciones que
está experimentando el cómic contemporáneo. Así, Errata Naturae
acaba de anunciar, sin ir más lejor, la publicación de la antología Supercómic. Mutaciones de la novela gráfica
contemporánea, un trabajo coordinado por Santiago García y que cuenta con
artículos de Daniel Ausente, David M. Ball, Eddie Campbell, Fernando Castro
Flórez , Jordi Costa, Max, Emmanuel Guibert o Eloy Fernández Porta. Se trata de un título que,
a buen seguro, y por retomar algunas de las reflexiones sugeridas al comienzo, aportará
su grano de arena a comprender en qué grado el cómic –dentro de un contexto, la
época contemporánea, en el que, como dijo Daniel Bell, la idea de una
jerarquía de las artes o de la unidad de la cultura se ha demostrado imposible:
¿qué otra cosa es la portada del Sgt.
Pepper´s de los Beatles?– es
capaz de codearse en plano de igualdad con otras manifestaciones artísticas hasta
hace poco adscritas a la “cultura superior”. Y es que, como dicen los editores
de esta obra: “Ahora, sin embargo, los nuevos lectores adultos compran cómics
porque su lectura les resulta tan estimulante y enriquecedora como una novela
de Roberto Bolaño, un capítulo de The
Wire o la última película de los hermanos Coen. A ellos se dirige
este libro”.
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