La esfinge de Darwin y otras historias
asombrosas de la criptozoología.
Daniel Rojas.
Almuzara. Col. Guadalmazán.
Septiembre de 2012.
Quién no sabe a estas alturas lo que es
la criptozoología. Bueno, por si hubiera o hubiese –o habría, como dirían
infringiendo, que no infligiendo (aunque el destrozo no sea chico), el código
del español estándar en algunas comarcas de los antiguos reinos septentrionales-
algún alma cándida que haya sobrevivido hasta la fecha en una beatífica
ignorancia a este respecto, aclararemos
que se trata de la disciplina que se encarga de la búsqueda de supuestos
animales considerados extintos o desconocidos para la ciencia, pero presentes
en la historia, la mitología y el folclore -¿el chupacabras?, preguntará algún
aventajado lector seguidor de Cuarto Milenio: pues, sí, pudiera ser. El caso es que sobre esta
materia es de lo que versa el nuevo libro que acaba de publicar la editorial
Guadalmazán, sello del grupo Almuzara, titulado La esfinge de Darwin y otras
historias asombrosas de la criptozoología, obra del investigador Daniel Rojas.
Desde que el zoólogo "hereje" Bernard Heuvelmans, creara
esta, para algunos escépticos, “pseudociencia” en la segunda
mitad del pasado siglo, científicos de la talla de Jane Goodall o Carl Sagan se
han pronunciado sobre la posibilidad de que los críptidos, como se denominan
tales criaturas, pudieran ser algo más que simples seres legendarios. Con este
espíritu es con el que Rojas -investigador experto en acuicultura, lector
voraz y amante de la fotografía, que ya publicó en 2010, para que
vean ustedes que el emperramiento no es cosa de un día, la obra Criptozoología:
El Enigma de las Criaturas Insólitas- recoge el testigo y nos propone un
ameno viaje por lugares fascinantes a través de altas cumbres, frondosas
selvas, extensos desiertos y lugares inhóspitos, a la caza de toda clase de bichos
legendarios.
Criaturas mitológicas como el Yeti, el
célebre Bigfoot de los bosques norteamericanos, los dragones, las sirenas, el
calamar gigante, los enigmáticos centauros, el mismísimo monstruo del Lago Ness
o, efectivamente, el chupacabras -que para algunos ufólogos no es más que una
extraña mascota abandonada u olvidada por los extraterrestres (que ya se les
podía haber olvidado, puestos a fantasear, un mapa con la ubicación exacta de
la Atlántida o un algoritmo para que la gente que utiliza Facebook no se tire
todo el día poniendo a parir el invento… en Facebook, digo yo)-, pululan por este
moderno bestiario, del que no se encuentran ausentes casos asombrosos pero
empíricamente demostrados como el de la mariposa con una lengua de 30
centímetros predicha por Darwin –y encontrada en Madagascar, en el país, no en
la película, que si no iría en cursiva- en base a la descripción de una singular orquídea, o el de la
única ballena jorobada completamente blanca conocida en el mundo.
Cosas, como se sabe, todas ellas de mucha risa, como revela el tono burlón que habrán advertido con anterioridad, si no fuera porque -aquí el post da un inesperado giro dramático- no olvidamos, por ejemplo, que hasta bien entrado el siglo XX la existencia de los dinosaurios no solo no estaba comúnmente aceptada por la comunidad científica, sino que producía en algunos círculos verdaderas carcajadas. De hecho, se cuenta que fue la lectura de un artículo publicado por el biólogo Ivan T. Sanderson en el Saturday Evening Post en 1948 apuntando a la existencia de estos extraños animales prehistóricos lo que motivó que Heuvelmans se lanzara a investigar aquellas especies zoológicas "escondidas", convirtiéndose en padre de esta nueva disciplina científica.
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