“Al principio era el nombre. Esa frase resuena todavía en mis oídos como una pequeña jugarreta del azar. Comenzar con uno de resonancias literarias como «Bassarai», en honor de las bassarides o bacantes tracias que dieron muerte a Orfeo.
Un proyecto que no sabemos cuánto durará”.
Así se inicia, un 1 de enero de 1996, el
diario profesional de Kepa Murua
y, consecuentemente, la primera parte (titulada Los pasos inciertos) de las Memorias
de un poeta metido a editor publicada por Milrazones
y en la que se recogen los apuntes correspondientes a aproximadamente –hoy ya
sabemos por desgracia cuánto duró– la mitad de los quince años de vida de la
editorial vasca dirigida por este poeta y ensayista nacido –pese a seguir
siendo un “joven de edad indeterminada”, como leemos en el prólogo– hace cincuenta
años en Zarautz.
Bassarai fue uno de esos proyectos
“suicidas” que arrastrando una mala salud de hierro a lo largo de su intensa
singladura consiguió, casi siempre a contrarriente y luchando contra las
inexorables leyes de la industria cultural, publicar más de 160 libros de
decenas de autores que conformaron un catálogo personalísimo e innegociable de
las letras contemporáneas.
Cuando se hizo público el cierre de la
editorial, el autor de Siempre conté diez y nunca apareciste o Cavando la tierra con tus sueños –que
también, por cierto, ha publicado en los últimos meses su hasta la fecha último
(y extenso) libro de poemas, Escribir la distancia, dejó escrito:
“Quedan la mirada que compartimos y las palabras que escribimos si las páginas
que leemos pasan de unas manos a otras”. Pero, en realidad, quien también se dispone
próximamente a publicar su primera novela, nos dejaba mucho más, incluyendo
unas memorias que el prologuista del volumen, Javier Menéndez Llamazares,
define acertadamente como un “pedazo palpitante de vida” y a las que el propio
Murua se ha referido recientemente como “un documento vivo sobre una época
concreta”.
El periodo en cuestión atraviesa los años
que van de 1996 a 2004, lo que nos permite aproximarnos a una convulsa etapa de
la vida vasca y española marcada por la amenaza terrorista –no podemos olvidar,
a este respecto, que el euskaldún Murua monta una editorial en castellano en
ese turbulento Euskadi–, y que coincide, además, con carácter general con la eclosión de herramientas como internet, a la que el editor, sin perder por este motivo su concepción
“tradicional” del oficio, sabrá sacar partido, como pone de manifiesto su
apuesta por la creación de la revista digital Espacio Luke.
Pero, son sin duda, sus reflexiones, visceralmente
lúcidas a pesar de que puedan resultar en ocasiones no ya sólo incisivas o
implacables sino violentas, sobre la edición y sobre el mundo literario, y que
se entreveran con sus apuntes, los hay hermosísimos, de índole más biográfica
(manteniendo a buen recaudo su intimidad) los que centran estas memorias. En
este sentido, la condición de “poeta metido a editor” de Kepa Murua les añade un
interés suplementario, al combinarse entre sus páginas la crónica pormenorizada
de la evolución del sello con fragmentos de poética, perfiles no siempre
amables de algunos de los nombres propios de la vida literaria de aquel tiempo
y retazos de actualidad.
Pero, antes de seguir desgranando qué
podrá encontrar el lector, si es que ya no lo ha hecho, en Los pasos inciertos,
mejor será que nos lo cuente su protagonista.
Kepa Murua (Zarautz, 1962). |
EL
LIBRÓFAGO.- ¿Cuánto se
ha callado Kepa Murua en estas memorias? ¿Ha sentido la tentación, pensando en
su edición, de retocarlas, añadiendo o quitando algo?
KEPA
MURUA.- Lo pensé, pero
no lo hice. Con la corrección del libro sentí una punzada en muchas de las
entradas, pero preferí mantener el ritmo y la pureza de lo escrito en su
momento.
E.L.- Su condición de poeta metido a editor
resulta el elemento central para entender la atmósfera espiritual del libro.
Nunca parece sentirse del todo “poeta y editor”, sino más bien “poeta pero
también…”. Se percibe que la de editor es una segunda o tercera piel, nunca la
más importante. ¿Hasta qué punto puede llegar a separar los dos campos o es capaz
igualmente de extraer lecturas provechosas de uno que puede aplicar al otro?
Por ejemplo, imagino que su condición de autor le podía resultar útil a la hora
de tratar en calidad de “empresario” con otros autores. Aunque no sé si esto es
siempre una ventaja o puede incluso llegar a resultar un lastre suplementario
por exceso de empatía.
K.M.- Los pasos inciertos son las memorias de
un poeta metido a editor. En esta primera parte que va de 1996 hasta 2004 se
observa el aprendizaje del oficio por parte de un poeta que no abandona su
creación. Siempre pensé por lo demás, que el equilibro, o si se me permite, la
maravillosa esquizofrenia entre el editor y el poeta, podrían convivir, pues
tanto el mundo de la edición como el de la poesía se daban la mano
perfectamente en mi trabajo. En cuanto a la relación con otros autores es
evidente que era capaz de ponerme en su lugar y comprender sus planteamientos o
intereses, aunque fueran en contra de los intereses del editor. Aceptarlos ya
era otra cosa. En cualquier caso, prefería hablar con ellos mirándonos a los
ojos.
E.L.- ¿En lo que más se parecen la poesía y la
edición es en que son carreras de fondo, en que sólo el que resiste vence?
K.M.- Puede ser. Tratándose de la edición más
literaria, otro rasgo en el que coinciden es en la soledad de sus
protagonistas.
E.L.- No sé si la soledad del editor es aún
más cruda que la del poeta. En cierto modo a este último se le presupone casi
como una condición necesaria: ese hablar de soledad a soledad. Pero el primero
está rodeado siempre de otros: escritores, traductores, libreros,
distribuidores, críticos, periodistas, lectores, a los que se dirige y de los
que depende. Por su aspecto nadie lo diría, ¿pero el editor joven, si es
insumiso, envejece pronto?
K.M.-A los insumisos los metían una temporada
en la cárcel, pues las leyes en aquellos años eran diferentes a las de hoy. Un
editor joven, insumiso, a contracorriente, si quiere seguir adelante ha de
cambiar su mirada y su manera de actuar, y debe amoldarse a menudo a un mundo
literario y empresarial cambiante. Eso de insumiso queda bien para los editores
más mayores que quieren parecer más jóvenes.
E.L.- ¿Cuántas veces sintió su trabajo como
editor como un obstáculo para su literatura y en qué casos, por el contrario,
tuvo la sensación de que ese contacto profesional con otros autores y
literaturas le enriquecía de cara a su creación?
K.M.- Es evidente que a la gente de la cultura
y de los medios no les gustan los editores que son poetas. Parecían decir: o
una cosa u otra. En mi caso, a menudo pude ver cómo la figura del editor
eclipsaba a la del poeta, y cómo el tiempo dedicado a la edición restaba presencia
a mi propia literatura, aunque este hecho no lo viví como un drama, sino como
una realidad que se imponía por sí sola. Como editor también accedí a otra realidad
enriquecedora y pude conocer otros textos, otras maneras de traducir la literatura
por ejemplo, incluso otro tipo de realidades y experiencias que no hubiera conocido
si solo hubiera sido un poeta.
E.L.- ¿Qué le cuesta más a un poeta metido a
editor? ¿Escribir un buen libro de poemas o vender un buen libro de poemas?
K.M.- A estas alturas soy capaz de vender un
libro en poco tiempo, solo necesito que el cliente me conceda unos segundos.
Pero a nivel general, si hacemos caso a las necesidades del mercado, parece más
fácil vender un mal libro que un buen libro. Sea lo que sea, no deberíamos
olvidar que todo comienza en la creación, que escribir un buen libro no está a
la orden del día y que tampoco lo saben hacer muchos de los que dicen ser
escritores. En todo caso, hay que ser serios con estas cuestiones: escribir un
buen libro es costoso, tanto como editarlo y venderlo.
E.L.- ¿Son la falta de humildad, la vanidad,
la envidia, los brillos falsos, lo que caracteriza a buena parte de la élite
cultural española? ¿Y si en el fondo todos lo saben, por qué tan pocos dicen
nada? Al fin y al cabo, si los intelectuales de este país, como dice en algún momento,
no son muy inteligentes, no costaría tanto bajarlos de sus poltronas, ¿no?
K.M.- Bueno, no me quiero extender mucho en
este asunto porque creo que en mis memorias me mojo demasiado. Lo que constato
es que por lo general se repiten los nombres que aparecían hace unos veinte
años. En cuando a lo de los intelectuales deberíamos hablar con propiedad en
todos los sentidos, aunque algunos de los más interesantes parece que no
quieren abrir la boca en estos momentos o no lo hacen con un altavoz público o mediático
de por medio.
E.L.- “Somos y seremos unos parásitos, pero
nunca unos funcionarios”. Y dos años después: “La ecuación es la siguiente:
editar con uñas, arriesgar y limar las palabras con dientes. El problema, como
siempre, es la soledad al fondo”. ¿Puede una editorial subsistir sin “influencias”,
sin hacer concesiones políticas o mercantilistas, sin padrinos, apostando única
y exclusivamente por valores literarios? ¿Me anticipo demasiado a su respuesta
si digo que puede subsistir exactamente quince años?
K.M.- Me atrevo a decir que solo podría durar
hasta que acabe su ciclo.
E.L.- ¿Hay en España tanto “editor fantasma”
como sostiene en algunas de sus primeras anotaciones? Le pediría que me
desarrollara un poco más este concepto, que me explicara cuáles son esas
“trampas” que tantos editores, según asegura, suelen utilizar de manera casi
rutinaria.
K.M.- No hay que ser muy imaginativo para
darse cuenta de lo que hablo. Lo que sí quiero decir es que, pese a todas esas
trampas, el editor es necesario.
Algunos de los títulos publicados por la editorial Bassarai. |
E.L.- Se palpa a lo largo de las memorias una
aversión profunda hacia los cenáculos literarios, las camarillas, los “amigos
de los amigos”, de todos aquellos grupos que de algún modo copan la atención
mayoritaria de medios y lectores. El fresco que pinta resulta desolador. Habla
de la literatura española como de una “literatura prostituida”, de “vulgar
repetición”, de “basura con buenos modales”. Como lectores tenemos la sospecha
de que lo extraliterario juega un papel fundamental, leyendo a algunos de los grandes
escritores de tiempos pasados no faltan testimonios que lo atestigüen y, sin duda,
antes de meterse a editor usted ya debía figurarse algo. Pero cuando decidió emprender
la aventura de Bassarai, ¿podía prever que hasta el extremo del que deja constancia
en estas memorias?
K.M.- Fundé una editorial como Bassarai porque
no existía una infraestructura cercana para los autores, especialmente vascos,
donde pudieran crecer como escritores con textos interesantes. Lo hice por una
necesidad de impulsar un relevo generacional, y para que se conociese a una
serie de poetas europeos que eran desconocidos en España. La idea me perseguía
desde 1995, pero luego la empresa se fue complicando y me atreví con auténticas
rarezas que dieron que hablar en el campo de la literatura. En todo caso, fue una
aventura donde aprendí de literatura, de edición, de política y de economía mientras
pensaba que el mundo podía transformarse con la poesía o con el arte. Fui un ingenuo,
lo sé, pero también en este sentido aprendí rápido.
E.L.- Se percibe que conforme avanza uno en la
lectura de sus memorias va haciéndose más ostensible su distanciamiento de la
cultura oficial dominante, sea la vasca o la española. Se siente un
“extranjero” y me da la impresión de que el tono se suaviza con el paso de los
meses y las páginas, como si se hubiera acostumbrado a vivir en el túnel y le
invadiera cierta resignación. Sigue luchando pero no sé si mantiene la fe o es
la forma que ha adoptado la inercia. Hay una frase de 2003 que creo concentra
esta impresión: “Quién me llamaría a mí para iluminar el entierro”.
K.M.- Sigo considerándome un escritor al
cobijo de la poesía. Dicen de mí que soy un solitario, incluso un raro, pero no
es verdad. Creo que soy una persona educada y amable. Pero es verdad que en
España me ven como un poeta vasco y en Euskadi como un poeta español, yo no me
considero más que un escritor o un poeta con una mirada, posiblemente,
diferente a la mayoría. Es que la mayoría, aún pareciendo que tiene razón, es
muy aburrida.
E.L.- A priori, algún lector podría acercarse
a Los pasos inciertos con la certidumbre de que la política va a jugar un papel
relevante. Y si bien es cierto que es un asunto que sobrevuela el diario, que
condiciona su labor editorial y sobre el que puntualmente se detiene, ya sea
por motivos de índole literaria o al socaire de la actualidad, no llega en ningún
caso a ocupar un lugar ni mucho menos central. ¿Hasta qué punto esta omisión obedece
a que se trata de un tema que se sale del propósito que se ha marcado con este dietario,
o bien al hecho de que ni siquiera entonces consideraba esta vivencia política como
una cuestión digna de relegar a otras que le concernían más hondamente?
K.M.- Los pasos inciertos, como su nombre
indica, son los pasos primeros de un editor en una suerte de diario muy
personal en el que se mezcla el oficio de editor con el oficio de poeta. Una
suerte de vida novelada donde me detengo en pasajes de mi biografía salpicada
con opiniones sobre el mundo del libro, con algunos análisis del mundo editorial,
con apuntes sobre la situación política o económica actual. Son situaciones donde
reflexiono sobre lo que me acontece y opino sobre lo que observo, leo y siento.
Es evidente que las pinceladas políticas están ahí, pues apuntalan la realidad
del momento, pero, aunque se mete la vida de por medio, intuía que debía hablar
de poesía y edición.
E.L.- Sin embargo, Javier Menéndez Llamazares
en su, por otra parte, estupendo prólogo, llega a decir: “Si alguna vez la
edición ha sido un acto de heroísmo, Murua se ha ganado un poco de medallas”.
Quisiera que me contara un poco más que le supuso en el plano personal crear
una editorial en castellano desde el País Vasco, en años muy duros, y cómo
afectó también este hecho a la propia vida de la editorial. ¿Qué puertas le abrieron
y cuáles se le cerraron por este hecho?
K.M.- No creo que hoy tenga importancia, son
cosas que suceden y que han de vivirse con entereza. No me considero un héroe
ni nada por el estilo, fui un ciudadano que intentó ser libre en una sociedad
muy condicionada. Creo que el miedo no debería paralizar lo que uno siente que
debe hacer o decir. Para entendernos mejor, podría recordar una anécdota:
cuando publiqué en el año 2000 mi libro Un
lugar por nosotros, mucha gente que me saludaba, dejó de saludarme, y otra
gente que apenas me conocía, comenzó a hacerme un poco más de caso. Entre
medio, algunos lectores se acercaban a Bassarai en silencio; y así como muchos
no entendían que siendo euskaldún escribiera y editara en español, a otros les
sorprendía y les parecía bien.
E.L.- Sobre este punto en concreto hay una
anotación que me ha resultado especialmente impactante. Es de noviembre de 2001
y viene al final de un pasaje en el que se hablaba de la situación de esas
personas obligadas en aquel tiempo a llevar escolta. Dice: “No puedo olvidar lo
que entre todos estamos haciendo en el País Vasco”. ¿Se siente de algún modo
liberado con el rumbo que al final han tomado los acontecimientos en los últimos
tiempos? ¿Están cicatrizando convenientemente las heridas?
K.M.- La realidad del País Vasco en los
últimos años es responsabilidad de todos, pero especialmente de los ciudadanos
vascos. Cada uno debería interrogarse sobre su manera de comportarse o de
responder a la violencia que dejamos que existiera tantos años entre todos. Hoy
parece que hemos superado una etapa negra, pero así como existen las
cicatrices, la realidad actual podría olvidar a las víctimas en aras de un repentino
olvido que no señalará a casi nadie. Me imagino que ahora la confusión política
pasará al mundo de las palabras, a la interpretación que se haga de la
historia. Pero las palabras se pueden
malinterpretar y, además, hay muchos aún que no tienen claro quiénes fueron los
violentos o quiénes son los verdaderos perdedores de esta batalla que no tiene
nada que ver con el mundo de las ideas. Me imagino por último que necesitaremos
cierto tiempo para cambiar nuestra mirada y nuestros gestos, así como para
crear un espacio común entre todos donde las diferentes sensibilidades se
sientan representadas.
E.L.- La relación con los medios ocupa muchas
de sus reflexiones. De modo general, va anotando cómo sus libros caen en la
indiferencia. Llega a decir que para ellos parece que no existen y en ocasiones
habla incluso de “boicot”. Viéndolo en perspectiva, ¿a qué lo achaca? ¿Es
complicidad con el statu quo,
sumisión a los grandes grupos, simple ignorancia, de todo un poco…?
K.M.- De todo un poco. No obstante, frente a
la novedad, la crítica suele mirar para otro lado. En cuanto a los medios, no
nos engañemos, apuestan por lo consagrado y se supeditan a sus intereses.
Hablar de medios públicos o neutrales en material cultural es de ilusos. La
consecuencia de esta realidad compleja es que casi todo lo que se define como cultura
se ha convertido en propaganda. Una, llamémosle, publicidad indirecta que tapa
lo que de verdad puede tener interés o al menos, puede ser original o
diferente.
E.L.-Qué difícil debe de resultar “disfrutar
del momento”, como a veces escribe, cuando las deudas y otros sinsabores lo
acosan a uno. Dice en un momento dado del tercer año de este diario: “sigo
trabajando como un perro y no tengo dinero”. ¿Cuántas veces pensó en arrojar la
toalla? ¿Hay algún momento en particular que recuerde en el que se dijo “hasta
aquí”, antes de volver a levantarse, para “cargado de soledad y hastío”,
intentar llegar a buen puerto?
K.M.- Recuerdo un día que iba en coche a una
presentación de un libro y en la cuenta no había más que 5 000 pesetas. Esa fue
la primera vez que fui consciente de que estaba arruinado y no iba a poder
pagar las facturas pendientes. Otro caso donde se aprende lo que es la vida del
libro es cuando una distribuidora cierra sin más dejándote en la estacada sin
poder reaccionar a tiempo.
E.L.- Dice usted de su libro Siempre conté diez y nunca apareciste:
“creo que es de lo mejor que se ha escrito –o mejor dicho, publicad– en poesía
durante tiempo. Pocos han trabajado su voz como yo en silencio…”. No escasean
los elogios a sus propios textos en estas memorias ni los “reproches” a unos
críticos que no lo entienden. Es verdad que de vez en cuando deja constancia de
algunas dudas que le asaltan pero parecen ser nubes pasajeras que no llegan a
tapar nunca lo que parece una fe inquebrantable en su propia obra. La pregunta
es casi innecesaria, pero aún así, la formularé: ¿no teme parecer un endiosado
del tipo de aquellos a los que de un modo implacable retrata?
K.M.- La gente que ha leído el libro es
en lo que se ha fijado y no ha dejado de repetírmelo. Se ve que puedo ser
humilde y vanidoso a la vez y que proyecto una imagen en la que el peor parado
soy yo. Para defenderme, o para decir algo al respecto, diré que creo en lo que
escribo. Si uno no cree en lo que hace, es mejor que lo deje. Algo así me pasó
con Bassarai, sé que finalmente venció el escritor al editor, pero el editor
del año 2011 no creía en las mismas cosas que el editor que fui en 1996 o en
2004. Yo, a pesar de lo que puede parecer, quería mi oficio. En estas memorias
se ve cómo un autor concibe su proceso creativo y cómo se define como escritor
editor. Los pasos inciertos, en este caso,
son pasos muy ciertos.
E.L.- Reivindica con frecuencia la figura del
poeta como un trabajador más. Como el traductor, sin ir más lejos, y no
comprende que haya poetas que por unos euros sean capaces de recitar “como si
nada”. Temo que la situación hoy en día sea aún peor que la descrita. ¿Es otra
batalla perdida más?
K.M.- Sí, porque la mayoría de los que se
dicen poetas no viven en la escritura ni se han preguntado siquiera para qué
sirve la poesía.
E.L.- ¿Se siente desmentido por los años en
algún punto, respecto al juicio emitido sobre algo o alguien? No le pregunto si
se arrepiente, porque no creo que ese sea el ángulo adecuado, sino si desearía
poder matizar alguna de las afirmaciones que recogió en su día al calor (y a la
verdad) de aquellas vivencias.
K.M.- Ahora mismo, estoy convencido de que ya
no veo este oficio como antes y que mis opiniones no son tan radicales como
antaño. Es más, ahora mismo podría entender y justificar muchas posturas que
criticaba antes. ¿Quiere decir esto que reniego de lo que fui y dije? No, solo
quiere decir que mis opiniones hay que situarlas en un contexto del que no
puedo abstraerme porque así como he cambiado sé que en el fondo sigo siendo el
mismo. Solo que ahora me dejo arrastrar por los acontecimientos que me superan
y dejo que la vida fluya sin más en medio de lo que escribo: reflexiono, hablo,
respiro y comunico. Ahora mismo podría reconocer que fui demasiado radical y
cañero cuando podría pensar, además, que era de los pocos que tenía razón. Y me
equivoqué de lleno, aunque al menos, con lo que dije y escribí –por ejemplo, en
estas memorias de poeta metido a editor–, con lo que hablé y callé al mismo
tiempo, con mi trabajo, con los aciertos y errores en el oficio, tuve también
mi razón de ser, aunque muchos no lo acepten y con razón puedan pensar que el
equivocado era yo. Yo también lo creo cuando leo y pienso que pude faltar al
respeto a algunos escritores y a un puñado de editores. Y sin embargo, no
cambio ninguna coma de lo que escribí, pues este es un trabajo literario sin
más –como otro cualquiera–, aunque muchos no lo comprenderán y me llevará, lo
más seguro, a la soledad más extrema, a la enemistad de los pocos que aún me
respetan, al desprecio eterno de los que salen malparados, así como al vacío de
aquellos que no salen como les gustaría.
E.L.- ¿Por qué esa prevención a incluir
referencias personales, esto es, “deseos carnales” y “vivencias pasionales”,
ciñéndose a sus experiencias literarias? ¿Existen acaso unas memorias B? ¿O
éstas se encuentran implícitas ya en su propia poesía, por mucho que esta no
sea biográfica?
K.M.- Las huellas de estas vivencias se
observan en mis libros de poemas. Pero podría decir algo más: las vivencias más
personales se plasman en las páginas que corresponden a los años posteriores al
2004. Ya lo dije antes, se me metió la vida en medio.
E.L.- “Perderá tiempo, amigos, dinero…”,
escribe que le gustaría poder decirle a un amigo que quiere ser editor. Y sin
embargo, si le pregunto me va a responder que si pudiera volver a 1995 volvería
a hacerlo, que volvería a montar Bassarai. ¿Por qué? Y no me diga que tras año
y medio de abstinencia, ya está pensando en intentarlo de nuevo.
K.M.- Bassarai se cerró porque se acabó un
ciclo. Pero así como no puedo volver al pasado, tampoco puedo ni debo renegar
de él. Me siento bien por lo demás como escritor, sin la presión ni la imagen
del editor. Soy más libre ahora que antes y después de la publicación de este
libro no creo que haya por ahí algún editor que quiera contar conmigo para un
proyecto literario moderno y nuevo.
E.L.- Siento la curiosidad malsana de
preguntarle si en los pocos meses que lleva el libro en la calle ha recibido
alguna carta, alguna llamada de alguna de las personas que son aludidas, ya no
digo sólo las que puedan haberse sentido agraviadas, sino de aquellas de los
que habla en los mejores términos para, en este caso, darle las gracias. Dígame
la verdad: ¿le ha retirado alguien el saludo?
K.M.- Sí.
E.L.- Todo parece apuntar a que habrá una
segunda entrega de Memorias de un poeta
metido
a editor, donde se
recogerá el periodo que va del 2004 al 2011. ¿Se sabe para
cuándo?, ¿qué encontraremos?
K.M.- Están escritas, pero no sé si interesarán
como parece que sí han interesado estas. En estas segundas memorias considero
que el lector puede encontrar más ternura, más vida, más bondad, otra mirada
más distante, no tan radical donde el lector se verá rodeado de libros y
autores. Por último, quizá se fije también en alguna que otra disculpa dirigida
a aquellos que se podrían sentir agraviados en esta primera entrega.
Un editor de referencia.
Giulio Einaudi.
Un libro de Bassarai.
El
camino de la serpiente sobre la roca
de Torgny Lindgren.
Un libro de Kepa Murua.
Escribir
la distancia.
Un
libro que le marcó.
Cartas
a un joven poeta de
Rilke.
Aquel autor que hubiera deseado publicar.
Lobo Antunes.
Aquella primera librería de su infancia.
Papelería Urquía.
Un lugar para leer.
En una terraza cerca del mar.
Un poeta actual al que seguir sí o sí.
Rafael Cadenas.
Un tipo de letra.
Arial.
¿Tiene e-book?
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