miércoles, 23 de enero de 2013

Nevsky Prospects publica por primera vez compilada en castellano la prosa de Anna Ajmátova, una de las cimas de las letras rusas del siglo XX



Prosa.
Anna Ajmátova.
Prólogo de Luna Miguel.
Introducción de James Womack.
Traducciones de Joaquín Torquemada Sánchez, Marta Sánchez-Nieves, María García Barris y Vladímir Aly
512 páginas
PVP: 28 €.
Fecha de publicación: enero de 2013.

“¡Oh musa del llanto, la más bella de las musas!
Oh loca criatura del infierno y de la noche blanca.
Tú envías sobre Rusia tus sombrías tormentas
y tu puro lamento nos traspasa como flecha.”

Con este cuarteto (que leemos en traducción de Monika Zgustová) se inicia el más célebre de los poemas que Marina Tsvetáieva le dedicó a Anna Ajmátova, por quien la malhadada autora de “Poema del fin” sintió desde muy joven, pese a ser su contemporánea, una rendida admiración –compartida de modo recíproco aunque tardío en el caso de la “musa del llanto”–, que por las trágicas circunstancias que acompañaron sus vidas nunca pudo serle expresada directamente en persona.

Anna Andréievna Gorenko (1889-1966), más conocida como Anna Ajmátova –apellido que tomó de su bisabuela materna, una princesa tártara–, perteneció, como Tsvetáieva, a la generación de Aleksandr Blok, Boris Pasternak, Ósip Mandelshtam o Vladímir Maiakovski, la que podríamos calificar sin temor a equivocarnos como la que concentró el mayor talento poético que se haya visto en la fecunda historia de la literatura rusa. Convertida en una referencia obligada de las letras de su país durante su juventud, tiempo en el que publicó seis libros de poesía, constituyendo un ciclo que iría de La tarde a Anno Domini MLMXXI, su obra pronto se vería atravesada por largos e intermitentes periodos de crisis y sequía creativa que si bien en parte podrían ser explicados por razones de índole estética, fundamentalmente acusaron las extraordinariamente difíciles y traumáticas experiencias personales que la poeta tuvo que afrontar después de la Revolución de Octubre.  La ejecución de su primer marido por su oposición a los bolcheviques, la interminable pena de Gulag que le fue impuesta a su hijo, la muerte en los campos de su amigo, el enorme poeta Mandelstam –que la reverenciaba– o el arresto, en los años 30, de su pareja de aquellos años, Nikolái Punin, fueron acontecimientos que la torturaron y a los que se sumarían el temor por su propia seguridad, así como una prohibición de publicar su obra que se extendería durante décadas.

"Y desde el fondo de ti, tu angustia/ hecha destino,/ te alejará de mi umbral/hacia la resaca helada."

Convertida en la clandestinidad en la mentora de una nueva generación de poetas, encabezada por Joseph Brodsky,  que, no obstante, la observaban con cierta distancia, como el vestigio de un mundo arruinado e incomprensible, la “reina trágica” como la llamó otro personaje principal de su biografía,  Isaiah Berlin, continuó escribiendo, dando forma a una poesía civil de una altura raramente alcanzada en la que nos contó las miserias de su tiempo, su peregrinaje por las colas a las puertas de la cárcel –en las que adquirió el compromiso de dar voz a quienes no la tenían–, la confusión de un tiempo en el que ya no se sabía distinguir “…quién es la bestia/ y quién es el hombre”.

“No me amparaba ningún cielo extranjero,
no, alas extranjeras no me protegían.
Estaba entonces entre mi pueblo
y con él compartí su desgracia”.

Ahora, cuando su figura –su largo cuello, su mirada atalayada– ha adquirido las proporciones de mito de la literatura universal, y su nombre referencia obligada de la poesía del último siglo también para los miembros de la comunidad hispanohablante, los rusófilos (y anglófilos también, dicho sea de paso) responsables de Nevsky Prospects han tenido el acierto de publicar la edición más completa de la prosa de Ajmátova aparecida en castellano. Con prólogo de la escritora Luna Miguel, introducción del editor James Womack y traducción a cargo de un grupo de expertos, Prosa congrega todos los ensayos literarios que la autora dedicó a Pushkin –su reconocido gran maestro y al que dedicó gran parte de su tiempo durante aquel periodo de tinieblas, dejando que lo guiara por los nuevos caminos que se abrían a su poesía– junto a pequeños fragmentos sobre vida y su trabajo.

Nos encontramos, pues, ante un testimonio fundamental de un tiempo desgarrador –tiempo en el que “sonreían sólo los muertos, deleitándose en su paz”–, a cargo de una voz estremecedora que, como una fría llama, nos da cuenta de su final triunfo sobre el destino.

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