Las 24 páginas del núm. 500 rememoran la historia de la publicación |
La Gaceta, la revista de
actualidad que publica el Fondo de Cultura Económica cumple este mes de agosto
nada menos que 500 números, al menos si tomamos en consideración la época inaugurada por Jaime García Terrés, poeta, editor, periodista, traductor y diplomático, a comienzos de 1971 al transformar radicalmente aquella
publicación pionera puesta en marcha en septiembre de 1954 -dos décadas después
de fundado el FCE por Daniel Cossío Villegas- con la intención de ofrecer a
amigos, lectores y libreros información sobre lo que se cocinaba en la
editorial.
Como recuerdan en el
editorial del último número, que pueden leer o descargar aquí, la nueva y ya
larga época se inició a partir de un número doble, correspondiente a enero y
febrero, en el que por descuido, o por intervención del “duende pasmoso de las
erratas” según se explicó en el número 3, no se incluyó cifra alguna que
destacara el borrón y cuenta nueva, ni el hecho de que la numeración empezaba
con un redoble: 1-2.
En aquel momento, La Gaceta, convertida en vehículo de comunicación fundamental de una de las principales casas editoras de Hispanoamérica,
emprendía su renovada marcha con un brío que, a día de hoy, sus actuales
responsables, con su director Tomás Granados a la cabeza, juzgan de “irrepetible”,
merced al esfuerzo que desarrolló durante 18 años aquel “hombre de letras con
una potencia, una curiosidad, unas habilidades y una visión literaria irrepetibles”, que era García Terrés.
40 años después, el FCE ha
querido conmemorar fecha tan redonda homenajeando a aquella importante figura
de la casa, incluyendo de este modo textos de algunos de los que pasaron “por
esa universidad que no otorgaba más grado que los ejemplares impresos cada mes”,
así como otros firmados por colaboradores que “bien podría haber formado parte
de la tripulación”. Es el caso del texto que cierra el número, un ensayo de John Maxwell Hamilton (“Cuatro graves errores sobre la mala edición”) en el que,
entre otras cosas, se formula una mirada en clave desmitificadora acerca de
esas indeseables compañeras de viaje del editor que son las erratas.
Larga vida al FCE. Y a La
Gaceta, por supuesto.
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