Hadjí
Murat.
Lev Tolstói.
Lev Tolstói.
Edición de Víctor Andresco.
Traducción de Irene y Laura Andresco.
Navona Editorial.
204 páginas.
PVP: 16 €.
Fecha de publicación: mayo de 2013.
Publicada de forma póstuma, aunque no
íntegra aún, en 1912 Hadjí Murat es
una novela corta que supone, en un postrero aliento revitalizador, el último
trabajo literario de fuste de Tolstói,
(1828-1910), quien dedicó nada menos que ocho años a su preparación. Al parecer, según las cartas que escribió a su
hermano Sergei, el autor, que luchaba por su vida mientras daba existencia a
esta historia, habría escuchado por primera vez la historia del personaje real
en el que está inspirada la acción mientras servía como soldado en el Cáucaso,
donde trató a algunos de los tipos que aparecen en la obra, a lo que
añadiría posteriormente nuevos datos provenientes de su búsqueda en los
archivos de la época.
Muchas de las constantes del libro estaban
enraizadas en las preocupaciones más hondas del escritor. Así, el concepto de rebeldía, la resistencia
frente a las exigencias del mundo, el papel del determinismo en el
desenvolvimiento del individuo o la confrontación entre Occidente y Oriente
alimentan la obra protagonizada por este avariento y arrojado djiguit –término árabe utilizado para
designar a un jinete–, comandante de
graduación que, por motivos de venganza personal, forja en torno a mediados del
siglo XIX, reinando el zar Nicolás I, quien es descrito con tintes sombríos, una
frágil alianza con los rusos contra quienes había estado luchando.
La vibrante y
dramática historia de este musulmán del Cáucaso, “cardo mancillado”
–precisamente a la visión de un cardo en Pirogovo, “negro de polvo (…) en medio
del vasto campo”, como anotó en su
diario, debe el deseo irreprimible de escribir la historia– que ahora de nuevo
con traducción de Irene y Laura Andresco nos trae el más que interesante sello Navona, ha sido comparada con otra gran
obra de las letras rusas, como La hija
del capitán de Alexander
Pushkin, así como, nos recuerdan desde la editorial, con el propio Shakespeare, por la
“extraordinaria facultad de dotar de una existencia exuberante incluso a los
personas más secundarios”. Una
afirmación, la anterior, tanto más elocuente cuando todos recordamos los furibundos ataques
que el escritor ruso le dedicó al genio de Stratford-upon-Avon.
Al fin y al cabo, contra quien arremetía el autor de Guerra y Paz, como señaló oportunamente en su día George Orwell, era contra el
pensador y el profesor, contra el “escritor inmoral”, no contra el portentoso
forjador de caracteres a cuya familia, dentro del canon occidental, no puede
por menos que pertenecer el creador de esta pequeña joya descrita por Harold
Bloom como “el mejor relato del mundo”.
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