lunes, 3 de septiembre de 2012

Juan Carlos Mestre y su poética de la desobediencia en 'La bicicleta del panadero'



La bicicleta del panadero.
Juan Carlos Mestre.
Calambur Poesía, 131, 
480 páginas.
PVP: 25,00 €

 Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, 1957) siempre ha reivindicado sus orígenes, nunca ha dejado de sentir lo que “aún” es, el hijo de un panadero de Villafranca del Bierzo, hijo a su vez de panadero, que además fue el primer Mestre que tuvo el "privilegio" de poder estudiar, de ir a la Universidad. Por eso, al que con el tiempo se convertirá en uno de los nombres esenciales de la poesía española contemporánea no le queda más que aceptar con orgullo que no puede permitirse ser un “desclasado”.

Por eso, cuando hace unos meses se extinguía la vida del panadero de Villafranca, no podía nacer más libro que La bicicleta del panadero. Bicicleta como “metáfora de la realidad” de un hogar representado por aquel instrumento que era la imagen misma de la utilidad. Pan del que espera, del que esperanzado aguarda; y entre ambas realidades, el poema, actuando como esa “bicicleta que ajena a la prisa de las competencias de la velocidad mercantil del mundo, lleva el pan, palabras y utopía de alguna necesaria memoria, a la casa de la conciencia”.

El esfuerzo que suponía hacer y llevar el pan de casa en casa, aquella vida sacrificada  difícilmente podía combinarse con los libros. De hecho, como cuenta el propio Mestre, en su casa no había ninguno y tuvo que aprender a leer, muy pronto, a través de los prospectos de los medicamentos y de cualquier papel que caía en sus manos. Pero, mientras iba accediendo con naturalidad a la obra de Rosalía de Castro o de su paisano Enrique Gil y Carrasco, huyendo de los rigores del invierno, del dolor y la melancolía, fue desarrollando en paralelo una “conciencia ética” de la poesía que no le abandonaría jamás.

 Y, así, escuchar la voz del otro se convirtió para este discípulo aventajado de Gamoneda en escuchar al débil, al derrotado, al sin voz. Nacía, pues, una poesía que, asumiendo “la tradición desde la vanguardia” se convertía en acto de desobediencia frente a la norma. Una poesía que ha dado al cabo de los años frutos tan logrados como Antífona del otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonáis, 1985), La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, 1999), o La casa roja, obra que le valió ser merecedor del Premio Nacional de Poesía en 2009, y que ahora se vuelve más compleja, arriesgada, irreverente, y divertida que nunca en este extenso volumen de casi 500 páginas, algo muy poco habitual tratándose de un libro de poesía y que supone de entrada toda una declaración de intenciones al encontrarse vinculadas sus reflexiones poéticas –como ha manifestado el autor en alguna entrevista- con la amplitud de "la mancha del delito".

Para este declarado “marxistalennonista”, de "intimismo público y asambleario", que confía en que lo que se ha estado gestando en las plazas meses atrás estalle “en las calles del futuro otoño contra la felonía de los gobernantes”, no se puede hacer “poesía de conciencia” –aunque no sepa definir muy bien qué significa esta etiqueta”- sin denunciar en nuestros días realidades como la “impunidad de los mercados” o “el asesinato de inocentes” que hace posible el actual sistema económico.

Por eso, a pesar de encontrarnos ante el torrencial monólogo reflexivo de quien ha renunciado a ejercer cualquier tipo de autoridad artística sobre los demás –de quien, por otra parte, siempre ha recelado de las "clasificaciones y generaciones de serrín en las arboledas líricas”-, La bicicleta del panadero no puede desprenderse de su voluntad de llegar a ser un libro generador de conciencia por medio de una poesía capaz de iluminar aquellas zonas que han permanecido en las cunetas de la memoria.


Pocas veces un poemario puede, partiendo “desde el confín de la derrota y la pérdida” –como señalan desde Calambur quienes, asimismo, no dudan a la hora de expresar su confianza en “un libro que será capital en la poesía española contemporánea y, más allá, en el futuro de nuestro idioma”-, convertirse finalmente en semejante arma de insurrección estética, en un poderoso acto de legítima defensa con el que este incómodo testigo que es el poeta contribuye a construir con sus palabras la “casa de la verdad” frente a aquellos que, practicando ese “nuevo fascismo del populismo político”, llevan hasta sus últimas consecuencias los discursos de dominación.
 

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