jueves, 20 de septiembre de 2012

Atalanta publica 'La casa inundada' de Felisberto Hernández: una selección de relatos del escritor que no se parecía a nadie



La casa inundada.
Felisberto Hernández.
Atalanta. Ars brevis.
Rústica. 14x24 cm.
350 páginas.
23 €.

Atalanta, la editorial fundada en 2005 por Jacobo Siruela e Inka Martí, ha querido rescatar dentro de su colección Ars Brevis, a uno de esos grandes autores de nuestro idioma con frecuencia relegados a un segundo o tercer plano por razones no siempre sencillas de explicar y que para el escritor español Eloy Tizón podrían estar relacionadas con la excesiva “audacia” del autor que nos ocupa para su tiempo. Al fin y al cabo, se trata, como atinadamente nos recuerdan desde la editorial, de un ejemplar de esa anómala especie espiritual que Rubén Darío llamó “raros” y Julio Cortázar “cronopios”.

Aunque de padre tinerfeño, Felisberto Hernández, nació en Montevideo en 1902 y murió en la misma ciudad en 1964. A los nueve años, el que se convertiría en un nombre imprescindible de la literatura fantástica (con un estilo, eso sí, muy personal), comenzó a recibir clases de piano; más tarde las retomará teniendo como profesor particular al pianista ciego Clemente Colling -que años después será evocado en una de sus obras inaugurales-, quien le enseñará armonía y composición, dotándole de la base necesaria para, ante las dificultades económicas que siempre arrostró, llegar a convertirse en pianista itinerante por diferentes cafés de Argentina y Uruguay, así como en salas de cine mudo.

Deudor de figuras como Bergson, Proust y Kafka –de quienes, fundamentalmente los dos primeros, adoptaría el tema de la memoria como detonante de toda su búsqueda literaria,-, reivindicado por escritores de la talla de García Márquez, Onetti, Italo Calvino o JulioCortázar -quien alabó la llaneza de su prosa en tiempos de literatura almidonada-, la vida amorosa de Hernández no fue tampoco precisamente sosegada. Se casó cuatro veces, una de ellas con la española y agente del KGB, África de las Heras, a quien se le encargó la misión de seducirlo, labor que realizó con suma eficacia.

Sus lecturas y experiencias, así como sus recuerdos de infancia y primera juventud, ligados de un modo indisoluble a la nostálgica remembranza de ciertos barrios y personajes de Montevideo, marcan de manera decisiva unos relatos, empezando por el más célebre de ellos, el que da nombre a la colección, en los que no pueden faltar tampoco ni el agua, ni la música.

Música, que como el propio Tizón indica “es única, o casi única, como reconocerá cualquiera que haya frecuentado su obra, y que gracias “sobre todo a la fidelidad de un puñado de lectores y editores, que han mantenido encendido su nombre como una contraseña a lo largo del tiempo y han impedido que caiga, igual que tantos otros, en el olvido”, sigue sonando para aquellos oídos sensibles y atentos dispuestos a dejarse seducir por las “aventuras de un pianista paupérrimo, en quien el sentido de lo cómico transfigura el amargor de una vida amasada con derrotas”, como escribiera Italo Calvino, para el que Felisberto Hernández no se parecía a ningún escritor, ni a los europeos ni a los latinoamericanos.

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