domingo, 16 de junio de 2013

Richard Sennett, el valor de hacer las cosas bien: sobre ‘Artesanía, tecnología y nuevas formas de trabajo’ (Katz en colaboración con el CCCB)



Artesanía, tecnología y nuevas formas de trabajo.
Richard Sennett.
Traducción de Zoraida de Torres Burgos.
Katz Editores en coedición con el CCCB.
Formato: rústica. 11 x 20 cm.
58 páginas.
Fecha de publicación: febrero de 2013 (España); abril de 2013 (Argentina).
ISBN 9788492946495.
PVP: 7 €.

No parece de ningún modo casual que Richard Sennett (Chicago, 1943) sintiera desde bien temprano una especie de fijación analítica por el mundo del trabajo. No, no hablamos de ninguna predeterminación específica ni de que recibiera ninguna llamada de orden trascendente, sólo del hecho de que su propia peripecia vital, especialmente durante sus primeros años, le pusiera en camino de reorganizar su pensamiento para lo que habría de constituir más tarde su brillante carrera como sociólogo en los campos del trabajo, las clases sociales, el ámbito público o la ciudad. Es más que probable que si una desafortunada lesión no hubiese truncado su carrera, la música, su gran vocación, habría ganado a un gran director de orquesta mientras que las ciencias sociales se habrían quedado sin uno de sus más eximios representantes de los últimos años. Pero no se trata sólo de eso. Queremos llamar la atención sobre cómo su vocación artística, su infancia de aprendiz de chelo en un barrio pobre de Chicago, su primera y emancipada juventud como integrante de una orquesta –él mismo se ha encargado de subrayar cómo gran parte de lo que conoce sobre cuestiones como la cooperación, la esfera pública o la poiesis proviene de su faceta de artista– contribuyeron a forjar su personal visión como teórico del trabajo, acerca del funcionamiento de las relaciones de poder en la sociedad capitalista y de su impacto en la personalidad del individuo, la fértil y estrecha interacción que se establece a lo largo de su obra entre cultura y sociedad.

Considerado el más notorio representante en nuestros días de la tradición del pragmatismo norteamericano –iniciada por pensadores como C.S. Pierce y William James y que ensancharían en etapas sucesivas autores como John Dewey, Hans Joas o Richard Rorty–, Richard Sennett se ha preocupado de unir la filosofía a las prácticas concretas de las artes y las ciencias, la economía política y la religión. El pragmatismo, para este sociólogo y profesor emérito de la London School of Economics, tiene como principal distintivo “la búsqueda de problemas filosóficos insertos en la vida cotidiana”. En este sentido, el estudio de la artesanía y la técnica no supondrían más que “el lógico siguiente paso” dentro de la investigación que está conduciendo en los últimos años a este hijo de anarquista (su padre y su tío lucharon en la Guerra civil española en las filas del POUM) y de madre trabajadora social identificado desde su primera juventud con los postulados de aquella especie de manifiesto del socialismo democrático que fue el Port Huron Statement, a la creación de una trilogía dedicada al homo faber, en la que a modo de síntesis desea unir las preocupaciones básicas de su obra: la relación entre lo material y lo social, lo concreto y lo abstracto.

Trilogía del homo faber

Justo en el meollo de estas indagaciones – entre la publicación de los dos primeros vástagos de la citada serie, El artesano (2008) y Juntos (2012), ambos publicados por Anagrama– se inscribe Artesanía, tecnología y nuevas formas de trabajo, texto de la conferencia ofrecida por Sennett en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en diciembre de 2009 publicado ahora por Katz en colaboración con el propio CCCB y que incluye también a modo de apéndice una entrevista realizada por Magda Anglès en abril del pasado año sobre otra de sus grandes pasiones, “el arte de hacer ciudades”, tema al que dedicará precisamente el tercer volumen de su proyecto. En el ensayo que da título a este librito, Sennettt va a condensar algunas de las ideas expresadas en sus principales trabajos sobre la “cultura material”, ya sea en ensayos como La corrosión del carácter (1998) donde abordaba la reconfiguración de los trabajos tradicionales ante las demandas estructurales del capitalismo o, principalmente, en la citada monografía El artesano, estudio que, retomando un diálogo con su admirada Hannah Arendt  –cuya división entre animal laborans y homo faber le parece ilusoria a quien propone un “proceso abierto” entre el pensamiento y las capacidades físicas, entre “la cabeza y la mano”–, se encargaba de poner de relieve conceptos actualmente en retroceso, como son los de oficio o experiencia, ensalzando las bondades del trabajo bien hecho y extendiendo los valores que encierra la noción de artesano a figuras tan diversas como las del programador informático, el médico, el padre o el ciudadano.

En sus trabajos sobre la cultural material Sennett nos viene mostrando un mundo en el que el talento apenas se valora, en el que tanto la experiencia como el conocimiento adquiridos pueden terminar resultando un lastre para un trabajador que cada vez debe afrontar más dificultades a la hora de encontrar espacios de libertad entre medios y fines. En una sociedad que presume de avanzada pero en la cual la fragmentación de la vida es tanto la causa como el resultado de una expansión sin límites de la cultura de la superficialidad y en la que “la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad” (subtítulo de su obra El respeto) se encuentra seriamente amenazada, descubre en la figura del artesano un indicador para “saber hasta qué punto el capitalismo ha alterado el valor de las cosas que elaboramos para asegurar nuestra supervivencia diaria”.

Sennet en el CCCB (2009). Foto de Carmen Secanella para El País.



Para Sennett la sociedad en la que vivimos está llena de objetos, “pero el uso que hacemos de ellos los ha ido desvalorizando cada vez más”.  El artesano sufre esa realidad de un modo dramático. El carpintero, por recurrir a la primera de las imágenes que retoma en esta conferencia, es alguien que ve cómo “la máquina y la fabricación en masa van eclipsando y arrinconando sus destrezas tradicionales”. El problema, insiste el autor, no es la máquina sino la forma en la que una determinada manera de ver el mundo propia del nuevo capitalismo (sistema al que dedicó la trilogía que justamente antecede a estos estudios) nos ha llevado a utilizar la tecnología, haciendo que nos volquemos en lograr resultados rápidos, en obtener productos de forma inmediata en vez de motivarnos a desarrollar unas destrezas que el mercado laboral directamente desprecia. Como dice en respuesta a Magda Anglès en la segunda parte del libro: “[las máquinas] No son sustitutos, son herramientas, prótesis, extensiones, y deben utilizarse de forma inteligente y práctica para conseguir lo mejor de ellas”. Sin embargo, a casa paso se nos interpone la evidencia de que “desarrollar la capacidad de los empleados, ampliar su experiencia”, contradice la tendencia que caracteriza la nueva economía, “que prefiere pagar por capacidades ya existentes, preferiblemente cuando las poseen trabajadores jóvenes, que son más baratos y constituyen un grupo social más pasivo”. Cuando el amor al trabajo bien hecho que constituye la base de la ética artesana, la misma que insufla el espíritu del carpintero aludido, pero también del técnico de laboratorio o del director de orquesta de los que se asiste en otros momentos, no obtiene recompensa ni reconocimiento, el desaliento no tarda en aparecer. El artesano representa para Sennett una “condición humana peculiar”. Es la persona que se implica a fondo en lo que hace. De ahí que cuando se le deje fuera del tablero, sea la propia calidad del producto la que se resienta. No faltan ejemplos que pudiéramos traer aquí.

La ética artesana

En El artesano Sennett se detenía a explorar cómo a lo largo de la historia occidental la actividad práctica había sido con frecuencia denostada sin que por este motivo, trascendiendo la imagen romántica del poblador del taller medieval, ese impulso humano duradero y básico de realizar bien una tarea sin más hubiese quedado sepultado. El espíritu de Hefesto, ese dios cojo del fuego, la forja y la artesanía al que, frente a Pandora, elige como icono, sigue vivo para el autor, abarcando una franja mucho más amplia que la que correspondería al trabajador manual especializado, y este es uno de los aspectos más sugestivos de su visión, desde el mismo momento en que su habilidad resulta adaptable a la forma en que se cocina un buen plato (el sociólogo es un amante de los fogones e incluso alguna vez ha contado cómo cocinó para el propio Borges), se administra la crianza de los hijos, o incluso se desarrolla un software. Relacionado con este último punto, en Artesanía, tecnología y nuevas formas de trabajo, donde, insistimos, se sintetizan algunas de estas ideas, se cita el caso de Linux, sistema que es al mismo tiempo un producto informático y “una obra de artesanía colectiva”. A diferencia de los alfareros de la época arcaica, en este nuevo marco la evolución de los conocimientos teóricos es mucho más acelerada, los cambios se producen a diario, pero esto no entra en contradicción con el hecho de que los “artesanos” de Linux compartan una misma preocupación principal: la calidad. Unos y otros pertenecen, así, a una misma tribu, compuesta por miembros casi siempre anónimos (cuenta el objeto en sí mismo y no la capacidad personal) que, operando dentro de un sistema de conocimiento abierto, cooperan (otro concepto fundamental para el sociólogo) para revolver los problemas que se les van presentando.

La amplitud de la mirada que Sennett ha volcado sobre el mundo del trabajo en el último
Hannah Arendt, una imprescindible referencia.
cuarto de siglo proviene del desvelamiento de una realidad que, aunque intuida, aunque padecida por millones en carne propia, conviene comprender si quiere ser modificada y que entronca con la dramática situación de los trabajadores en general y de manera particular con los integrantes de aquella clase media cualificada que se ha desmoronado con la irrupción de la nueva economía. Estos empleados han visto impotentes en apenas unos años cómo mientras más experiencia acumulaban, menos valían, más prescindibles resultaban para sus empresas. La artesanía, de este modo, que posibilita mediante la repetición de la técnica, modificar el propio contenido, subir de nivel nuestra destreza gracias al ritmo móvil que se genera entre la solución y el descubrimiento de problemas hasta lograr vencer las resistencias que nos salen al paso, supone, al ser además algo en teoría al alcance de cualquier persona, todo un desafío al tipo de procesos imperantes: a la precariedad, la especulación, el desprecio, la explotación que acompañan a buena parte de las relaciones laborales en la actualidad.

Sennett, en este sentido, da en la diana cuando afirma que la cooperación y el compromiso, valores en peligro, deben ocupar el lugar que les corresponde. Y también resulta perfectamente plausible pensar que la producción de objetos que propone la ética artesana, además de dignificar una práctica alejada de otros “objetivos supuestamente más elevados”, y de proporcionarnos una visión capaz de moldear nuestro trato con los demás, puede contribuir igualmente a fundar un concepto de ciudadanía ampliamente difundido que nos permita mantener a raya el opresivo control de una minoría. Es la vertiente política que Arendt, volcada en su concepción republicana de la vita activa, no supo ver. Pero, ¿qué ocurre si quienes más han de premiar esas capacidades, esas mismas élites empresariales, burocráticas y políticas, son los que más se dedican a castrarlas? Si nadie remunera esta actitud propia del trabajo artesano y no ya sólo el viejo orfebre supone una especie en extinción sino que casos como los de Linux resultan marginales, por estimulante que parezca su mirada sobre la realidad contemporánea, por mucho que deseemos que esté en lo cierto cuando al final de La corrosión del carácter apuntaba que un régimen que no provee al ser humano de profundas razones para que cuidemos unos de otros no puede preservar su legitimidad por mucho tiempo, es difícil no pensar que su aproximación, pese a su declarada voluntad de “dar sentido a la experiencia concreta”, no está teñida de cierto idealismo, incluso de eso que algunos peyorativamente (aunque a él tenemos fundadas razones para creer que no le disgustaría la comparación) tacharían de “literatura”. ¿O acaso se puede pretender ir contracorriente cuando el tsunami nos está pasando por encima?

Evidentemente nos estamos asomando a otro problema que no es el objeto específico de este opúsculo, por lo que será mejor que nos quedemos, por el momento, con la jubilosa lectura que Sennett nos propone y que atraviesa toda su producción reciente: que aunque la sociedad no premie a aquel que se esfuerza todo lo que puede, éste puede alcanzar “un tipo de autoestima” que es, por sí misma, “suficiente recompensa”. Desde cierto punto de vista, esto puede resultar muy poco, o demasiado, si pensamos que tal perspectiva supone reorientar de un modo drástico nuestra relación con la naturaleza. Además, puede que partiendo de una premisa semejante su fórmula “hacer es pensar” nos brinde nuevas formas de encarar estos tiempos inclementes, invitándonos a tomar las riendas de nuestras propias vidas.

[Este artículo fue originalmente publicado en Suma Cultural.]

1 comentario:

  1. Cada vez que dices la palabra IMPOSIBLE, estas palabras sólo se obstaculizaría ves un milagro para el éxito

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