lunes, 6 de mayo de 2013

Ioana Gruia presenta su primera novela, ‘La vendedora de tiempo’ (Espuela de Plata), una historia sobre la vida y la muerte en busca de sentido



La vendedora de tiempo.
Ioana Gruia.
Prólogo de Luis García Montero.
Espuela de Plata.
Formato: 15x21 cms.
260 páginas.
PVP: 16€.
Fecha de publicación: abril de 2013.

«¿De dónde viene Ioana Gruia con el aroma nuevo de su poesía y su narrativa? De una parte –continúa el escritor Fernando Iwasaki– viene de la misma frontera desde donde escribieron Conrad, Beckett, Nabokov y otros escritores extraterritoriales que eligieron sus lenguas literarias. Por otro lado, viene de la gran literatura rumana, una tradición que hoy podemos disfrutar gracias a las obras de Mateiu Caragiale, Norman Manea, Varujan Vosganian, Mircea Cartarescu o Mihail Sebastian, cada vez más leídas y traducidas a nuestro idioma. Sin embargo, lo mejor es que Ioana Gruia -como Max Aub o Máximo José Kahn- vino al español para quedarse y hechizarnos con sus poemas, relatos y novelas, inquietantes y bellos como las leyendas rumanas».

Lo último de esta investigadora y docente de literatura comparada en la Universidad de Granada, ganadora en 2011 del Premio de Poesía Andalucía Joven con un “poemario impecablemente escrito”, en palabras de Antonio Rivero Taravillo, titulado El sol en la fruta, lleva por título La vendedora de tiempo, una obra presentada tan sólo hace unos días en la Feria del Libro de Sevilla y que supone la primera incursión en la novela de esta autora nacida en Bucarest en 1978 que escribe en español, es más, que como dice el poeta Luis García Montero en su prólogo: “Vino desde Rumanía para escribir en español con la fuerza de una lengua materna”.

Aquí, Gruia, reconocida con anterioridad en el campo de la narrativa breve y responsable del ensayo Eliot y la escritura del tiempo en la poesía española contemporánea (Visor, 2009), nos presenta a Silvia, una mujer de más de cincuenta años que tiene el mismo aire que las mujeres de los cuadros de Hopper y un cáncer inoperable. “Silvia –como nos cuenta el propio García Montero– fue una mujer que creció en una dictadura. La falta de libertad, la impertinencia del poder y la capacidad de humillación de la mayoría de las víctimas, en sucesivos capítulos de su vivir cotidiano, la acostumbraron a reaccionar con una apuesta decidida por el vitalismo. Era una forma de rebeldía. Por eso, cuando recibe el diagnóstico de su enfermedad, se enfrenta a la muerte como si se tratase de una figura más del autoritarismo. Lo vende todo, viaja a una ciudad lejana y negocia con ella misma sus últimos días con una entrega clara a los sueños de la juventud. La acompañan el amor, el erotismo, sus recuerdos y la complicidad.” De este modo, sin rodeos, empieza a desplegarse la novela:

Vine para estar lejos, para intentar olvidar que me queda poco tiempo de vida. Llevo un mes en Mar del Plata, me alojo en un hotel caro, doy paseos diarios por la playa y procuro no esperar demasiado de las cosas. Desde la habitación veo el mar. Es un consuelo, sobre todo de noche, cuando no puedo dormir y paso las horas mirando cómo rompen las olas. Son tercas esas olas, olas de mar bravo. Son tercas como yo, si es que todavía conservo algo de mi proverbial obstinación.
Compré algunos discos de tango. Compré también una cadena de música y escucho una y otra vez La abandoné y no sabía y Pa’ que bailen los muchachos. Intento volver a creer lo que siempre creí, que la vida es una milonga y que, ahora más que nunca, no debe estar en otra parte.

Allí, a orillas del mar, Silvia decide terminar sus días. Y cuando ya todo parece escrito, la vida le depara una última sorpresa. Conocerá a Javier, un joven fotógrafo que cuida a Julio, un niño que le pide siempre contar cuentos de piratas y hacer fotos a las palabras. La inesperada historia de amor entre Silvia y Javier y la singular familia que ambos forman con el pequeño representará un aprendizaje desesperado de felicidad y, para la protagonista, la ocasión de poder reinventarse su infancia, cuando jugaba a vender tiempo a cambio de caramelos.
Ioana Gruia y Luis García Montero.
La vendedora de tiempo quiere ser, pese al marco luctuoso en el que se inscribe la acción, una narración vitalista, como nos indican desde Espuela de Plata (sello hermano de la sevillana Editorial Renacimiento), en la que pasan historias, muchas historias, y los últimos destellos de la vida se exprimen como naranjas. Al fin y al cabo, nos recuerda el prologuista, “la naranja representa una felicidad humilde en épocas de barbarie y negación”.

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